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Viaje en autobús | Crítica

Un barroco con boina

  • Cátedra recupera, con textos desechados por la censura, el célebre 'Viaje en autobús' de Josep Pla, en la minuciosa edición de Xavier Pla

Josep Pla en compañía de un barbado Camilo José Cela

Josep Pla en compañía de un barbado Camilo José Cela

Una meritoria edición de Xavier Pla nos trae de vuelta este Viaje en autobús de Josep Pla, publicado por vez primera en 1942, al que ahora se añaden, felizmente, algunos textos desechados por la censura. Más interesante que tales descartes, sin embargo, al lector de hogaño acaso le sorprenda cuanto la censura dejó pasar sin inconveniente alguno, y que compone un irónico, devastador y, en apariencia, inocuo, retrato de la posguerra española.

La lujuria barroca de Pla es la misma que aqueja a otro levantino. Me refiero a Azorín

Pla es, junto con d'Ors, uno de los grandes escritores españoles del siglo XX. Escritores ambos en castellano y catalán, y ambos orillados por la acostumbrada avilantez política española. A esto se añade otra peculiaridad que pudiéramos llamar de época. Tanto Pla como d'Ors se precian de ser escritores anti-barrocos, que buscan la sencillez en una escueta construcción de las frases. Sin embargo, ambos mienten. No sólo porque d'Ors sea uno de los formuladores teóricos del arte barroco, en los años 30, sino porque ambos son dos extraordinarios adjetivadores, cuya sintaxis obra a modo de percusión, rauda y solemne. Volviendo a Pla, su lujuria adjetival es la misma que aqueja a otro levantino prestigiado de pureza (y todos con Montaigne como modelo literario). Me refiero a Azorín, cuya lujuria archibarroca era, no obstante, una lujuria fonética, arcaizante, sustantiva, pareja a la que posee a este falso lugareño con boina que fue Josep Pla, cuando escribe, por ejemplo: “flotaba en el aire la melancolía exquisita y acerba de la bengala quemada, de la fiesta extinguida”. Y cuando, más adelante, observa: “Sobre el mar, las viñas en declive van perdiendo sus rubias formas pomposas”.

Pues bien, este payés que cita a Burton, embriagado por la adjetivación y su música, confiesa que aspiraba “a la desnudez estilística, a la simplificación máxima de la manera literaria”. A lo cual añadirá que dicho esfuerzo no había sido logrado. Asunto en el cual hay que darle, gozosamente, la razón.

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