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Pensamientos del cine | Crítica

Sólo el cine

  • Tras traducir y publicar en 2013 'El cuerpo del cine', la editorial Shangrila continúa facilitando al lector en castellano las grandes ideas y los finos análisis del francés Raymond Bellour

Raymond Bellour (Lyon, 1939).

Raymond Bellour (Lyon, 1939).

Muy poco después de su edición original francesa, Shangrila puso en circulación entre nosotros el último libro de Raymond Bellour, escritor, crítico y teórico del cine y la literatura que aquí vuelve a comparecer como lo que siempre fue, un genial y superdotado espectador, un amante apasionado de un objeto de estudio –las películas, por nombrarlas en un sentido lato que el autor ha gastado tinta en matizar– que con anterioridad habíacoronado el lugar de una experiencia única y trascendente, allí donde el dispositivo-cine (silencio, oscuridad, distancia, proyección colectiva y sin interrupción) instauraba la posibilidad de un espectador pensativo al favorecer, mediante una tenue pero pregnante hipnosis, el establecimiento de hondas e inexplicadas relaciones entre cuerpos (el material fílmico por un lado, su piel de luces y sombras, su movimiento fantasmático; por otro, los actores y actrices en su fragmentaria danza de ficción; y luego, finalmente, el espectador, que proyecta el suyo, o más bien lo hace regresar al pasado, a una despreocupada "infancia del cuerpo").

Antesala, esta red de vínculos corporales de apariencia diurna pero raíz subterránea, de otra coincidencia que también alumbraría el tiempo de la proyección, el encuentro, mediado por la dupla shock-atención, entre una inevitabilidad espacio-temporal (la de la película, la de la historia que avanza fiel a su lógica) y la frágil memoria del espectador, fuente alucinada, entre la consciencia y la inconsciencia, del recuerdo de film, primer motor del deseo de la escritura, del análisis, de que la película continúe por otros medios.

La noche del demonio (Jacques Tourneur, 1957). La noche del demonio (Jacques Tourneur, 1957).

La noche del demonio (Jacques Tourneur, 1957).

Estas quinientas páginas, que recuperan artículos diseminados en revistas – especialmente en Trafic, la última aventura de Serge Daney, en cuyo legado, así como en el del filósofo Gilles Deleuze, siempre reconocidos, admirados y citados, Bellour halló el fértil territorio desde el que reflexionar sobre la posibilidad de la autonomía del cine en tiempos de cambio de paradigma y hegemonía digital–, se presentan como el "diario de a bordo" de uno de sus grandes e influyentes libros, Le corps du cinéma (2009), donde se afinaba la maquinaria conceptual –hipnosis, cuerpo(s), animalidades, emociones, memoria/olvido– que aquí se presenta en el vigor de su formación, admirándose aún mejor, antes de la cristalización teórica, la singular batalla entre imágenes y palabras que emprende quien se decide a prolongar los efectos de una película con otra lengua. Pues no andamos muy lejos del esfuerzo proustiano, del capricho del recuerdo así como del empeño de rememoración, del asalto de lo que nos hiere particularísimamente y nunca podremos olvidarcompartiendo sitio conaquello que completamos llevados por un rapto, por un anhelo de fabulación: para cerrar el círculo resulta preciso en definitivarecobrar el reflejo de la experiencia completa a partir de lo que se ha inscrito en nosotros, esa otra parte quepuede entrar en resonancia, en funcionamiento, al haberse depositado igualmente más allá de las barreras de la consciencia.

A cloud capped star (Ritwik Ghatak, 1960). A cloud capped star (Ritwik Ghatak, 1960).

A cloud capped star (Ritwik Ghatak, 1960).

A la luz de esta trastienda del trabajo analítico de Bellour debe entenderse el subtítulo del libro: "Las películas que acompañamos. El cine que intentamos recuperar". Es decir, primero, la historia íntima del espectador individual, concreto, al que, en la terminología de Jean-Louis Schefer, unas películas miraron y miran más que otras, con sus autores predilectos y periódicas reincidencias en títulos concretos: Lang, Hitchcock, Tourneur, Ghatak, Akerman, Grandrieux, Van Sant…, a los que se dedican páginas insuperables. Luego, amortiguado el golpe, revisitadoslos films, prolongadas las ensoñaciones, el analista asume la ciclópea tarea de tantear generalidades al hilo de la certera máxima de que "cada película que impacta pone en juego el todo del cine".

Y no otra cosa lleva a cabo Bellour, la intensificación del trabajo propuesto por sus mayores (antes citados; añadamos a Godard, que sobrevuela este ideario de lo que concierne "únicamente" al cine), en aras de la resistencia, de la defensa de un medio específico cuyo dispositivo sigue inalterado en la práctica desde la primigenia sesión de los Lumière. No cabe pensar en nostalgias, sobre todo en alguien que, como Bellour, lleva décadas a la vanguardia de la escritura sobre audiovisual (vídeo, fotografía, instalaciones museísticas) dentro de la esfera del arte contemporáneo. Sí en la defensa de que, si bien arrinconado, el dispositivo del cine no posee un equivalente entre los medios o los formatos actuales (de la vieja televisión a la tablet másdesproporcionada y ergonómica) en la conformación de esa irrepetible noche (silenciosa, oscura, uniforme, entre semejantes) en la que sigue proyectando su película:el directo donde trabaja nuestra memoria, amalgamada con el olvido, enuna experiencia inigualada de la que aún salimos persiguiendo eso que ha ocurrido en los planos y entre ellos, siempre y cuando haya merecido la pena.

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