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Antonio Fontana | Escritor

"Mi crítica es no es contra las residencias, sino contra la ruptura del vínculo con los ancianos"

  • ‘Hasta aquí hemos llegado’, un acercamiento a la muerte en clave de humor, le valió al autor el Premio Café Gijón 2020

El escritor y periodista malagueño Antonio Fontana.

El escritor y periodista malagueño Antonio Fontana. / Europa Press

Abordar el final de la vida a partir del humor, y hacerlo desde el limbo en el que hemos convenido que son las residencias de ancianos, era una apuesta arriesgada. Más aún, en el largo escenario covid en el que nos hallamos, con estos centros como (¿inesperados?) agujeros negros también en el siglo XXI. Un punto de partida, el del humor negro, que estuvo presente en todo momento a lo largo de la elaboración de Hasta aquí hemos llegado (Siruela): la novela con la que Antonio Fontana (Málaga, 1964) obtuvo el último Premio Café Gijón.

La idea surgió, sin embargo, mucho antes de que la realidad de la pandemia estuviera presente en nuestras vidas: “En las visitas que le fui haciendo a mi abuela durante los últimos ocho años –comenta el autor–. Las residencias son ese tipo de entornos que constituyen micromundos en sí mismos. A poco que los observes, les puedes sacar muchísimo jugo, al igual que puede ocurrir con una redacción”.

Siendo la muerte un tema molesto, la irreverencia es una de las “trampas” para acercárnoslo: “Y sirve para hacer las cosas más digeribles, para dulcificar realidades muy amargas”, comenta el autor. Aunque no sea más que una treta:“No me gustaría que el lector se quedara sólo en la parte de comedia”, comenta Fontana de unas historias que recrean vidas, en general, a la contra, o escenas como las despedidas de todo aquello que les da identidad.

“Durante esas visitas a la residencia –explica el escritor–, fui fijándome en las personas que había allí, en sus quejas y achaques. Viviendo en un mundo que no se acerca a la locura pero que puede ser bastante alucinado, dando vueltas siempre a las mismas ideas o con una presencia de la niñez, o del pasado lejano, muy importante... Así que, con todo eso, tuve la intención de ir construyendo una falsa residencia”. Con unas internas más charlatanas (La Socorro, La Millones), y otras que menos, que apenas saltan a las páginas para protagonizar su soliloquio.

"A mis protagonistas, que tienen entre los 80 y los 100 años, la vida las ha hecho feministas sin saberlo"

El libro no es, indica Antonio Fontana, una crítica a la labor de las residencias:“Los familiares no son médicos, no saben cómo atender en determinados casos, cuándo van a necesitar una ambulancia... Hay gente que necesita asistencia, y le das, en la medida de tus posibilidades, un retiro. Pero ahí no termina tu interés. Me crispa ese ‘Cuídate’ que soltamos para poder seguir con nuestras vidas. No: cuida tú. Lo que sí critico es la ruptura del vínculo y el modo de vida que llevamos”.

Los aparentes desvaríos de las internas, propone Fontana, arrojan las claves de una vida entera:“Aquí estamos todas, dice La Socorro en determinado momento, contando nuestras vidas, reales o ficticias –explica el escritor–. Pero todas tienen un común denominador, y es que vivieron la guerra, y la posguerra, y ya tienen de 80 a 100 años, están llenas de achaques, de enfermedades... La vida las ha hecho feministas, aunque probablemente ellas ni siquiera lo sepan ni se hayan parado a pensarlo. A las pobres les tocó jugar con unas cartas muy malas, algo de lo que se dan cuenta, claro, con los años y, con esa tirada, cada una ha hecho lo que ha podido dentro del papel que le estaba destinado. A estas alturas de sus vidas, a pesar de todo, podríamos decir que están empoderadas pero si se lo dijéramos, ella ni lo entenderían: responderían que lo que han hecho no ha sido más que vivir. O sobrevivir, la mayoría de las veces, a un amor insano. Muy pocas de ellas te podrían decir:‘Hemos sido muy felices’. Quizá sólo La Jukebox, que encuentra una historia feliz contra todo pronóstico, en medio de los bombardeos. O El Alma en Pena que, a pesar de todas sus enfermedades, fue feliz al lado de una mujer, precisamente”.

A las demás, la grisedad las deglutió. Ahí está La Millones, que cumple a la perfección su destino como resignada mujer florero, o La Socorro, el personaje que “da cohesión al libro”:“Ella tiene una carrera, hace Magisterio, pero se supone que su destino es casarse, y sí, lo hace: con un señor insoportable con el que tiene que vivir, encerrada en un matrimonio sin la menor pizca de amor por las dos partes”.

Y todas ellas comparten, también, otro rasgo: la causticidad. “Al fin y al cabo –indica Fontana–, lo único que les queda es el veneno, las palabras. ‘Me queda un cuarto de hora, un año, meses para morirme’, podría ser su lema, ‘qué más da ya todo’. Así que su mejor arma es la lucidez, el sentido del humor. No les queda otra y, además, ya les da igual lo que puedas pensar de ellas, el caer bien o caer mal”.

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