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El fin de una era: a Roger Federer sólo le queda pensar en 2012

Se acababa de clausurar una era, y sus dos protagonistas, los hombres que le dieron, se cruzaron en el vestuario. "Mucha mala suerte", acertó a decirle Rafael Nadal a un Roger Federer devastado. "Ánimo", agregó el español con la genuina simpatía y admiración que siente por el suizo. El dolor del suizo era demasiado grande. ¿Para qué hurgar en la herida? Se trataba de más que una derrota, porque el adiós a Nueva York ponía fin a ocho temporadas consecutivas en las que Federer se llevó al menos un título de Grand Slam.

En 2011 todo fue distinto, con estaciones terminales en la semifinal de Australia, la final de Roland Garros, los cuartos de Wimbledon y la semifinal del US Open. De haber derrotado al casi demoníaco jugador de tenis que es hoy Djokovic, Federer habría nutrido su aura de algo especial, porque fue él quien le cortó la racha de 43 victorias consecutivas en Roland Garros.

Pero nada de eso sucedió, y hoy ya vuela a Australia para jugar la Copa Davis, un viaje en el que podrá darle una y más vueltas a lo que sucedió. "Debí haber ganado este partido", admitió, sin tapujos, un Federer de voz ronca y gorra negra bien calada. A Federer le dolía el alma de tenista y el orgullo de campeón, y a su padre, Robert, sentado en la quinta fila, la derrota parecía haberlo golpeado más aún que a su hijo: "Prefiero no hablar, prefiero no hablar...".

¿Es el final? Sus colegas se niegan a creerlo, y Federer tiene en 2012 un año de grandes motivaciones. Por un lado, la de volver a ganar un Grand Slam. Por el otro, la oportunidad única de jugar dos veces sobre el césped sagrado de Wimbledon, ya que el All England será escenario del tenis de los Juegos Olímpicos de Londres. Porque Federer quiere jugar .

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