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Manuel Rivas

"En la fibra de la buena literatura siempre hay un relato oral"

  • El autor Manuel Rivas desanda su vida y sus recuerdos en 'Las voces bajas', una obra con estructura de novela en la que defiende los sermones humildes frente al discurso del poder.

Las páginas de Las voces bajas (Alfaguara), el libro más intimista de Manuel Rivas, desbordan amor por su familia y por la literatura. El autor de El lápiz del carpintero y Los libros arden mal novela sus memorias en esta obra que oscila entre la imaginación y la verdad para reivindicar la magia de la gente corriente. Siguiendo la estela de esa hermana anarquista que siempre le abría camino, María, a quien brinda un delicado homenaje, el periodista, poeta y novelista gallego recorre su infancia, adolescencia y primera juventud en un insólito ejercicio de libertad creativa, particularmente atento a los relatos orales.

-Ha construido este libro como una autobiografía. ¿Lo es?

-Si es una biografía es la de los otros; hablo de mí pero a través de ellos, que me llevan de la mano en este libro. Unos en un momento, otros en otro. Lo más correcto sería decir que lo escribió una especie de tercera persona porque aquí está el viaje del niño que comienza a andar y descubre el mundo, pero también la mirada de quien hoy soy, del candidato a viejo que se mete en esa cámara oscura. Ambas miradas se cruzan en otro tiempo y en otro espacio que no es el pasado, sino el presente recordado. En latín hay una palabra, inventio, que se aplica mucho a las apariciones de santos y tiene el doble sentido de invención y de descubrimiento. Eso es lo que creo que le da a este libro una condición de novela.

-¿A qué alude con la denominación de las voces bajas?

-Para empezar son las voces de los niños. Por eso el relato comienza con mi primer recuerdo de la infancia: la visión de esos dos gigantes cabezudos que representaban a los Reyes Católicos, y mi madre conjurando nuestro miedo infantil mediante el humor y la ironía, llamándonos "¡tontos!". Creo que toda la obra está hecha con esa trama: un hilo de dolor y otro de humor. Las voces bajas son, por lo demás, las voces de la intrahistoria, el sermón de los humildes. Frente a ellas la Historia es una suerte de monolito cuya forma de lenguaje es la estatuaria y el discurso. Quien tiene el diccionario tiene el poder, decía Stalin. Quien manda es el dueño de las palabras. Lo apasionante es la estrategia de las voces bajas para sortear esa sustracción del lenguaje que lleva a cabo la Historia oficial.

-Aquí asimila las voces bajas a las voces de la literatura.

-Sí, porque la estrategia de las voces bajas es siempre literaria: usar el humor, la ironía, lo carnavalesco, la blasfemia e incluso el romanticismo, tan presente en el cancionero popular, para sortear esa maquinaria, ese lenguaje intimidatorio. Nosotros nos criamos en la posguerra en un lenguaje oficial donde era todo apodíctico, incondicionalmente cierto y no esperaba ninguna respuesta. En cambio, el lenguaje de las voces bajas está hecho de preguntas, dudas y susurros, de balbuceos y de silencios. Es muy propio de las culturas populares el hacer hablar a los muertos porque es una forma de rescate pero también de apoyo.

-En su parvulario, donde durante todo un año tuvo como asiento una maleta, todos los niños soñaban con ser emigrantes. Un guiño tristemente actual en este país que vuelve otra vez los ojos a las oportunidades extranjeras.

-Un día la memoria fermenta y el libro se echa a andar. Pero siempre hay un impulso, y eso lo piensas después: esta obra que trata de la memoria es efectivamente demasiado actual. Hablo de la emigración, del desahucio o de la relación que mantenemos con las cosas. Lo mejor de la memoria es lo que reciclas y este libro es un trabajo de reciclaje, de espigar, como en el cuadro de Millet o en la película de Agnès Varda. En este tiempo volvemos a espigar no sólo por necesidad material sino también por una necesidad mental. Ha habido una marea de mierda muy grande. Lo que se llamó despilfarro y burbuja inmobiliaria de alguna forma se ha producido también en el campo del lenguaje y del pensamiento.

-En ese afán de escudriñar sus pensamientos y su propia obra también se ha reencontrado con autores que juzga esenciales. Al menos, varios de ellos son homenajeados en este libro.

-Al principio en esta obra incluía muchas citas literarias y me obligué a rebuscar más. Y unas espigas llevaban a otras como marcas que para mí se confunden. Si hablo de Samuel Beckett en Las voces bajas es porque para mí todos los viejos que veía en las tabernas me parecían Beckett. Y si menciono a Juan Rulfo lo hago porque cuando leí por primera vez sus cuentos reconocí ahí todas las conversaciones que escuchaba en mi infancia.

-Muchos de las historias que intercambian los personajes de este libro las hemos visto cobrar forma en algunas de sus novelas y libros de cuentos. ¿Qué papel otorga a la literatura oral?

-Para mí en la fibra de la buena literatura siempre hay un relato oral. Es falsa la convención de que la literatura oral no responde a una estética o elaboración sino que se la asocia con la espontaneidad, la pobreza formal o temática. Un buen relato oral requiere una construcción, una tradición y una ruptura de la tradición también.

-También repasa aquí sus inicios en el periodismo y el ejemplo que le ofreció su hermana María desde la resistencia contra la dictadura. ¿Qué queda de aquellos ideales de juventud?

-No idealizo mi período antifranquista. Además, un recurso de las voces bajas es, de alguna forma, zafarse de la Historia, intentar salirse de ella y dejar a los poderosos con la maquinaria pesada. Nosotros nos quedamos con nuestros zapatos, nuestras espigas y nuestros cuentos, parecen decir. A principios de los años 80 había mucha incertidumbre en España. Cuando parecía que salíamos de la pesadilla se produjo el golpe de estado del 23-F. Pero los depósitos estaban llenos de esperanza, pese a todos los obstáculos y trampas que sabías que había. A mí lo que me inquieta más ahora de la crisis que afrontamos es que se ha producido un vaciado de la esperanza, una sustracción. Lo de las preferentes es fastidiadísimo, que te recorten la educación y la sanidad también, pero lo peor de todo es que te sustraigan la esperanza y el sentido de las palabras, que te dejen sin palabras.

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