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Ensayos de un buscador espiritual | Crítica

La entraña del bosque

  • Errata naturae publica una selección de ensayos del norteamericano R. W. Emerson, donde a su linaje romántico, a su idea trascendental del hombre, se une un utopismo naturista todavía hoy subsistente

Imagen del ensayista norteamericano Ralph Waldo Emerson (Boston, 1803-Concord, 1882)

Imagen del ensayista norteamericano Ralph Waldo Emerson (Boston, 1803-Concord, 1882)

Se recogen aquí siete ensayos del pensador norteamericano Ralph Waldo Emerson, pensador de marcado carácter romántico, que no solo trasladaría al Nuevo Mundo el escalofrío pánico, la inquietud trascendental de la renovada estética europea. También dispondría allí, en las vastas soledades del norte americano, cierto ideal de pureza, donde a la soberanía del hombre debía unirse un idea fabril, una vocación de autosuficiencia, que convertía al filósofo en granjero. Esta es la modesta -y sin embargo radical- utopía que impele a Thoreau y a Emerson, pero también a Hawthorne y Bronson Alcott, a promover un utopismo agropecuario cuyos resultados conocemos, de primera mano, por una de sus jóvenes e involuntarias practicantes: la autora de Mujercitas, Louisa May Alcott.

El carácter benévolo que Emerson atribuye a la Naturaleza es hijo del mismo temblor espiritual conocido en Worsdworth

Es fácil comprender que el utopismo norteamericano goza ya de una originalidad que debe vincularse al profundo sentimiento religioso del colono (Emerson, naturalmente, era teólogo). Pero también es posible destacar dos cuestiones colindantes. El carácter benévolo, la función providente, compensatoria, que Emerson atribuye a la Naturaleza, y que es hija del mismo temblor que hemos conocido en Worsdworth. Y en segundo lugar, cuanto dicho ideal, llamémosle “adanista”, tiene de reacción a la inestabilidad social que ha glosado, por ejemplo, Burke; pero, sobre todo, al protagonismo que ha adquirido la ciudad -Paris y Londres, voraces megalópolis-, como constructora de una nueva humanidad, febril y artificiosa. No en vano, será el propio Coleridge, tan admirado por Emerson, quien dé cuenta de un nuevo fenómeno, vinculado al hacinamiento urbano: la posibilidad de perpetrar cualquier crimen, al amparo de la oscuridad y protegido por el anonimato, si un hombre carece de miedo y de escrúpulos morales. Añadamos otra cuestión, no menor, vinculada a esta idea de Naturaleza en Emerson y Thoreau: cuando el siglo XIX llegue a su segunda mitad, la Naturaleza como diosa benéfica habrá virado su signo y ahora será una fuerza demoníaca, una oscuridad abrasiva, que alcanza su culmen en Lovecraft, comenzado el XX, pero que antes ha gozado del alto sacerdocio de Ambrose Bierce.

Esta misma sacralidad invertida la encontraremos en los malditos fin du siècle, y en toda esa poética, de Lautréamont en adelante, que llega al surrealismo. También a esa presencia colosal e infausta -la selva letal y silenciosa- que conocemos por Conrad y El corazón de las tinieblas. El hecho cierto, sin embargo, es que Emerson, junto al romanticismo que inaugura el XIX, y que llevará a Chateaubriand a situar su novela Atala en los milenarios bosques de Norteamérica, todavía libres de colonos (véase, en esta misma editorial, La frontera salvaje de Washington Irving), el hecho cierto, repito, es que el romántico Emerson atribuye una virtud sagrada y regenerativa a la Naturaleza, que cabría consignar como un último recuerdo ideal del hombre urbano. Esto mismo lo habíamos encontrado ya, tres siglos antes, en la España del césar Carlos y fray Antonio de Guevara, con su Menosprecio de Corte y alabanza de aldea, escrito en la primera mitad del XVI. En Emerson, sin embargo, su prosa aleccionadora y viva viene teñida por cierta espiritualidad, con cierta conexión con las profundas fuerzas del individuo, que nos llevan a otra cuestión característica de aquella hora: la necesidad de despojarse de la tradición en pos de las facultades naturales que medran en el interior del hombre.

Esto explicaría con suficiencia el interés de Nietzsche por Emerson. Pero no es menos cierto que el terror que vive en Poe es un terror, en buena medida, psicológico. Y que la enigmática literatura del norteamericano Henry James, que guarda cierto paralelismo con la psicología de su hermano William, viene penetrada por ese mismo carácter. En Emerson es la imparidad del hombre, señero sobre una fronda amiga y providente, lo que se postula. Y son esos postulados, tiernamente utópicos, los que fracasarán estrepitosamente en el Fruitlands de Alcott. Esta misma honestidad, de linaje religioso, es el que alimenta el Arts & Crafts de Morris. Y es, al cabo, la propia Naturaleza como modelo la que, a no mucho tardar, deploraría el joven XX.

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