El otro partido

El club de los laterales muertos

  • Konko y Fernando Navarro se desdoblaron poco para quebrar la telaraña rumana

En tiempos de lírica y poesía suena estridente un renglón en prosa, pero el Sevilla también debe ser humano, como el Madrid lo ha sido con el Alcorcón o el Barça con el Rubin Kazan. Evidentemente, todos los partidos no son iguales y todos los rivales tampoco. El que el equipo de Jiménez tuvo ayer enfrente fue un puro enjambre de abejas que cegó la visión de los que ayer vestían esa camiseta aflamengada de la que tan orgulloso está Manuel Vizcaíno por su comportamiento en el merchandising.

El Sevilla no encontró esta vez la fórmula mágica, sumó la tercera derrota del curso cuando menos lo esperaba y volvió de Bucarest -soleada por la mañana pero fría por la noche- reflexionando sobre sus aires de grandeza. Porque un equipo pequeño le supo tejer a Jiménez una tela de araña tan tupida que no pudo penetrar nada más que cuando puso a Perotti en juego. La defensa por acumulación es una vieja treta táctica, tan antigua como las costuras en un balón, que en estos duelos suele dar sus frutos, sobre todo si el rival, en este caso el Sevilla, no sabe compensar esa inferioridad numérica en la zona en la que debe poner a funcionar su ataque. Un bosque siempre es mejor rodearlo que cruzarlo, pero es que los nervionenses no tuvieron el antídoto que en estos casos supone la ayuda de las bandas, de los laterales para ser más exactos.

El Sevilla, sin Adriano ni por un lado ni por otro, viene siendo el club de los laterales muertos, recordando aquella película protagonizada por Robin Williams que hacía mención a los poetas en su título y que reflexionaban sobre el Carpe Diem. Pero los que aprovecharon el momento fueron los jugadores del Unirea. Correosos, juntos y metódicos, engulleron a Kanoute, Negredo, Navas y compañía con la facilidad de un cocodrilo en las aguas del Nilo. Superioridad de piernas -un total de dieciocho- dispuestas en dos líneas de diez y de ocho. Cinco defensas sobre la cal del borde del área y cuatro más apenas cinco metros delante.

Nunca encontró el Sevilla el camino porque ni Konko ni Navarro miraron más allá de lo horizontal. Desdoblaron poco -una vez el francés en el poste de Kanoute- su posición con Navas y Capel y la victoria numérica fue rumana. Son dos futbolistas que cuando lo han querido han demostrado que saben y pueden sumar en ataque, pero a los dos les puede la comodidad. El balear llegó a sentir la guindilla de Adriano cuando éste dijo aquello de ir al Mundial por el atajo del lateral izquierdo, su puesto. Claro, eso molesta. Pero han bastado varias semanas de lesión para que el que llegara a Nervión como internacional volviera a lo cómodo. No arriesgar siempre fue su lema para que nadie pudiera señalarle por un renuncio en defensa. El marsellés, que parecía comenzar el curso expiando las penas acumuladas en su primer año, adopta la misma postura, el giro adentro y el pase en horizontal cuando ve el camino tapado.

Así, era normal que el Sevilla forzara su primer córner en el minuto 56 y así, era normal que Navas y Capel se enredaran ellos solos en la telaraña rumana o que Kanoute nunca pudiera zafarse de la obsesión de Petrescu por taparle la recepción. Sólo Perotti, un futbolista distinto porque regatea con potencia y con salida por ambas piernas -como Luis Figo- hacía que la cancela cediera, aunque al final nadie pudo entrar en la finca. Eso fue por la izquierda. Por la derecha, el único que llegó a sorprender fue Sergio Sánchez en la gran ocasión que, además, no supo culminar Konko, a quien hasta le quitaron una manga de la camiseta. A Navarro, fue una cartera -objeto casi vital que es normal perder en un mal día- cuando Varga le apretó en un balón ya casi ganado en la banda.

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