Arquitectura de las pequeñas cosas | Crítica

Ser la casa, habitar el mundo

  • Santiago de Molina reivindica los espacios domésticos como medida de lo humano en ‘Arquitectura de las pequeñas cosas’ (Páginas de Espuma), obra ganadora del último Premio Málaga de Ensayo

El arquitecto y profesor Santiago de Molina.

El arquitecto y profesor Santiago de Molina. / Páginas de Espuma

Pocos podían contar con semejante deriva de la postmodernidad, pero lo cierto es que el siglo, todavía incipiente, nos ha dejado ya esta notable paradoja: mientras la arquitectura pública tiende a hacerse más aparatosa, compleja, ausente de su propio entorno, enfrascada en el alarde, armada en volúmenes espectaculares e inhumana en fondo y forma, el espacio donde viven las personas, la casa, se ha ido haciendo cada vez más estrecha, mínima, incómoda, objeto de remedos efímeros y depositaria de decisiones improvisadas y mal ejecutadas. En realidad, el contexto definido por la especulación inmobiliaria y el utilitarismo con el que los poderes políticos y económicos asimilan los espacios públicos logran que la paradoja se resuelva en una solución plena de sentido. Así que frente a esta tendencia ya plenamente asentada, ante la consignación de la ciudad como atrezzo para el desfile y de la residencia como cajón para la supervivencia, según la tónica reforzada durante los últimos años, la reivindicación del ámbito doméstico como medida de la experiencia humana se convierte en un ejercicio de resistencia, también, política. Esta es la idea que centra y articula el último libro del arquitecto y docente Santiago de Molina, Arquitectura de las pequeñas cosas (Páginas de Espuma), con la que su autor ganó recientemente la última edición del Premio Málaga de Ensayo. De Molina, arquitecto y profesor de largo recorrido, entre cuyos reconocimientos figura el León de Oro recibido en 2016 en la Bienal de Arquitectura de Venecia, presenta un libro que contiene a su vez una invitación a revisar de manera crítica y significativa la relación del ser humano con el mundo como hábitat. Y, para ello, echa mano de un amplio pero accesible aparato de referencias del arte y la propia arquitectura, en una panorámica histórica y harto ilustrativa.

Santiago de Molina invita a prestar atención a lo cotidiano como cauce para la relación entre el habitante y su espacio a través del tiempo

“¿Qué pueden enseñarnos la casa y sus habitaciones?”, se pregunta De Molina en su obra. Para responder a su propia pregunta, el autor comienza con una revisión crítica de la idea de lo cotidiano, inherente al Homo sapiens especialmente desde que el mismo manifestó sus primeras tendencias sedentarias, vinculadas a la agricultura. “El recién nacido agricultor vio aparecer con ese cambio de vida un nuevo modo de relacionarse con el tiempo”: frente al carácter mutante e impredecible del mundo, ante el que el nómada sólo podía reaccionar desde el pánico, la casa funciona como una concreción de ese mundo en el que el ruido se convierte en rumor. En consecuencia, la casa hace las veces de contenedor del tiempo, de ecosistema en el que las distintas costumbres y rutinas van acumulándose en un palimpsesto revelador. Santiago de Molina invita así a volver al denostado ámbito de lo cotidiano, porque es ahí donde se da la proporción justa de la experiencia. Pero esta atención exige, ante la evidencia de que lo cotidiano siempre se pasa por alto, un nuevo paradigma: “Caminamos ciegos ante una nube de minúsculos acontecimientos que nos suceden a diario (…) Esta poderosa sustancia gris y cargada de levísimos sabores se funda en un constante sobreentendido. O tal vez en un malentendido”. Fue Georges Perec, el gran apóstol de lo cotidiano, quien formuló la misma pregunta en términos más hondos: “Lo que ocurre cada día y vuelve cada día, lo trivial, lo cotidiano, lo evidente, lo común, lo ordinario, lo infraordinario, el ruido de fondo, lo habitual, ¿cómo dar cuenta de ello, cómo interrogarlo, cómo describirlo?” Para Santiago de Molina, este interrogante interpela “a cada habitante y cada arquitecto”. Posiblemente no haya mayor reto para la arquitectura contemporánea que hacer aflorar lo cotidiano, apartar el velo, identificarlo, nombrarlo, porque en ese cotidiano estamos nosotros.

Portada de 'Arquitectura de las pequeñas cosas'. Portada de 'Arquitectura de las pequeñas cosas'.

Portada de 'Arquitectura de las pequeñas cosas'. / Páginas de Espuma

El autor ahonda así en la “estafa moderna” que entraña el “abismo entre los usuarios y la arquitectura” en el que ahondaron figuras como Le Corbusier y Mies Van der Rohe, con guiño especial a la casa Farnsworth. Mientras tanto, otros arquitectos como Bruno Taut y Heinrich Tessenow “se aproximaron a una arquitectura donde la fricción entre la obra y sus habitantes se antepuso a la pura voluntad de vanguardia”. En la arquitectura  de Alison y Peter Smithson, “lo pequeño no solamente es hermoso, también es la muestra de que es posible una atractiva incorrección”. Igual tensión se percibe a la hora de definir lo cotidiano desde la filosofía: para Heidegger, “la costra que recubre la existencia cotidiana” es justo lo contrario de la “vida auténtica”. Henri Lefebvre, sin embargo, sentencia: “Declaramos la vida cotidiana objeto de la filosofía, precisamente en tanto que no filosofía. Decretamos incluso que, como tal, es el objeto filosófico”. Pero la voluntad contemporánea de lo cotidiano no está exenta de peligros, especialmente uno al que Santiago de Molina llama por su nombre: Ikea, cuya “oscura trastienda se apoya en la turbadora dosis de homogénea y sana felicidad exhibida en sus catálogos y en un modo de venta que está lejos de ser el muestrario de un hogar idílico”. En Ikea, el hogar es un cúmulo de rincones “dispuestos para atrapar la atención y para hacerlo de manera segregada del resto de consumidores” que presentan “falsos dormitorios, cocinas o salones”. En estos rincones, “el potencial consumidor se escinde del flujo continuo del recorrido, a la vez que es sutilmente invitado a permanecer unos instantes soñando el privado acto de habitar”. Por el contrario, la habitación a medida de la experiencia humana se ofrece “como perfecta intermediaria para comprender qué sucede en la tramoya de la arquitectura”. En su seno “no puede hallarse el brillo cegador del espectáculo (…) pero sí una especial y provocadora fosforescencia del tiempo que abre el pensamiento global de la arquitectura”.

Santiago de Molina propone así una nueva manera de habitar el mundo, con un protagonismo de lo cotidiano que esclarezca la relación más sana, fértil y duradera entre el habitante y su espacio. Frente a la lucrativa espectacularización de todos los órdenes relativos a la arquitectura, las pequeñas cosas contienen el poso más preciso del tiempo del que, como seres humanos, estamos hechos. Esta revolución urge. Antes de que el derecho a la habitación se convierta por completo en un privilegio.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios