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Mexicana | Crítica

Un amor de otro mundo

  • Acantilado publica 'Mexicana', excelente conjunto de relatos de Arroyo-Stephens, fundador de Turner, cuya temática viene atravesada por un amor desmesurado, atento y expresivo, al gran país hermano de ultramar

Bergamín, tras un burladero, junto a Manuel Arroyo-Stephens (Bilbao, 1945-2020)

Bergamín, tras un burladero, junto a Manuel Arroyo-Stephens (Bilbao, 1945-2020)

El editor, escritor y fino polemista Manuel Arroyo-Stephens (Su Contra los franceses no deja de ser una irónica respuesta a Masson de Morvilliers y su lejano “¿Qué le debemos a España”?), fue también apoderado de Rafael de Paula e introductor de Chavela Vargas en la España, entre depresiva y ufana, de los 90. Precisamente uno de los cinco relatos que se recogen aquí, espléndidamente escritos, de cierto tono surreal, como soñados a través de una lente de agua, explica la aventura que le llevó a sugerirle a la cantante, ya mayor y sin público, un viaje promocional a España. Es aquél que lleva por título La gente comenzó a llegar al velatorio, que principia en el entierro del cantante José Alfredo Jiménez en el DF y termina con el triunfo de la Vargas en el Lope de Vega de Sevilla. En todos ellos se da, por otra parte, un fuerte nexo cultural y geográfico, destacado desde el título. Un vínculo que pudiéramos llamar amor, sin miedo a equivocarnos.

Cualquiera de estos relatos viene atravesado por un asombro que ignora lo pintoresco, pero cuyo linaje hay buscar en la definición de “lo real maravilloso” de Carpentier

Hay algo de deliberadamente valleinclanesco en la desmesura con que Arroyo-Stephens retrata a sus personajes y al mundo alucinatorio y brusco en el que se mueven. El propio pintor Castañeda, protagonista del primer relato, tiene algo de un Max Estrella, acalorado y trueno, cuyos recuerdos se quedaron prendidos, como un coleóptero en su aguja, de la vieja España republicana. También hay algo de esa España errante, honesta y gratamente mejicanizada, en Era de noche ese día y Delante de mi casa. En puridad, cualquiera de estos relatos viene atravesado por un asombro que ignora lo pintoresco, pero cuyo linaje hay buscar en la definición de “lo real maravilloso” de Carpentier, cuando recordaba, a comienzos de los 60, la sorpresa y la incapacidad de Hernán Cortés para describir la hermosura y la vastedad de la Nueva España. Todo ese colosalismo climático y orográfico, junto a la particular vitalidad de sus habitantes, son las que se traducen aquí, con excelente prosa, en un testimonio de amor, complejo y excesivo, pero verdadero, por ese mundo otro, tan próximo a nosotros, y tan singular, no obstante, de lo mejicano.

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