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De libros

El hombre deshabitado

  • Cátedra edita una nueva traducción, más ajustada al original, de 'La metamorfosis'

La transformación y otros relatos. Franz Kafka. Cátedra. Madrid, 2011. 469 páginas. 16 euros.

Una de las visiones recurrentes de Kafka, según se desprende de sus diarios, fue la fantasía de la desmembración; desmembración que el escritor imaginaba de diversos modos, y cuyo resultado era siempre la dispersión y pérdida de sus restos. En cierta forma, éste también fue el signo de su obra; y no sólo por la publicación póstuma de la mayoría de sus escritos, de naturaleza fragmentaria, sino porque en Kafka, quizá de un modo ejemplar, se escenifica la disolución del yo, la sensación de ajenidad y extrañeza que caracterizó a aquella generación centroeuropea que se hace adulta con la Gran Guerra. Ahora Cátedra ha tenido el acierto de editar una nueva traducción, más ajustada al original, donde se recoge únicamente aquello que publicó en vida. Se trata de relatos, artículos y capítulos aislados de sus novelas, que vieron la luz de forma autónoma. De esta manera, La metamorfosis pasa a llamarse La transformación, como viene ocurriendo en las últimas traducciones, y el comienzo de su novela América es aquí, simplemente, el relato de El fogonero.

Como decía, en Kafka se aprecia una disolución del yo que luego asumirían las vanguardias, y que ya se muestra en Joseph Roth, Leo Perutz, Thomas Mann, Jaroslav Jasek y Hugo Von Hofmannsthal. Esto sin mencionar a Freud, que es quien ordena la compleja materia del yo, el super-yo y el ello. De hecho, cuanto se postula en la Carta de Lord Chandos de Hofmannsthal (la realidad como fenómeno críptico e indescifrable), parece tomar forma rigurosa, una década más tarde, en la obra de Kafka. Aun así, aquello que define sus relatos, prefigurando la literatura de Borges, son dos cualidades paradójicas: la suma precisión y una ambigüedad ineludible. En ambos se da una escritura a un tiempo precisa e insondable. Esto lo consigue Kafka mediante los propios mecanismos del idioma, utilizando una redacción ordenada, consecuente, meticulosa, donde las causas y los efectos, sin embargo, mantienen una relación arbitraria. De igual modo, las descripciones, en apariencia limpias y anodinas, guardan en su interior aquello mismo que las refuta o desvirtúa, como ocurre en el magistral relato Once hijos, superior quizá al resto de los incluidos en este volumen; allí, tras el tono elogioso y un aparente afán de claridad, el narrador oculta una mezquina doblez y una fatal incongruencia.

Volviendo al problema de Hofmannsthal, lo cierto es que los personajes de Kafka suelen enunciar con frecuencia esta naturaleza confusa, esa cualidad enigmática de lo real, cuyo resplandor está vedado al hombre. Incluso los animales, los seres inertes, parecen tener un lenguaje secreto, que la presencia humana silencia. Eso es lo que podemos encontrar en relatos como Chacales y árabes y La preocupación del padre de familia: animales que hablan, juguetes misteriosos, objetos locuaces, cuya utilidad última, sin embargo, se nos escapa. Se trata, en definitiva, del mundo como ajenidad y del hombre como huérfano, como exiliado, como figura orgullosa y sombra errante, que repite la condena de Nemrod, el creador de la torre de Babel, a quien se le condenó, no a la variedad de idiomas, como suele creerse, sino a una perpetua confusión de las palabras. A lo cual hay que añadir el miedo y la fascinación de lo mecánico que estos relatos anticipan. Leído tras la II Guerra Mundial, y siendo Kafka un judío de Praga, cuyas tres hermanas perecieron en el Holocausto, En la colonia penitenciaria produce vértigo, por la eficiencia mecánica que allí se reclama, humorísticamente, para las ejecuciones de reos, sin que medie juicio ni defensa. La contraparte a esta mecanización de la barbarie sería la admiración por los aviadores que se revela en Los aeroplanos de Brescia.   

Quedan, por último, las pequeñas estampas, poéticas y absurdas, verdaderos poemas en prosa, que se incluyen en este volumen. En ellas, es la ciudad, la Praga nocturna de la anteguerra, quien se aparece ante el escritor como un hermoso laberinto, como una oscura flor, tentadora e indescifrable.

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