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Fin a la depresión

  • Minimizado Los dos equipos achicaban tanto el espacio que todo se libraba entre las dos líneas de tres cuartos Letal Con el Villarreal queriendo y no pudiendo, el Sevilla se basó en la pegada de sus estrellas

Era una final de las de verdad y el Sevilla la sacó adelante con mucho oficio y una barbaridad de solvencia. En partido muy trabado por el miedo que ambos tenían a perder, la pegada de sus dos grandes estrellas, Luis Fabiano y Kanoute, iban a ser determinantes para la buena marcha del negocio. Fin a un tiempo depresivo en que la figura del entrenador estuvo demasiado en tenguerengue y fin también a un Tourmalet que el Sevilla comenzó como ha terminado, como con prisas, prisas por embocarlo y prisas para, anoche mismo, terminarlo.

A fuer de hablar de finales pasa como en el cuento del lobo, que se deja de creer en ellas hasta que ya aparece una que resulta incontestable. Y es la sensación que se tiene de este Villarreal-Sevilla mientras van cayendo goles en el portal de Casillas para que la Liga pierda tensión por su azotea. Pero este partido en El Madrigal trae mucha química en sus entrañas, que no en vano se halla en juego el premio más gordo que sigue en juego, el de la tercera plaza.

Pero en esos momentos en que siguen cayendo goles en el Bernabéu se está muy lejos de imaginar que Jesús Navas no será de la partida. Es una sorpresita 'made in Jiménez', que hay que ver la misión imposible que es adivinarle una alineación al controvertido entrenador arahalense. No está Navas y sí Konko para que Adriano adelante muchos metros su posición, Perotti juegue en la otra orilla y, ahí ya no cabían experimentos, formen Luis Fabiano y Kanoute el tándem más adelantado.

Sale a escena un Sevilla muy concienciado, muy sabiendo lo que tiene en juego. Con la defensa muy adelantada intentó meter al Villarreal en el regazo de Diego López, pero resulta que el equipo levantino replicaba con la misma moneda y así daba el resultado de que el partido se jugase en una zona muy corta del terreno de juego. Justamente se libraba entra las dos líneas de tres cuartos para solaz de Diego López y de Palop, que veían pasar los minutos sin que el fútbol se desarrollase en sus cercanías.

Y eso que el partido empezó prometedor, pues si a los dos minutos desperdiciaba Nihat una buena oportunidad de batir a Palop, en el 5 era Kanoute el que erraba al no controlar un excelente servicio de Perotti. Todo se jugaba en una franja muy estrecha y aunque todo se desarrollaba muy competitivamente y a un buen ritmo en las combinaciones, el partido discurría más a lo ancho que a lo largo. Una rosca en tiro libre de Nihat bota en el travesaño, Palop le adivina una vaselina a Nihat y un gol de Kanoute es invalidado por flagrante fuera de juego.

No ha dado mucho más de sí este partido que tiene a Duscher entre sus hombres más destacados. Es quien más interviene y eso da una buena referencia de cómo es el partido y cómo sus circunstancias. Hay tanto en juego que ninguno suelta amarras, tal es el miedo a perder por parte y parte, por parte de un Villarreal que viene de atrás y por un Sevilla que sabe que de aquel magnífico colchón que atesoraba hasta hace nada apenas queda algo que no sean sus desvencijados muelles al aire.

Y todo con el adobo de un insufrible Iturralde González, que no va a actuar en beneficio del espectáculo con su recital de interrupciones en meticulosidades que no vienen a cuento. Y así, al descanso se llega con el convencimiento de que estamos ante dos equipos agarrotados y que cada uno espera que sea el otro quien primero se desordene al intentar soltar amarras para ir al abordaje.

Transcurren las cosas de forma similar a lo de antes, pero quien tiene el duro es el único con posibilidad de cambiarlo y en el Sevilla hay varios que poseen la preciada moneda. Parece que nunca va a pasar nada, ya van doce minutos de la reanudación cuando se asocian Kanoute y Luis Fabiano, quiénes si no, para que el paulista fusile a Diego López de durísimo tiro raso.

Lo más difícil se ha logrado y sólo cabe no distraerse. Jiménez saca del campo a Perotti para que le supla Navas y que Adriano se vaya a babor. Las cosas están indiscutiblemente encarriladas cuando se produce una desaplicación que puede traer funestas consecuencias. Es a cargo de Konko, que va a echarle un borrón a su aseada reaparición. Con tarjeta amarilla desplaza estúpidamente un balón y ve la segunda cuando resta una eternidad, nada menos que veinte minutos de partido.

Adriano se convierte en defensa diestro, Pellegrini tira de toda su artillería y suple a un futbolista que tiene todas las trazas de estar en pleno declive, el argentino Ibagaza. Con un hombre más y lo bien que triangula el equipo amarillo puede pasar cualquier cosa, pero lo que pasa es magnífico para el Sevilla. De nuevo aparece Kanoute para protagonizar una contra solitaria que concreta con un zurdazo raso antes de entrar en el área. Cero-dos y a hacer gárgaras ese tiempo de depresión coincidente con el Tourmalet.

Un prodigioso desvío de Palop a tiro a quemarropa de Eguren y un fallo clamoroso del recién salido Matías Fernández al cabecear un balón en solitario son los únicos motivos de preocupación para este Sevilla que se reafirma en lo que solía, en esa tercera plaza que es el único premio que reserva esta Liga.

Era una final, que hasta el desconfiado Jiménez así lo veía. Y esa final la sacó un Sevilla autoritario que salió a la cancha con el cuchillo en la boca para no dejarlo en ningún momento de lado. Se fajó sabiendo a qué jugaba y luego le sacó provecho al tremendo caudal de fútbol de sus dos grandes estrellas, de esas estrellas que deben jugar siempre que estén para jugar. Jiménez sacó, como el Sevilla, una bola que podía haber sido de partido, léase de tercera plaza, de esa plaza que constituye lo mejor que ya puede deparar esta Liga.

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