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Horror, el balón se para

  • El Sevilla de Jiménez ha encajado 15 de sus 36 goles en saques de falta indirectos o córners · Tres tantos llegaron de penalti, lo que supone que sólo la mitad de los recibidos sobrevinieron en jugadas

No es difícil imaginar las pesadillas de Palop, Escudé o Dragutinovic ya en la cama, pocas horas después del revés ante el Fenerbahçe: están en un campo cualquiera, ante un rival que puede ser el Manchester o el Denia, qué mas da, ¡y el rival bota un saque de esquina! O peor: ¡un saque de falta indirecta! También es fácil adivinar el partido que a Jiménez se le presenta en sus más dulces sueños: un encuentro en el que el balón rueda, rueda y rueda y jamás se para, sin córners ni faltas cerca del área propia. Un imposible, vaya. Cuando se detiene el juego en campo propio, los blancos se echan a temblar. Los datos lo dicen: desde que está Manolo Jiménez en el banquillo, sólo la mitad de los goles encajados llegan en jugada. Demoledor.

El Sevilla ha encajado desde el debut del técnico arahalense -28 de octubre, novena jornada de Liga, Sevilla-Valencia- nada menos que 36 goles en 28 partidos de Liga, Copa y Champions. Y de ellos, 15 han sido a balón parado: ocho de falta indirecta, siete en un saque de esquina. Más del 41 por ciento de los goles que le hacen al Sevilla de Jiménez llegan a balón parado, un porcentaje altísimo para un equipo profesional. Si a esos quince goles añadimos los tres de penalti que transformaron Villarreal, Denia y Dépor, nos queda que sólo 18 de los 36 tantos en contra han sobrevenido en jugadas. Casi la mitad.

Pero el problema arraigó en verano. Con el semblante hierático de Juande en la banda. Fue el Sevilla a defender el 1-0 al Bernabéu en la vuelta de la Supercopa de España. Un resultado corto en cualquier campo, y cortísimo allí. Y aunque Renato marcó dos goles y Kanoute otro en la primera parte, flotó durante todo el partido una sensación de vulnerabilidad a balón parado nunca antes vista en el Sevilla pentacampeón. Sneijder primero y Guti después sacudieron a la defensa sevillista con sus envenenados envíos en faltas y córners, casi siempre rematadas por los locales. Palop sorprendió por sus alocadas salidas. Marcó Cannavaro al saque de una falta; Guti botó otra y también Sergio Ramos puso el 3-3 con otro cabezazo. Suerte que Kanoute estaba ahí para cerrar el debate.

Desde entonces, el Sevilla destapa sus vergüenzas atrás. Tras la gloriosa campaña anterior, en el seno del cuerpo técnico preocupaba, y con razón, la maltrecha rodilla del gran capitán, Javi Navarro. No iba a comenzar la temporada, y además no pudo eludir el quirófano. A mediados de diciembre, una artroscopia permitió ver que existía un daño en el alerón rotuliano de su rodilla, y que además había sufrimiento del cartílago. Traducido en tiempo, unos tres meses antes de empezar a correr. Pero los plazos se van dilatando mientras el Sevilla se desangra atrás.

Nadie ha cubierto el vacío del número dos. Del que manda, el que tranquiliza a todos, el que tira la línea donde el partido pide. Del que emerge para despejar de cabeza un cochino al centro del campo si se da el caso. ¿Qué debió pensar el valenciano mientras veía cómo sus compañeros eran incapaces de adelantarse a uno solo de los balones colgados por Alex o el zurdo Ugur Boral el pasado martes?

En pretemporada, Monchi, con buen criterio, centró sus esfuerzos en contratar a un par de centrales de garantías. No estaban ya Javi Navarro ni Aitor Ocio. Pero Boulahrouz es un catálogo de dolencias más que un caníbal y Mosquera no justifica ni de lejos los 8 millones de euros que el Sevilla pagó al Pachuca mexicano. Unos lo achacan al ritmo superior del fútbol español, otros incluso al bote distinto del balón en los campos españoles, más vivo al ser la hierba más corta. El caso es que el colombiano reincide en sus errores: precipitación en los cruces, despejes imprecisos, faltas innecesarias, despistes en la marca. Boulahrouz, cuando jugó, no lo hizo mucho mejor. Y por ahí se ha generado ya un fuego que nadie ha sofocado: Escudé, Dragutinovic, los jóvenes Fazio y Lolo... todos se han mostrado impotentes para blindar al equipo a balón parado.

Cuando Juande Ramos abandonó el barco al olor de las libras esterlinas del Tottenham, el problema defensivo ya estaba ahí. El Sevilla había encajado 10 goles en las 7 jornadas de Liga con él en el banquillo, cifra que se eleva a 23 tantos en 15 encuentros, una media de un gol y medio por partido impropia de un aspirante a empresas mayúsculas, como era este Sevilla tan ganador. Pero el Sevilla de Juande se mostraba mucho más débil con el balón rodando (19 tantos) que a balón parado (4). Los cuatro se desglosan en los dos referidos ante el Real Madrid en la Supercopa, el segundo ante el Arsenal en Londres de Van Persie al saque de una falta de Cesc, y el penalti de Messi en la Liga, que se contabiliza porque llega por un agarrón de Poulsen a Giovani al saque de una falta.

Los problemas defensivos del Sevilla de Juande radicaban más en la falta de acoplamiento de Mosquera y Boulahrouz, la bisoñez de Fazio o las ausencias de Escudé por sus problemas físicos. También por las ilógicas decisiones del técnico manchego en el fragor de partidos que se habían puesto cuesta arriba, como ante el Espanyol, en que acabó Maresca de central para alegría de Tamudo, o ante el Deportivo, que terminó el Sevilla con tres defensas, uno de ellos Daniel, a pesar del 0-0, y que acabó con el 0-1 de Riki tras jugada de Guardado sin oponente alguno.

Con Jiménez, el problema llega sobre todo cuando pita el árbitro y toca defender un córner o un saque de falta. Las alarmas se dispararon en Villarreal, donde Guille Franco cabeceó a la red dos faltas y los amarillos remataron casi todos los envíos a pelota parada. Luego llegó ese saque de esquina del Denia en Nervión que eliminaba de forma momentánea al campeón de Copa, o el golazo de Varela sin que nadie tapara su tiro, o el cabezazo a quemarropa de Acasiete en Almería, o el balón peinado por Contra en Getafe sin tiempo de reacción, o la infantil jugada ensayada de Lafita en Riazor. Entre otros. Total, 15 de 36.

El Fenerbahçe se dio cuenta de ello en Estambul y por ello Kezman se tiró al suelo en cuanto pudo el pasado martes. Lo que pasó, para qué recordarlo. Mejor mirar hacia delante y trabajar en la ciudad deportiva para tapar el gran agujero. Porque eso se trabaja en el día a día, ¿o no?

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