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De libros

El viajero posmoderno

  • León Lasa propone en su 'Viaje a la Antártida' la descripción lírica y umbría de un mundo que se agota.

Viaje a la Antártida. León Lasa. Almuzara. Córdoba, 2013. 256 páginas. 21 euros.

Inevitablemente, el viajero actual no es un viajero épico. Las arduas travesías de Shackleton, Scott y Amundsen, en su lucha por la conquista del Polo Sur, se aparecen aquí con la vaga fosforescencia, con el prestigio sobrehumano, de una antigua fantasmagoría. Aquello pertenece a otra hora del mundo. También el derrotero del capitan Cook y Bouganville, del malogrado Mungo Park, en la aventura dieciochesca. Dice Umberto Eco, en frase afortunada y quizá exacta, que posmodernidad es volver sobre lo leído. No se trata ya de la conquista y medición del orbe; se trata, en muy distinto modo, de analizar y desglosar cuanto la ciencia, cuanto la Historia, ha acopiado durante más de dos siglos. El Viaje a la Antártida de León Lasa participa, en buena medida, de esta meditación libresca y desencantada. El hombre, su ambición de saber, no trajo, como pensó el XVIII, una era de felicidad a las naciones civilizadas y sus nuevas colonias. La circunnavegación del globo fue, en mayor grado, la espuma heroica de una meticulosa explotación mercantil, de una aventura económica.

Paradójicamente, como observa Lasa, el viaje ya no es sinónimo de riesgo; y tampoco de vertiginosa aproximación a lo ignoto. El viaje moderno es, con su rigidez horaria, con sus medidas de higiene, con su exhaustivo control fronterizo, un breve paréntesis de confort y holganza, a salvo de las inseguridades del mundo. Una parte sustancial de las reflexiones incluidas en esta bitácora, al paso por una geografía helada, vienen referidas al dramático envilecimiento del planeta, así como a la acelerada pauperización de una humanidad creciente, cuya naturaleza exponencial ya señaló Hobsbawm, hace unas décadas, como el mayor problema, tal vez insoluble, al que nos enfrentamos. Podríamos decir que Viaje a la Antártida, sobre la descripción lírica y umbría de un mundo que se agota, es también el escolio, la cotación marginal -escrita desde los márgenes de lo civilizado- a un modo de vivir que excluye y socava, que dificulta y acecha la propia existencia de las generaciones futuras. La estampa de pensionistas adinerados comportándose como jóvenes tumultuarios en el confín del orbe, relatada aquí por Lasa, produce una melancolía, un vaga pesadumbre, cuya naturaleza, cuya escenificación, parece remitir a Gibbon y su The Decline and Fall of the Roman Empire.

Ya se ha dicho al comienzo de estas líneas: el viajero posmoderno no puede atribuirse una mirada pura. Sus conocimientos, su memoria, la propia arboladura ideológica que dirige sus ojos, adivina en el paisaje, no la flora inexistente y la fauna esquiva, sino el viejo escenario de otros sucesos. No se trata, pues, ni en mayor grado, de un viaje en el espacio. Este viaje al meridión extremo es también un viaje a la gruesa tiniebla del pasado. Magallanes, Darwin, Cook, la ingente marinería española que conquistó esas aguas, el heroismo de Amundsen, la tragedia de Scott, la guerra de las Malvinas, los relatos de Verne, el deshielo irreparable de unas nieves perpetuas... Sin previo aviso, esa nieve purísima se torna para Lasa resumen del ayer y pronóstico del mañana. La vasta ajenidad del mundo, como hecho exterior, como conquista física, ya no es posible. Sí queda, no obstante, este aflorar perpetuo de la Historia que hemos dado en llamar la posmodernidad. Entonces, sobre la superficie del agua, o en la colina distante, o tras el bulto helado de unas ruinas, será lo humano, su aciago devenir, su aplazada derrota, aquello que, melancólicamente, resplandezca.

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