FERIA Tiempo Sevilla | Este martes se espera que sea el día más caluroso en la Feria

Cámaras secretas | Crítica

Extranjeros de sí mismos

  • Luis Jorge Boone compone una reveladora aproximación al dolor y la enfermedad a través de la literatura en su ensayo ‘Cámaras secretas’ (Siruela), una obra delicada y sutil de alto vuelo poético

El escritor Luis Jorge Boone (Monclova, México, 1977).

El escritor Luis Jorge Boone (Monclova, México, 1977). / Víctor Benítez

En una entrevista reciente, el escritor rumano Mircea Cartarescu afirmaba que, después de escribir durante cincuenta años, había llegado a la conclusión de que “lo único real es lo que provoca sufrimiento”. Pocos acontecimientos son tan capaces de transformar la experiencia, atravesarla y negarla o, por el contrario, fortalecerla, como el dolor y la enfermedad. Sin embargo, por más que los debates en torno a la atención primaria, la sanidad pública, la eutanasia y hasta la respuesta social a una pandemia adquieran la gravedad más notoria de la agenda política, la condición del enfermo se resuelve siempre en una intimidad incómoda, oculta y desplazada: si es fácil encontrar la gestión administrativa del dolor en boca de todos, el dolor en sí constituye un anatema bajo el pacto por su invisibilidad, el apartamiento, la sanción de la comunidad, la superstición y el miedo al contagio. Seguramente por esta misma resolución intransferible, la enfermedad ha tendido siempre puentes inspiradores con la creación literaria: gran parte de las principales obras de la literatura universal fueron escritas en condiciones precarias de salud, al tiempo otra proporción no menos destaca aborda el dolor como tema esencial, en diversos grados de confluencia entre ficción y no ficción. La conclusión a la que llega Mircea Cartarescu (recordemos su filiación decisiva al idealismo centroeuropeo) puede resultar polémica, pero no está exenta de razones. Lo que sí es seguro es que un enfermo difícilmente va a conceder una definición más convencida de realidad a cualquier manifestación distinta de su enfermedad misma. El dolor adquiere una calidad axiomática en ese mismo espectro de la experiencia: todo lo tamiza, en todo palpita y a todo trasciende. Escribir desde la enfermedad es así escribir desde un afuera, desde un desplazamiento del eje que en la salud había sido más consciente, ahora negado. Para el enfermo, esa condena social al exilio de lo invisible, de lo que no podemos ver para que no nos pueda sacudir, se da en su propio cuerpo, un territorio que a menudo se torna desconocido, inexplorado, como un parto inverso. En su ensayo de 2015 La mujer de pie, Chantal Maillard alumbraba la expresión más precisa de esta otredad: donde la enfermedad se erguía como argumento decisivo y absoluto contra la relatividad impuesta por la postmodernidad, la poeta y filósofa advertía de que no hay nada en el dolor que pueda considerarse constituyente de un sentido. Más bien al contrario: el sentido de lo que se creía ser queda disuelto en el dominio de la enfermedad. Otra cosa es que, como afirmaba Beckett, una vida sin sentido pueda ser vivida, incluso, de manera dichosa, igual que una vida enferma. De nuevo la escritura desde y en torno al sufrimiento se sostiene donde nada se puede dar por sentado.

Cámaras secretas Cámaras secretas

Cámaras secretas / Siruela

Ya Susan Sontag distinguía en La enfermedad y sus metáforas una doble ciudadanía en lo relativo al cuerpo: “la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos”. Esta escisión escrupulosa es el punto de partida de Cámaras secretas, el ensayo del poeta y narrador Luis Jorge Boone (Monclova, México, 1977) publicado recientemente por la Editorial Siruela. El subtítulo de esta obra, Sobre la enfermedad, el dolor y el cuerpo en la literatura, es altamente ilustrativo, pero no espere el lector encontrar aquí la previsible acumulación enciclopédica de referencias literarias sobre el tema, sino una verdadera exploración (esta sí, sentida, lúcida y bien guiada) por determinadas cuestiones relativas a la enfermedad que encuentran una afirmación sustanciosa en lo que antes han escrito otros, desde la ficción, la no ficción o el espacio que ambas cohabitan, a menudo desde la enfermedad misma. Se trata de un libro de escritura lenta: Boone empezó a esbozarlo en 2009 y desde entonces ha ido trabajándolo en él, calentándolo y dejándolo enfriar, a tenor de la propia mala salud o del modo en que la pandemia arrojaba interrogantes sonoros a lo ya escrito. Boone se refiere a los enfermos como “extranjeros de sí mismos”, en virtud de esa otredad, de esa realidad incorporada y aplastante que es el dolor, y lo cierto es que la fórmula funciona. El autor teje su discurso, principalmente, entre referencias literarias de las últimas décadas del siglo XX y la primera década del siglo XXI, aunque se remonta a Kafka, Thomas Mann o Katherine Mansfield cuando lo considera oportuno. El gran valor del ensayo se encuentra, tal vez, en su carácter no sistémico, en un discurso más decididamente poético que asume el compromiso, tan honroso, de llamar a las cosas por su nombre: “Los juicios que hacemos sobre los demás pecan de ligereza. Erramos al apreciar y terminamos despreciando. Lo menos es nada, lo más es demasiado, lo justo es mediocre”. 

Quizá el gran valor del ensayo es su renuncia a un carácter sistémico en favor de una iluminación poética

Escribe Luis Jorge Boone sobre el cuerpo, con la advertencia de Martín Caparrós: “Si pudiéramos ver el cuerpo bajo la piel, ya no podríamos volver a pensar en otra cosa”. Y su prolongación, el androide, en Karel Çapek y en Mary Shelley, como promesa de un cuerpo sin dolor. Adopta el autor una posición psicoanalítica para escribir sobre la salud y la enfermedad mental, de la mano de Oliver Sacks pero también de Don DeLillo y Norman Spinrad, en quienes encuentra una posible mirada a la inmortalidad, “la salud perfecta”. Escribe también sobre el amor y el deseo como enfermedad y remedio, desde Philip Roth hasta una espectacular entrada en escena de Lope (“Desmayarse, atreverse, estar furioso, / áspero, tierno, liberal, esquivo”), antes de detenerse en una diversa nómina de autores maltrechos que hicieron gala de su exilio en su oficio y que advirtieron hasta qué punto enfermedad y escritura terminaban siendo lo mismo: Sylvia Plath, Abigael Bohórquez, Roberto Bolaño (“Literatura + Enfermedad = Enfermedad”), Carson McCullers, Héctor Viel Temperley, Tomas Tranströmer, María Luisa Puga y H. P. Lovecraft. Dedica Boone la última de sus Cámaras secretas a su propia experiencia con el dolor y al modo en que éste se convierte en materia literaria. El resultado es un viaje de una delicadeza extraordinaria, sutil y honesto, que expresa las preguntas oportunas. Para las respuestas, claro, cada cual tendrá que partirse la cara.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios