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Rejón al antifútbol

  • Castigo El Sevilla deja escapar dos puntos valiosísimos en la prolongación ante Osasuna por no saber jugar ante un rival muy inferior Tacañería Ni siquiera el gol de Jesús Navas supuso un mayor control

El Sevilla, un partido más, volvió a jugar con fuego frente a un adversario que está muy lejos de su teórico nivel balompédico y de nuevo se quemó. Pésimo arranque del año, por tanto, para Manolo Jiménez y los suyos cuando el mes de enero se convierte en exigente y no admite el menor descuido en su devenir. No es de muerte, evidentemente, pero Pandiani le clavó un rejón al conjunto nervionense por el pésimo juego que practicó durante los noventa y cinco minutos que duró el partido en el Sánchez-Pizjuán. Así de rotundo e igualmente injustificable es el tropiezo por la escasa entidad de Osasuna, que justificó con creces su condición de colista de la máxima categoría.

La coherencia impone que las teorías resultadistas dejan estos sinsabores. Una jugada aislada es capaz de demostrar que el castillo no era una fortaleza, sino que estaba construido sobre naipes y ayer el entramado de los locales no pudo estar más en el aire a pesar de la pobreza del adversario que estaba enfrente. Los sevillistas jamás transmitieron la sensación de controlar la situación y ése es un déficit a tener en cuenta si se compara la inversión realizada para confeccionar una plantilla y otra.

Es evidente que el fútbol tiene ese punto azaroso, que cualquier equipo puede toparse con un golpe de infortunio en un momento determinado. Pero esta vez Jiménez se haría un flaco favor a sí mismo si busca alguna justificación externa para lo que aconteció en ese fatídico minuto 91. Mucho mejor haría el técnico arahalense en ejercer la autocrítica y analizar las causas por las que los suyos no fueron capaces de controlar la situación cuando el camino estaba absolutamente llano.

Para empezar, es increíble la cantidad de opciones a balón parado que se le otorgaron a Osasuna en la recta final cuando cada vez era más evidente que ése era el único recurso de los navarros para asustar, al menos inquietar, a Palop. Podía suceder en cualquier momento y llegó la acción del gol. Balón colgado, Palop ve mucho tráfico para salir, Romaric despeja de una manera endeble para que la pelota le caiga a Masoud y éste no puede disparar peor. El problema es que la tantas veces piropeada defensa sevillista no podía estar más descolocada, con Squillaci saliendo del fuera de juego, y el balón se dirigió hacia Pandiani. Éste ni siquiera se lo creía, miró al auxiliar de Delgado Ferreiro y comenzó a proclamar a los cuatro vientos el castigo para las ideas futbolísticas que puso en práctica el Sevilla de Jiménez.

Porque esta vez ni siquiera el hecho de haber continuado como segundo clasificado en la tabla de la Liga BBVA hubiera servido como un argumento válido. El Sevilla dejó pasar un tiempo entero, el primero, sin proporcionarle ni siquiera un susto a Osasuna. Los blancos trataban de meterle ritmo al juego, pero se topaban una y otra vez con sus propios errores y también, cierto, con la descolocación de sus piezas. La pareja Duscher-Romaric ni atacaba con coherencia, ni se ofrecía en las segundas jugadas, ni recuperaba la pelota en zonas peligrosas para los rivales, ni tampoco tapiaba el camino a los adversarios a la hora de defender.

A la espera de que llegara el gol salvador, el Sevilla se conformaba, una vez más, con dejar pasar los minutos sin sufrir detrás. Eso, sin embargo, puede ser más o menos aceptable cuando enfrente está un contrincante del mismo nivel o superior, pero es injustificable cuando es Osasuna, el colista no se olvide, quien se encarga de medir tus fuerzas. En esos casos es necesario imponer el criterio propio, demostrar que Kanoute, Jesús Navas, Renato, Adriano y compañía, por no nombrar a los que se quedaron en el banquillo, tienen una calidad infinitamente superior. No se trata de cargar las culpas en los anteriormente citados, en absoluto. El camino está en facilitarles la tarea a los encargados de desnivelar y eso jamás lo hicieron los anfitriones.

Para ello, es necesario que el equipo esté equilibrado, que los hombres ocupen muchos metros del campo y un montón de cosas más que se trabajan en los entrenamientos para confeccionar un buen equipo de fútbol. Y ése es el problema principal, que el Sevilla, ayer, en Mallorca y en Génova, no fue un buen equipo de fútbol. Que nadie se ampare en que los rivales de menor calado se parapetan en torno a su propia área, porque Osasuna en ningún momento se limitó a ello, sino que fue valiente dentro de sus propias carencias.

La tragedia para el Sevilla, y para Jiménez, fue que ni siquiera controló el litigio cuando se encontró con el gol de Jesús Navas. Entonces, le faltó liquidar a un rival que casi se había entregado. Cierto que tuvo alguna ocasión clara, pero las líneas no podían estar más separadas, Romaric frivolizaba cuando ya no le quedaban fuerzas para nada y entonces llegó ese castigo inesperado por no saber defender tampoco. No es cuestión de pedir un juego de florituras, pero lo de ayer fue el antifútbol.

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