Levante-real betis

Europa, un mérito más que un logro (1-1)

  • El Betis resume su mejor curso en años con un partido en el que deja ver tantas carencias como virtudes. Un golazo de Jorge Molina rescata a los verdiblancos en los únicos minutos en que apretaron de verdad.

Ocho años después, el Betis regresa a Europa. El logro llega porque la condición de Champions de los dos finalistas de Copa habilita al séptimo clasificado de la Liga, pero más allá de entretenerse en discernir si el premio es merecido, si el equipo verdiblanco ha sido el mejor del pelotón o el menos lento de los caracoles, lo que es de justicia es valorar este pasaporte continental como un mérito de un grupo de profesionales que prácticamente no ha racaneado nada durante el curso sobre el césped y que, visto su desarrollo ulterior, ha rendido por encima de sus posibilidades.

El partido de ayer frente al Levante no es más que un corolario de su temporada, un muestrario abierto de cómo superar adversidades, de cómo llegar a la meta con más defectos que virtudes en su globalidad.

Y es ahí, justo en ese punto, donde hay que situar y ponderar la figura de su entrenador. Pepe Mel ha exprimido a este grupo de futbolistas hasta el límite. Sencillamente, los ha hecho parecer mejores casi siempre y faenas tan mediocres como la de ayer no hacen sino refrendar este aserto. El nivel exhibido en el Ciutat de Valencia frente a un igual, el Levante, no es ni más ni menos que el real de este Betis. Y por ahí le viene su grandeza, porque a una retahíla de partidos de medio pelo como éste ha sabido sumarle otro buen ramillete de encuentros en los que se ha manejado a muchísimas más revoluciones e incluso cuajado alguno aislado en el que ha bordado el fútbol y evidenciado una velocidad y una pegada dignísimas de esta clasificación europea que hoy celebra.

Fue justo lo que echó en falta ayer. Al Betis le ha sobrado este partido y, como muestra, aunque sea a posteriori, el punto adicionado también le ha sobrado a la vista del insuficiente empate cosechado por el rival que lo obligó a fajarse hoy, el Rayo Vallecano.

Todo hubiese sido más agradable una semana atrás con la goleada ante el Zaragoza. Pero aun habiendo caído ayer goleado en Valencia sería injusto quedarse con esa imagen en lugar de con el justo premio conseguido.

Tan sufrido anduvo el Betis ante los granotas que ni la opción de asir la sexta plaza con una victoria, algo que supo antes de jugar por la derrota del Málaga en el Camp Nou, fue capaz de espolearlo. Este partido, más que nada, les sonó a los futbolistas verdiblancos a castigo inmerecido. Y fue por ello que lo asumieron a regañadientes. Sin fuerzas casi para levantar la pelota, todos hubiesen firmado el 0-0 inicial y ahorrarse los noventa minutos.

Claro que al Levante no le valía ese planteamiento. El equipo azulgrana, sobre el que además ha recaído todo tipo de sospechas, quería la victoria. Por despedirse con una alegría ante su gente y porque podía otorgarle también, con alguna que otra carambola deportiva y jurídica de por medio, una plaza al sol de Europa.

Por eso al Levante se lo vio más metido en el partido. Su centro del campo superó al verdiblanco, en el que sólo se atisbó el inmenso agujero que quedaba cada vez que los tímidos ataques verdiblancos morían en pies de los rivales y no en la línea de fondo, ya fuese dentro o fuera de la portería.

El Betis fue ese equipo timorato y alelado de casi siempre de enero para acá. La moneda solió verse en el aire, aunque más cerca de mostrar su cruz por un fallo de Paulao o de Casto que de esa cara que le aportan los de arriba. Jugar sin tensión despierta esas sensaciones y el Betis en Valencia fue mucho de eso, un equipo que ni fu ni fa, ante el que resultó imposible juzgar si no quiso del todo o más bien no pudo.

Quizá por eso encajó el gol que lo puso en un brete. Una jugada de estrategia de banda a banda mal defendida permitió un cómodo aunque genial remate de cabeza de Pedro Ríos. Un gol, con todo, que no vino mal por cuanto sirvió para espabilar a este Betis que, de no haberlo encajado, muy bien podría haber visto a Casto recogiendo el balón de dentro de su portería algunos minutos más tarde ya sin capacidad de reacción.

Porque al Betis el partido no le gustó nunca. Le cogió asco cuando Diego Castro seis días antes se marcó un gol en su puerta y le costó más de lo deseable manejar lo que el rival le concedió tácitamente. No ha sido su fuerte este año e incluso tras el gol de Pedro Ríos le costó hacerse con las riendas.

Pero su momento lo aprovechó. El rival también ha llegado a este envite final cogido con alfileres y bastó que Rubén Pérez se remangase un poquito y que los de arriba, con la ayuda de Beñat, hilasen un par de jugadas para que Jorge Molina apareciese con un gol tan preciso como precioso.

Fue lo mejor de una noche gris. El broche adecuado a una temporada sin altibajos, regular, siempre con el objetivo a salvo, casi siempre en la zona alta de la tabla, donde pocos lo esperaban, donde lo ha situado un grandísimo entrenador, Pepe Mel, quien más allá de aquel cambio o este sistema, ha cuajado un equipo. Un equipo que jugará en Europa. Y, aunque sólo fuera por eso, los béticos deben darle las gracias. A Mel y a sus futbolistas.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios