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Islas del abandono | Crítica

La gran extinción

  • Capitán Swing publica 'Islas del abandono', excelente libro de la escocesa Cal Flyn sobre la capacidad de regeneración del planeta y los peligros, de distinto orden, que lo acechan

Imagen de la escritora escocesa Cal Flyn

Imagen de la escritora escocesa Cal Flyn

Una de las virtudes de este libro, excelentemente escrito, con un lirismo que no excluye, sino que gira sobre la precisión y la riqueza del idioma científico, es que Islas del abandono alcanza a plantear la totalidad de la cuestión climática así como la magnitud sus límites. Límites que se refieren a cuestiones geológicas y astronómicas, sobre las que el hombre no posee control alguno. Pero límites también en cuanto a la gravedad del daño infligido al planeta, cuyo verdadero alcance desconocemos, así como de su capacidad de regeneración, cuando el hombre cesa en sus actividades. En tal sentido, Islas del abandono ofrece una visión panóptica del problema, incidiendo, no obstante, en la apresurada “cicatrización” del planeta, incluso en sus lugares más degradados: en esos paisajes posthumanos que la escritora describe con emocionado pormenor y una sólida porción de datos.

La disminución de la población es un hecho incontrovertible y beneficioso en términos ambientales

Dos de las grandes razones que aquí se recuerdan, y que obran contra la inminencia de un apocalipsis climático, son tanto el decrecimiento de la población, ya en marcha, como el extraordinario aumento de los bosques que se ha producido en los últimos años, en Europa y muchos otros lugares del globo, y cuyas causas pueden ser de muy distinto orden, como el abandono de cultivos y la formidable proliferación boscosa que trajo la caída de la URSS. Cuando Hobsbawm escribe su Historia del siglo XX, a finales del pasado siglo, señala que uno de los problemas más urgentes de la humanidad era el crecimiento exponencial de la población, entonces en su ápice. Hoy esta tendencia se ha revertido, y la disminución de sus habitantes, en las próximas décadas, parece ser un hecho tan incontrovertible como beneficioso en términos ambientales. También, por lo dicho más arriba: la mayor capacidad de absorción de CO2 que permite este espectacular reverdecimiento planetario. Lo cual nos llevaría a la cuestión de los combustibles fósiles y sus posibles alternativas, asunto que aquí queda meramente enunciado.

La intención de Flyn es, pues, la de mostrar el modo en que el planeta cauteriza sus llagas, incluso en lugares como Verdún, Chernobil o el atolón de las Bikini. Hay algo que Flyn no olvida, y que la mejor literatura climática señala sin ambages: existe una relación directa entre el clima y la actividad solar, así como existe un vínculo evidente entre la actividad volcánica y la temperatura del planeta. El ejemplo, tan reiterado, de la erupción del Tambora, a comienzos del XIX -“el año sin verano” se llamó a 1816-, nos servirá para ilustrar tal fenómeno. Quiere decirse, entonces, que incluso revirtiendo la actividad y el influjo del hombre sobre el entorno, operan fuerzas en el planeta y fuera de él que condicionan, incluso de manera dramática, la pervivencia o no de la vida en la Tierra. La posibilidad de un megavolcán que extinga la mayoría de las especies (una “Gran extinción” que ha ocurrido ya ocho veces y que nos aguarda en algún lugar del futuro), la posibilidad de una colosal erupción volcánica que caliente el planeta es, pues, una posibilidad cierta, de naturaleza estadística.

Lo cual no obsta para que el hombre trate de eludir, con los medios a su alcance, los peligros que hoy se ciernen sobre él. En tal sentido, Islas del abandono es un libro contra quienes hoy proclaman un apocalipsis, de naturaleza teológica, que se abatirá sobre el mundo por nuestros numerosos pecados. Este libro de Flyn está escrito desde una cautelosa y no muy confiada esperanza. Esperanza que atañe a las actividades del hombre, a los procesos puestos en marcha, y a la propia y obstinada resistencia de la naturaleza. Visto desde cierta distancia, Islas del abandono es un libro contra el “optimismo” ecologista, que considera la extinción o la reversión de la actividad humana como el fin de las amenazas que penden sobre el planeta. Flyn nos recuerda que esto no es, en absoluto, cierto. Y que las fuerzas en liza superan, con mucho, la vanidad del hombre. Lo que aquí se recoge, en suma, es la enormidad de unos factores sobrehumanos, a la manera de Lovecraft, y la dramática lucha de nuestra especie por comprenderlos y aceptarlos.

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