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de libros

El 'velázquez' desaparecido

  • Laura Cumming, experta en pintura de 'The Observer', rastrea en su libro 'Velázquez desaparecido' el posible paradero del retrato que el sevillano realizó del Príncipe de Gales en 1623.

Detalle de 'Retrato de un hombre joven' de Diego Velázquez, propiedad del Metropolitan Museum de Nueva York.

Detalle de 'Retrato de un hombre joven' de Diego Velázquez, propiedad del Metropolitan Museum de Nueva York.

Hay un lienzo de Velázquez del que apenas hay rastro. No se sabe si está oculto, se perdió o fue destruido. Tampoco se conserva reproducción alguna de él. Una de las últimas veces que se mostró en público, allá por 1860 en Broadway, el periodista del New York Times escribió: "En este silencioso lugar puede verse un magnífico retrato de Carlos I pintado por el gran Velázquez. Es verdaderamente magnífico". "La calidez y la vida de la carne, la respiración en las ventanas de la nariz, la maravillosa profundidad de la expresión en los ojos sólo podía ser obra de un maestro", añadió.

Francisco Pacheco apenas le dedicó un par de líneas en su tratado Arte de la pintura (1649). "Hizo también [Velázquez] de camino un bosquejo del Príncipe de Gales, que le dio cien escudos", anota en el relato de la llegada en 1623 de su yerno y discípulo a la corte de Felipe IV. Antonio Palomino añadió décadas más tarde nuevos detalles: al parecer, el futuro monarca inglés, que negociaba en Madrid su matrimonio con la infanta española María Ana, le dedicó al artista "singulares muestras de afecto" ante el impacto que le produjo la tela. También Richard Ford lamentó en su Manual para viajeros por España (1845) no llegar a verlo.

Laura Cumming, crítica de arte del periódico londinense The Observer, trata ahora de arrojar luz a esta obra-fantasma del pintor sevillano en el libro Velázquez desaparecido, publicado en España por Taurus. El texto tiene algo de investigación histórica y de ensayo artístico, pero también de relato detectivesco y de memoria personal. En él sobrevuelan, además, dos biografías: la de Velázquez, lógicamente, y la de John Snare, un librero de Reading que compró un retrato de Carlos I de Inglaterra en una subasta en 1845 por ocho libras, el precio de un caballo. Esta compra, por cierto, acabó por destrozarle la vida.

"He mirado este retrato hasta que se me ha nublado la vista. He pensado en él hasta que en mi mente sólo había confusión. He dedicado mi vida a tratar de descubrir pruebas de su originalidad, mientras descuidaba todos los demás empeños", escribió Snare en una limitada pero honesta investigación alrededor del enigmático lienzo que tituló Historia y linaje del retrato del príncipe Carlos (1847). Su intención era demostrar que, en realidad, se trataba de una obra de Velázquez, y no de Van Dick, como se creía. En su texto, como curiosidad, se incluyó la primera traducción al inglés del Arte de la pintura de Pacheco.

Con datos, fechas y fuentes verificables, Cumming recrea en Velázquez desaparecido la fuerte atracción que el lienzo ejerció sobre Snare, quien, sorprendentemente, llegó a conclusiones sobre el arte de Velázquez en su Historia y linaje del retrato... que coinciden con lo demostrado más tarde por los avances científicos. "El tratamiento es libre en extremo. El pincel parece haber cruzado el lienzo y no haberse detenido ni dudado nunca... Incluso cuando el color es más sólido, siempre es vaporoso y en muchos lugares parece como si flotara en el lienzo", comenta, por ejemplo, sobre la técnica empleada por el sevillano en sus retratos.

Esta lúcida aproximación, sin embargo, no es definitiva sobre la autoría. Cumming tampoco da por cerrado el debate y se detiene más bien en seguir las pesquisas de Snare, completarlas si es posible. A mediados del XIX no existían demasiadas vías para verificar la autenticidad de una obra. En esa fecha todavía eran pocos los lienzos de Velázquez llegados a Inglaterra y los que había estaban en manos privadas, difícilmente accesibles para su comparación. Tampoco existían fotografías de los mismos y las reproducciones eran escasas y, a menudo, de poca calidad. Velázquez, además, casi nunca firmó sus obras.

Pero tan convencido estaba Snare de su atribución que, según la autora del libro, se atrevió a exponerlo públicamente. Primero, en la trastienda de su comercio en Reading. Después, en Londres, donde pudo verse en Old Bond Street a cambio de un chelín. El éxito fue inmediato. The Times calificó la exhibición como un "magnífico encuentro". "La carne del rostro está ejecutada con brillantez...", aseguraba The Morning Chronicle. The Illustrated London News lo aclamó como un hallazgo histórico; "Este cuadro por sí solo es tan valioso como una exposición entera de novedades de ayer", decía en su editorial.

Pero la unanimidad se rompió pronto. La enorme repercusión alertó a una familia aristocrática, la del ducado de Fiffe, que reclamó su propiedad con el argumento de que les había sido robado. El lienzo fue embargado hasta dos veces. El viacrucis judicial acabó con la ruina de John Snare. El librero perdió todos sus bienes, salvo el cuadro atribuido a Velázquez. "Después, había cruzado el Atlántico con la pintura separada del marco y enrollada en una lona, o en una caja de metal o bajo las enaguas de la señora Snare", enumera Cumming sobre las distintas teorías que circularon sobre cómo salió la tela de Inglaterra.La autora de Velázquez desaparecido, sin embargo, llega a demostrar que, entre el verano de 1849 y el otoño de 1850, el librero abandonó a su esposa y a sus cuatro hijos y se marchó a Nueva York, donde expuso el cuadro en varios locales de Broadway hasta que dejó de ser una novedad. Allí lo contempló Mark Twain, quien lo recogió en su columna para el periódico Buffalo Courier: "Ciertamente, en muchos sentidos se trata de la pintura más extraordinaria que hemos contemplado nunca al examinarla a través de la lente. Hay una fusión de colores y un acabado que parece porcelana. Cuando se amplía, el ojo tiene el aspecto del nácar más puro".El retrato de Carlos I llegó a colgar temporalmente de las paredes del Metropolitan Museum en 1885. "Se trata de un préstamo de Edward Snare, hijo del difunto John Snare, de Reading, Inglaterra, el descubridor de la obra -informaba el New York Tribune el 9 de junio de ese año-. El rostro es hermoso y los dedos y las manos, eminentemente aristocráticos. Se trata sin duda de una antigua obra maestra, aunque los expertos no son unánimes". Era verdad: John Snare había fallecido tiempo antes en la más absoluta pobreza. De él, como del cuadro que le costó la vida, tampoco se conserva imagen alguna.

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