De libros

La asunción del prototipo

  • Rey Lear rescata el libro iniciático y alimenticio de Francis Scott Fitzgerald nacido en entregas entre 1928 y 1929.

La adolescencia de Basil Duke Lee. Francis Scott Fitzgerald. Rey Lear. Madrid, 2012. Traducción de Susana Carral. 288 págs. 19,95 euros

Cuando a Ernest Hemingway le dio por decir aquello de que "toda la literatura moderna estadounidense procede de un libro escrito por Mark Twain llamado Huckleberry Finn" estaba sentando, seguramente a cara de perro, un precedente de peso para cualquier incauto que decidiera abordar una historiografía de la literatura norteamericana. Con la aparición en 1951 de El guardián entre el centeno quedó confirmado que la genética de esta literatura llevaba impreso lo que cierto filólogo de imaginación enfermiza (llamémosle por su nombre: Johann Carl Simon Morgenstern) bautizó como bildungsroman, y la tradición siguió posteriormente su curso hasta hitos como Mr. Vértigo de Paul Auster. Así que cabe preguntarse de qué modo el preadolescente, o el adolescente ya consumado, o el tránsito del uno al otro, constituyen un lugar común en el santoral americano. Para arrojar un poco de luz, la editorial Rey Lear rescata en su catálogo un texto no precisamente popular y considerado menor dentro de la producción de Francis Scott Fitzgerald (Saint Paul, Minnesota, 1896-Hollywood, 1940), La adolescencia de Basil Duke Lee, adscrito a la tradición antes referida pero poseedor de claves notoriamente singulares. Scott Fitzgerald es uno de los autores del canon estadounidense más celebrados de la actualidad, no sólo por haberse convertido en recurrente para el Hollywood al que entregó sus últimas dosis de inspiración (el sello Reino de Cordelia, hermano de Rey Lear, acaba de lanzar también una nueva edición de El gran Gatsby a cuenta del inminente estreno de la adaptación de Baz Luhrmann) sino por la reivindicación que hacen de su obra y su magisterio algunos de los autores que en los últimos años han venido a buscar las cosquillas a la literatura no sólo norteamericana, sino también europea (sirva en España el ejemplo de Joaquín Pérez Azaústre). Así que el rescate (algún rescate tenía que servir para algo) arroja una luz nueva, y no es poco, sobre uno de los pilares de la añorada Generación Perdida.

El origen de La adolescencia de Basil Duke Lee es puramente alimenticio: a finales de los años 20, Scott Fitzgerald vivía asfixiado por las deudas y la degeneración de su esposa, la inevitable Zelda Sayre, adicta al lujo, enferma de esquizofrenia y compañera del escritor en sus frecuentes descensos al infierno del alcohol. En consecuencia, aceptaba prácticamente cualquier encargo literario, a menudo a cambio de estipendios cada vez más rácanos, con tal de ganar algo de estabilidad. En realidad, como la mayoría de los escritores americanos de su tiempo, Scott Fitzgerald aceptó desde sus inicios los trabajos por encargo con cotidiana naturalidad, pero entre 1928 y 1929 la situación se hizo tan angustiosa que estos servicios se hicieron imprescindibles a vida o muerte. El autor trabajaba por entonces en la escritura de Suave es la noche pero el contrato firmado con The Saturday Evening Post para la publicación de La adolescencia de Basil Duke Lee por entregas tuvo connotaciones de clavo ardiendo. La serie alcanzó con notable éxito ocho capítulos mientras que un noveno, el que abre la edición que aquí nos ocupa, terminó apartado por recomendación de los editores. En él, un Basil Duke Lee de 11 años acude a una fiesta en la que los niños y niñas terminan jugando a darse muchos besitos, lo que los ilusos responsables de la revista consideraron impropio además de inverosímil. Asistimos así al Scott Fitzgerald menos Scott Fitzgerald, al menos agasajado por sus grandes títulos, pero uno de los grandes aciertos de esta reedición es la oportunidad de comprobar que el genio del escritor malviviente late con generosidad en todo lo que escribió. Tal vez Basil Duke Lee haya envejecido más y peor que El gran Gatsby, seguramente algunas de sus páginas huelen a ropero de viuda, pero los rasgos con los que su creador tan admirablemente construye personajes enteros y reconocibles, en carne y hueso, así como su extraordinaria capacidad de equilibrio y mesura (nada sobra, nada falta), no están aquí menos presentes que en cualquiera de sus otras obras.

A través de estos nueve capítulos, Scott Fitzgerald cuenta la historia de Basil Duke Lee desde que tiene 11 años hasta que cumple los 17 y se dispone (o no: queda en el lector la oportunidad de descubrirlo) a ir a la Universidad. El protagonista crece en la América ya sesgada por la inminente Gran Depresión, la que terminó hundida en el Crack al que este relato sirvió de preludio, si bien este contexto únicamente se filtra en las páginas a través de detalles aparentemente intrascendentes, aunque finalmente decisivos. Pero en La adolescencia de Basil Duke Lee Scott Fitzgerald abraza una intención autobiográfica hasta reivindicarse a sí mismo, en un ánimo no exento de narcisismo. El lector disfruta entonces descubriendo al autor en el Basil Duke Lee que ambiciona el cambio a los pantalones largos, el que lee por las noches para distraer su soledad, el que decide montar en el colegio toda una obra de teatro para acercarse a la chica que le gusta (la cual, claro, termina aceptando sólo por acercarse a su vez a otro chico del reparto) y el que pone todo su empeño en que dejen de llamarle Mandón. Y es la ternura con la que Scott Fitzgerald pinta la inocencia del protagonista, con el fin de encandilarse a sí mismo, la que termina jugando a su favor. La adolescencia de Basil Duke Lee no es tanto (como pretende el prólogo del editor) un anticipo de El guardián entre el centeno de Salinger sino la asunción del prototipo que terminaría llamándose Francis Scott Fitzgerald. Tan dentro de la tradición como fuera de ella.

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