En una ciudad como Sevilla muchos deportes se abren paso, como pueden, en una eterna lucha por la supervivencia, a menudo con la disyuntiva de elegir entre un equipo profesional o la cantera como le ocurre al Híspalis Tenis de Mesa.
Como cada año, la temporada es una batalla más allá de lo deportivo, sustentándose en la calidad de los canteranos y en unos directivos que se estrujan los sesos para sacar de donde no hay y que el proyecto no se hunda. La pasada campaña el equipo femenino logró un histórico ascenso para convertirse en la única entidad sevillana, más allá del balompié, y una de las pocas en Andalucía, en tener dos clubes en la máxima categoría. Son dos de un total de ocho, que compiten en ligas nacionales, lo que eleva el gasto con viajes, por ejemplo a las Islas Canarias para jugar en Primera Nacional, tercera categoría en España.
Un éxito que supone un problema económico que el club no ha dudado en abordar. No en vano, el club desarrolla un plan estructural de crecimiento en el que el paso adelante en lo deportivo es clave, con ambos conjuntos dando salida a los nuevos valores que se forjarán en una nave propia que la entidad está acondicionando para convertirse en una especie de centro de tecnificación del tenis de mesa andaluz.
Pero la apuesta es fuerte y en conjunto femenino pelea por la salvación en la Superdivisión, una competición cada vez más profesionalizada en la que los rivales cuentan con ayudas y subvenciones de las instituciones que les permiten apostar fuerte por jugadoras de élite.
El apoyo privado no es algo que en Sevilla abunde. Todo lo contrario. Y el dinero público, si bien es cierto que está para otras cosas, marca la diferencia cuando otras Diputaciones conceden importantes partidas a clubes de su provincia y en Sevilla las ayudas llevan congeladas más de tres años aun estando aprobadas en Pleno por la falta de personal que redacte y convoque las bases de las mismas.
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