Memorias

La rama maldita de los Windsor

  • El príncipe acierta en una cosa: el miedo es el motor exclusivo de la familia real británica

Fotomatón enamorado de Harry y Meghan.

Fotomatón enamorado de Harry y Meghan. / DS

¿Estamos ante la amarga confesión de un hijo pródigo y rechazado? ¿Cómo se lee este libro? ¿Hay verdad? Y, como tal vez se preguntó la reina, ¿qué hacemos con Meghan Markle? Qué duda cabe de que el príncipe ha hablado…

El príncipe Harry ha sabido conjurar en sus memorias, lanzadas al mundo el 10 de enero, todos los fantasmas de los Windsor. A la cabeza, el más terrible, el de su propia madre, la princesa Diana. El libro se abre con el cortejo patético de los dos hermanos detrás del féretro en el lejano septiembre de 1997 y se cierra con la muerte de la reina Isabel II, hace apenas unos meses. El viejo carro que carga el ataúd, el estandarte real que lo recubre, el paso de quienes lo siguen… Todo remite a un inquietante retorno a los ojos de un hombre que se siente desgraciado, maltratado y traicionado por su familia.

En la sombra (en inglés Spare, “recambio”, “repuesto”) vendió un millón y medio de ejemplares solo el primer día. La polémica ya había saltado semanas antes, con el adelanto de algunas anécdotas. La familia real británica, ahora dirigida por el rey Carlos, aún no se ha pronunciado, y no parece que vaya a hacerlo, sobre los trapos sucios que el quinto en la línea sucesoria ha querido lavar en público. Y las anécdotas son las que casi todo el mundo ya conoce: consumo de alcohol y drogas, que el príncipe casi pierde el pene por congelamiento en el Polo Norte, que su hermano lo zarandeó y lanzó (a Harry) sobre el platillo del perro, que Camila es mala…

Ronda desde el principio la sombra de la rama maldita de los Windsor, donde se ha colgado con frecuencia a Harry. La rama está presidida por los ilustres malditos Eduardo VIII y su mujer estadounidense Wallis Simpson. Las simpatías nazis del rey que abdicó por amor encuentran su reflejo en la fiesta en que el joven príncipe apareció disfrazado de Hitler, con esvástica y bigotillo. Y, por supuesto, no hay que olvidar a la princesa Margarita, la hermana de “la abuela” en quien ve a una precursora.Quién ha sido verdaderamente Harry es algo que no se averigua en este libro. Esto ha enfadado al mundo y a la prensa, pero es lo más normal. En las memorias se miente y se recuerda lo que se quiere. La lista de agraviados es larga. Se han enfadado algunos militares británicos por los detalles que revela de las misiones en Afganistán, en las que participó como controlador y como piloto de helicópteros. Y también se han enfadado los talibanes, que tildan al príncipe nada menos que de criminal de guerra por haber matado a unos cuantos de sus hombres.

El padre sometido a la malvada esposa y el hermano huraño y egoísta ¿habrán leído el libro?, ¿les bastará con sus propios recuerdos? Las derivas del árbol de la reina Victoria, la abuela de Europa, la tatarabuela de Harry, pueden ser desconcertantes.

Como no podía ser de otro modo, el hijo de lady Di carga sin piedad contra la prensa. El lector se siente transportado a finales de los años noventa, a la espectacularidad delirante en que se sumergía la historia, una vez que había llegado a su fin. Podíamos haber decidido que el verdadero fin del siglo XX fuera aquel túnel del Pont de l’Alma, a orillas del Sena. Para Harry, el paparazzi es el modelo perfecto del mal, el perseguidor incansable de una criatura inocente que había aprendido a salir de los sitios escondida en el maletero.

Ahora ya, veintiséis años después, las cosas han adquirido otro tono. El tiempo pasa, claro está, haciendo nuevos estragos, pero también dejando a la vista cosas enterradas. Tal vez cursis en muchas de sus páginas, las memorias de Harry aciertan de verdad en algo. El miedo, para el príncipe, es el motor exclusivo de la familia. Es, en cierto modo, la otra cara de la moneda de Netflix. El rigor institucional de la familia de Isabel II descansa sobre el verdadero pavor a desaparecer. ¿Una nueva versión de “los ricos también lloran”? Por supuesto, pero narrado con el encanto de quienes en este momento protagonizan un relevo dinástico.

El miedo ha marcado sin duda el fin del siglo XX y los inicios del XXI, y quizás la familia real británica, con toda su guardarropía, pueda servir de emblema de ese tránsito marcado por la guerra contra el terrorismo que dejó ver unas sociedades asustadizas y debilitadas. Son los años en que Harry se fue a matar talibanes. Incluso el final de esa época encuentra un reflejo perfecto en el sentimentalismo del hombre que vive en Santa Bárbara, con su familia y sus tres perros, dedicado al activismo por el bienestar mental y el medioambiente.

¿Es verdad todo lo que cuenta Harry? El mundo se ha puesto a leer estas memorias y ha aceptado su relación compleja con la realidad. Pero este es un viejo pacto, de larga tradición en la Corona británica. ¿Se impone una reflexión sobre la verdad en este tipo de obras? ¿Sobre la relación entre los vivos y los muertos a través del recuerdo? Los muchos millones de dólares que el príncipe ha ganado narrando sus memorias a quien las ha escrito, J. R. Moehringer, interrumpen el libre tráfico de argumentos.

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