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Golpes de luz | Crítica

Tan mágico, tan cotidiano

La escritora Ledicia Costas (Vigo, 1979).

La escritora Ledicia Costas (Vigo, 1979). / Salvador Sas / Efe

Se reservaba la cosecha literaria española de 2021 uno de sus hallazgos más reveladores en su tramo final, lo que vino a mermar, inevitablemente, y con la mayor injusticia, su presencia en las listas consabidas (y cada vez, por cierto, menos dignas de consideración también por coyunturas accidentales como la aquí referida, aunque mejor dejaremos la cuestión para otro día) y en los balances al uso, por más que, sí, nos refiramos a una novela cuya proyección en el paisaje literario promete ser fértil y duradera. Dueña de una amplia bibliografía dirigida especialmente a jóvenes lectores, reconocida con el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil y con el Premio Lazarillo por partida doble, Ledicia Costas (Vigo, 1979) debutó en el proceloso ámbito de la literatura para adultos en 2019 con Infamia, novela cuya oscuridad consciente asentaba un precedente harto significativo, también en lo paradójico, respecto a la obra que aquí nos ocupa, Golpes de luz, publicada como la anterior en Destino para el lector en castellano aunque lanzada originalmente en gallego en el sello Xerais y traducida por la propia autora. Se trata, además de la feliz consolidación de la voz narrativa de la escritora, de un notable envite al arte de contar historias desde la médula.

Golpes de luz es muchas cosas, pero se vierte ante el lector, de entrada, como un relato narrado a tres voces con representatividad generacional dentro de una misma familia gallega: Luz, Julia y Sebas son respectivamente una abuela iracunda y deslenguada, genial y atronadora, inestable y tremenda, siempre con su martillo a cuestas y obsesionada con su jardín; una madre, periodista, que tras su separación regresa de Madrid a su pueblo y a su casa familiar, donde lucha para salir adelante a cuenta de su oficio, cada vez más precario; y un hijo y nieto de diez años, inclinado a la fantasía como vía de escape, dispuesto a defender ante quien sea que su abuela es el mismísimo dios Thor y beneficiario de la amistad de otros niños con los que comparte inquietudes y aventuras. A partir de estos mimbres, Costas teje una amplia trama interna, donde las emociones y los acontecimientos se suceden en el seno familiar, sin que falte una revelación trágica, al mismo tiempo que el contexto histórico de cada generación se filtra con una narrativa propia, un paisaje en el que caben el narcotráfico, la emigración, los cambios sociales y políticos y otros elementos reconocibles que se trenzan con el íntimo y frágil statu quo de los personajes.

En su forma de historia familiar, la novela dota de narrativa propia al contexto histórico

Ledicia Costas opta por una expresión limpia, clara y sobre todo precisa a la hora de conferir verdad a este mundo con resultados ciertamente deslumbrantes. Destaca la construcción de cada una de las voces narradoras, fiel siempre a la personalidad y a la posición de cada uno de los tres personajes respecto a su contexto histórico. Si en las palabras de Julia el mundo se resuelve en la urgencia cotidiana, la lucha diaria, con sus sinsabores y pequeños éxitos, en virtud de un realismo representativo, en Luz y en Sebas ese mismo mundo es un territorio mágico advertido desde el asombro: “Hoy cumplo ochenta años. Me pregunto cuánto tiempo me queda. Cuántos años más hasta acabar bajo tierra, condenada a ser solo una voz martillando dentro de la cabeza de Julia, como me pasa a mí con la de mi madre”, afirma la abuela para dar buena cuenta de la singularidad de ese mundo extraño. Desde esta poética sensible y bien afinada, lo mejor de Golpes de luz es el modo en que Ledicia Costas hace parecer fácil lo más difícil: alumbrar una humanidad esencial en personajes bien distintos a través de sus palabras y sus acciones. Y lograr con ello una representación fidedigna del mundo a ojos del lector.

En pleno debate sobre la naturaleza de la novela, su metamorfosis y su identidad en el presente, Ledicia Costas reivindica en Golpes de luz la vigencia que entraña una historia bien contada, con personajes bien construidos y los recursos expresivos adecuados. Tan mágico como cotidiano. 

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