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La inquietud y la delicadeza

  • En 'El acero y la seda' (Editorial Traspiés), José Abad transporta a un Japón milenario y onírico Está ilustrado por el pintor José Ruanco, que propone nuevos sentidos al texto

Hasta hace muy poco, a los occidentales en general nos ha resultado difícil discernir qué hay de verdad y qué de leyenda en nuestro imaginario del país del sol naciente, un Japón idealizado, exótico, onírico. En los últimos años, sin embargo, y de la mano de Kawabata, Yoshimoto, Endo, Mishima y sobre todo de Murakami, la literatura oriental y la japonesa en particular están viviendo un momento de enorme interés en España. Sólo en Granada, como señala Ángel Olgoso en su estupendo prólogo, tres autores -José Abad, Carlos Almira y él mismo- han publicado obras inspiradas en el Japón medieval. Quizá a través de todos ellos podamos acercarnos con mayor realismo y verosimilitud a las complejas realidades de una cultura tan apasionante como desconocida y estereotipada, alejándonos de los excesos.

Este pequeño libro -en cantidad, que no en calidad-, El acero y la seda, consta de cuatro relatos: Holocausto, Kagemusha, El vuelo incierto de la libélula, El vuelo inquieto del gorrión y Un cerezo en flor y un charco de sangre. (Inevitable comentar la poesía que en sí mismo ya contiene el título de los dos últimos). José Abad explora la ambición, el honor, la fragilidad, la lealtad… manejando la intensidad con precisión. La elección del tema, la preferencia o postergación de aquello que desea contarnos, todo es condensación. No me cuesta nada imaginármelo tachando y desechando hasta entregarnos sólo lo que es fundamental para el texto, logrando así la extraordinaria concisión que nos ofrece en sus relatos.

Bajo el tema y los personajes que protagonizan cada historia, se deslizan otros temas secundarios sin los cuales el corazón del relato no latiría con tal fuerza. Así, la persecución de Oda da pie a una detallada, a la vez que concisa y poética, descripción de una naturaleza cómplice, aunque implacable. Las descripciones son tan gráficas que las imágenes van cobrando forma entre las líneas. La tensión no parece descrita sino filmada. O nos entrega escenas de realismo japonés, tejidas con un fino análisis de las relaciones humanas. La rivalidad, el amor, la pérdida y su desesperada negación, conviven con la implacable fuerza del destino, el tiempo, la fe y la fatalidad, pero también con la esperanza y la ternura.

Una enigmática persecución en la que en ningún momento conocemos al perseguido (el otro), hasta el punto de llegar a pensar que tal no existe, nos llena de inquietud y desasosiego en Kagemusha. ¿A quién busca Oda? ¿A quién persigue? ¿No perseguiría este hombre misterioso entre las sombras su propia identidad? "Nadie huye si no se siente perseguido", leemos en varias ocasiones. Sea como sea, el relato me dejó sumida en la inquietud, y en estas reflexiones me debatía cuando encontré en el prólogo el significado de la palabra Kagemusha (sombra, doble), y entonces acudieron en mi ayuda Poe, Stevenson, Kafka, Saramago, Hitchkock y no vamos a mencionar aquí los innumerables escritores y directores de cine que se han dejado seducir por la enigmática figura del doble. El enigma de la identidad del ser humano y la relación con el otro, con el universo, con el destino. La extrañeza del ser humano frente a sí mismo y frente a los otros que tantos ríos de tinta ha hecho correr y no sólo en el ámbito de la crítica literaria sino, sobre todo, en los de la psicología, la antropología y la filosofía.

El último relato, Un cerezo en flor y un charco de sangre (memoria y poesía), es el más poético en mi opinión y el más metaliterario: "al abrir un libro el lector debe estar dispuesto a correr ciertos riesgos". El tema principal es un duelo pero está salpicado, por una parte, de reflexiones sobre el azar, el destino, la amistad, la admiración del alumno al maestro y, por otra, de reflexiones metaliterarias -¿Cómo puede conocer el mundo un poeta?-, la relación del texto con el lector y la función de la literatura. Tejidos con sabiduría, temas principales y secundarios, todo el cuerpo del relato nos deja en las manos un texto redondo, sutil, sencillo y conmovedor, poblado de silencios naturales. Aún cuando sus diferentes aristas nos arañan el cerebro y el corazón. O como diría Abad en labios del maestro Senbei: "Una buena fábula, como el filo de una katana, puede hacerte un profundo tajo".

Si todo lo dicho no fuera suficiente para despertar el interés de los que aún no conocen el libro, debemos destacar que se trata de un libro ilustrado. Un entramado armónico de texto e ilustraciones, perfecto antídoto para la intoxicación producida por abuso de soportes electrónicos. Imágenes y texto capaces de expresar sin condicionarse las unas al otro. José Ruanco no trata de reiterar con la ilustración lo dicho en el texto por José Abad, sino que a través de la imagen propone nuevos sentidos al texto escrito, siéndole fiel, abrazándolo sin estrangularlo. Y si ya hemos hablado del binomio desasosiego/sutileza que recorre el texto, también las imágenes coquetean entre la inquietud que evocan y la delicadeza con la que se deslizan. Pinturas exquisitas que sugieren luces y sombras que se diluyen delicadamente en las aguadas. Los dos lenguajes que componen el libro han contado a su vez con el cuidado esmerado por parte de la editorial Traspiés, que nos ofrece un libro exquisito

Este es el libro de dos amigos, y esa complicidad que podemos ver en la fotografía de la solapa es la complicidad que en el libro mantienen el texto y la ilustración. Escritor y pintor nos entregan un libro que se lee y relee con placer, que se acaricia, se admira y se regala, más aún sabiendo como sabemos que "los caminos del escritor y el lector están destinados a encontrarse".

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