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De libros

Las ideas en el tiempo

  • El historiador John G. A. Pocock reúne sus ensayos más significativos sobre pensamiento político.

Pensamiento político e historia. John G. A. Pocock. Akal. Madrid, 2012. 284 páginas. 23 euros.

En 1962 el historiador de cultura británica John G. A. Pocock publicó un artículo que no pasó desapercibido en Cambridge: Historia del pensamiento político. Un estudio metodológico. Planteaba la posibilidad de romper el método de análisis en el que como en una fina tela de araña se había acomodado la academia: una sucesión de modelos abstractos, concebidos por el talento de los grandes filósofos que dialogaban entre sí. Los resultados de esta fórmula desde el punto de vista de la explicación racional eran de una coherencia impecable. Pero el problema, como supo ver el joven profesor, consistía en que un mayor nivel de coherencia racional no tenía por qué indicar mejores posibilidades de verificación histórica de los planteamientos teóricos de dichos autores sino, antes bien, la fidelidad a un canon previamente aprendido. Lo diremos mejor con uno de sus ejemplos: si nos conformamos con explicar algunos pasajes de Edmund Burke desde las premisas de Hume nunca iremos más lejos y nos quedaremos sin explorar la visión que los juristas del tiempo de Burke tenían sobre el funcionamiento de las instituciones en cuya práctica y debates políticos se forjó precisamente la personalidad intelectual del joven filósofo. Aventuraba así Pocock un nuevo paradigma al modo de Thomas Kuhn (autor que había leído en sus inicios) al proponer un método de comprensión de la teoría política desde la historia, o lo que es lo mismo, de ligar la esfera de las ideas con la experiencia generacional de sus protagonistas.

El ensayo que llenó de aire fresco el encorsetado ambiente del St. John College de los años 60 abre el libro que recopila (o sería más exacto decir) desanda el camino recorrido por uno de los pensadores vivos más originales y estimulantes del panorama actual de la historia de las ideas políticas y en general de la historiografía moderna. Una aventura intelectual que pasó por Nueva Zelanda y Estados Unidos, países de frontera, quizás el lugar ideal para reflexionar sobre los principios de la sociedad civil que John Locke había imaginado precisamente en una tierra nueva. Pero estos ensayos no tratan de las ideas de Locke, de Harrington o de Burke, sino de cómo llegar hasta ellos y recuperar sus argumentos en el magma mismo del debate social donde estos cristalizaron. Un desafío que convoca al escritor como agente histórico, a sus palabras que nacen en comunidad y forman un lenguaje político, y finalmente al historiador mismo que en su afán de situarse en el tiempo termina historizando (ironías de este oficio) a quienes deseaba desenterrar de su nicho histórico.

De este último asunto nos habla, con fino humor, en Ideas en el tiempo, el más autobiográfico del ramillete de trece textos recapitulados por Pocock, quien confiesa que al pensar en el peso que las filosofías de la historia de Agustín y Hegel habían tenido en la formación de una conciencia occidental, cayó en la cuenta de que, a otros niveles, ocurría lo mismo con la tradición jurídica del derecho común inglés que había forjado el mito de la Ancient Constitution desde el cual (y frente al cual) tuvieron que definirse forzosamente los pensadores más rompedores de la revolución inglesa. El problema de estar atrapados en un lenguaje político del que parece imposible salir sin derribar la realidad que aparenta sostener desemboca en una reflexión más teórica (La verbalización de un acto político: hacia una política del discurso) sobre el uso de las palabras, nunca inocentes, que como sujetos políticos manejamos y de la dificultad de sustraerse a su dominio sin engendrar una fuerza gemela igualmente reductora pero de sentido contrario (lo que es habitual en la deriva revolucionaria). Quizás en las continuas fricciones del diálogo -sugiere- anide la única posibilidad de repensarnos como sociedad siempre que no tengamos melindres con la natural y sana impureza del lenguaje. Siendo así se puede postular, por ejemplo, que en el contexto ya muy permeado por la imprenta de la Inglaterra del siglo XVII coexistieron distintas Comunidades de diálogo (ensayo V del volumen) formadas por los oradores, sus oyentes críticos, y los prejuicios éticos y estéticos de unos y otros, y que un genio aislado como Hobbes nunca hubiera escrito el Leviatán como lo escribió sin tener presente ese coro de voces que él supo conjugar y dar forma retórica con vocabularios de estirpe muy diversa. Viene a decirnos con esto el autor que es posible emprender una historiografía del pensamiento político e incluso definir un métier d'historien (ensayo VI de la antología) como una suerte de intérprete políglota de las lenguas del poder y hasta lanzar la hipótesis de una historia de los textos como acontecimientos (en el VII).

Pero dicho todo esto y en un tour de force propio del último Wittgenstein, Pocock da un giro de 180 grados a su propio discurso en los últimos capítulos (IX al XIII) y propone pensar no ya las ideas políticas en su contexto histórico, sino la historia como pensamiento político. Llevado a un extremo: las tradiciones son instituciones y el historiador, el oficiante en el rito de revivirlas. Pero ¿cómo se conceptualiza una tradición? Esta es la médula de la cuestión que Pocock analiza comparando las soluciones históricas del pensamiento chino antiguo y de la tradición inglesa preindustrial, o también, la recepción y asimilación en Gran Bretaña de las revoluciones norteamericana y francesa. Pero no desvelaremos más.

Recordar por último que esta colección de ensayos viene a sumarse a la reciente publicación de La Ancient Constitution y el derecho feudal (Tecnos, 2011) que fue su tesis de doctorado (1957), lo que unido a su obra mayor El momento de Maquiavelo (Tecnos, 2001) y a los doce estudios recogidos en Historia e Ilustración (Marcial Pons, 2002), hacen justicia aunque tardíamente al gran historiador anglo-neozelandés y a la historia intelectual de tradición británica.

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