De libros

Un periodista airado

  • 'Estuche Ambrose Bierce'. Ambrose Bierce. Trad. Aitor Ibarrola-Armendáriz. Alianza. Madrid, 2011. 928 páginas. 40 euros.

Alianza publica, en cuatro volúmenes, una estupenda recopilación de cuentos de Ambrose Bierce, acompañados de su célebre y mordaz Diccionario del Diablo. Cuentos que se agrupan según el tema: Cuentos inquietantes, Cuentos negros y Cuentos de soldados, a los que se añade un oportuno estudio/epílogo del traductor, Aitor Ibarrola-Armendáriz, cuya labor hay que calificar de óptima y meritoria. Quienes hayan leído el Gringo viejo de Carlos Fuentes ya conocen el probable final, todavía ignorado, del escritor estadounidense en el México de Zapata. Un final que es fácil imaginar como sangriento, y que no hace sino aumentar la leyenda de este escritor airado, turbulento, de ingenio lacerante y epigramático, cuyos contemporáneos llamaron, no sin razón, bitter Bierce, Bierce el amargo.

No obstante, y a pesar de su agitada biografía, la excelencia de Bierce radica en en la complejidad de su escritura y en la devastadora humanidad que ahí se retrata. Como dice Aitor Ibarrola en sus variados epílogos, Bierce ha sido malentendido y encapsulado durante largos años, bien en su registro más cínico y abracadabrante (el Diccionario del Diablo), bien en la temática de la Guerra Civil, donde Bierce participó como soldado. No obstante, son quizá sus cuentos inquietantes, más su humorismo negro, los que hacen de Bierce uno de los grandes escritores de la Norteamérica del XIX. En él se continúa un deslumbrante linaje que va de Poe a Hawthorne, de Crane a Dunbar, de Henry James a Edith Warthon, de Mark Twain a Jack London y un alucinado Lovecraft. Tampoco hay que olvidar su herencia europea, fruto quizá de su estancia en Londres: en el Diccionario de Bierce asoman, no sólo el Diccionario filosófico de Voltaire o el Estupidario de Flaubert; es el humor de Swift lo que parece oscurecer su pluma. En El camino a la luz de la luna, son los propios fantasmas, aturdidos y errantes, quienes viven en una mayor incertidumbre que los vivos.

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