DIRECTO Jueves Santo en Sevilla, en directo | Semana Santa 2024

El tiempo El tiempo en Sevilla para el Jueves Santo y la Madrugada

novedades editoriales

La política del odio

  • Madeleine Albright, la primera mujer en convertirse en secretaria de Estado de los EEUU bajo la presidencia de Bill Clinton, publica 'Fascismo. Una advertencia', un libro imprescindible

En los últimos años, la palabra fascista y su variante popular facha -lo de popular lo digo sin segundas- está siendo utilizada a diestro y siniestro para descalificar al adversario político, aquel que no piensa como yo, que estoy en posesión de la Verdad, obviamente. El uso despreocupado de dicho término conlleva ciertos riesgos: se incorpora a nuestra cotidianidad un significante -en apariencia, vacío de contenido- que pasa a formar parte de nuestro léxico de cada día, y se banaliza una ideología que es cualquier cosa menos banal. Las palabras fascismo y fascista deberían poner la piel de gallina, siempre. No tranquiliza descubrir que esto no se da sólo en España. Madeleine Albright, en las páginas preliminares de Fascismo. Una advertencia (Paidós, 2018), escribe: "¿Qué estás en desacuerdo con alguien? Llámalo fascista y así te evitas tener que apoyar tu argumentación con hechos. En 2016, fascismo fue la palabra más buscada en la web del diccionario Merrian-Webster, con la salvedad de surrealista, que experimentó un repentino incremento tras la elección del nuevo presidente Donald Trump en el mes de noviembre".

Aunque a veces uno tenga la impresión de que ha existido siempre, lo cierto es que el fascismo tiene una fecha y un lugar de nacimiento que explicarían tanto su aparición como su posterior arraigo y expansión. Benito Mussolini creó los Fasci di combattimento en marzo de 1919, entremezclando consignas políticas de signo opuesto -socialistas, anarquistas, reaccionarias-, depuradas en el alambique de la experiencia para quedarse con lo esencial: un nacionalismo cerril, un radical autoritarismo y el recurso a la acción violenta ante cualquier conato de oposición o disidencia. La semilla fascista halla terrenos propicios en aquellos abonados por el descontento y los prejuicios, y la Italia de hace un siglo estaba devastada por una fortísima crisis económica, política y social. Mussolini supo extraer el máximo rendimiento a aquellas condiciones favorables al extremismo y otro tanto haría Adolf Hitler en Alemania en la década siguiente, aderezando la receta fascista con un racismo exasperado e irracional; una pieza suelta que encajaba condenadamente bien en el puzzle. El fascismo es la política del odio y necesita un chivo expiatorio en quien volcarse.

La posición de Albright se cimienta en una fe inquebrantable en el sistema norteamericano

Albright, la primera mujer secretaria de Estado de EEUU -bajo la segunda legislatura de Bill Clinton-, ha conocido muy de cerca las expresiones más brutales del fascismo, el de verdad: su familia abandonó Checoslovaquia cuando ella tenía sólo dos años, antes de que entrara la horda hitleriana, y sus primeros recuerdos de infancia se refieren a los bombardeos que asolaron Londres en los primeros años de la contienda. Ya en Estados Unidos, como representante de su país en Naciones Unidas, la política estadounidense tuvo parte activa en la negociación para poner fin a la guerra que desmembró la antigua Yugoslavia. Conoció al líder serbio Slobodan Miloševic, otro ultranacionalista ungido con el óleo sacro de los salvapatrias, que instigó una serie de matanzas contra la población musulmana de Kosovo en virtud de una idea de supremacía de inspiración claramente fascista. Miloševic nunca se habría presentado como tal, pero sus actos hablaban por él. Nada que objetar. No obstante, Albright dedica sucesivos capítulos a personajes como Hugo Chávez o Vladímir Putin, que no acaban de responder a la premisa inicial, y ella misma lo reconoce; de Chávez dice que se quedó a las puertas del fascismo y de Putin que "no es un fascista en toda regla porque no le hace ninguna falta". ¿Entonces? ¿No habíamos dicho que no deberíamos usar alegremente el término fascista so pena de emborronarlo? La tiranía no convierte al tirano automáticamente en un fascista, téngase en cuenta.

Por desgracia, hablar de fascismo es imperativo en la actualidad y Fascismo. Una advertencia resultará extremadamente útil para abordar la cuestión a todas aquellas personas interesadas, que deberían ser todas sin excepción. La posición de la exsecretaria de estado se cimienta en una fe inquebrantable en el sistema norteamericano, no podía ser de otro modo, lo cual provoca un cierto desenfoque a los ojos de un europeo, pero el diagnóstico es atendible en lo esencial. Las grandes oleadas migratorias provenientes de zonas en conflicto en África y Oriente Próximo, los atentados terroristas llevados a cabo por grupos extremistas islámicos están creando el caldo de cultivo propicio para el auge de grupos nacionalistas excluyentes -nosotros, sí; ellos, no- y xenófobos, cuando no abiertamente racistas, que están avivando el fuego de la desafección hacia el proyecto de una Europa unida y solidaria. Esto está sucediendo también en Estados Unidos por culpa de esa especie de "gorila de discoteca" que tienen como presidente; Albright se sirve de la ironía para desenmascararlo: "El curso que imparto en la Universidad de Georgetown -escribe la autora- versa sobre los recursos de que dispone la política internacional y la manera de utilizarlos. Por lo que he visto hasta ahora, -Donald Trump- lo tendría muy difícil para aprobar". No es la única asignatura en la que recibiría calabazas.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios