Tenis

De la crisis al récord en 13 días

  • Nadal ha superado el bache de juego y el golpe moral que le infringió Djokovic para igualar los seis campeonatos de Borg en Roland Garros.

"¡Joder, qué desastre...! ¡Así no se puede jugar, Rafael!". Rafael Nadal, miraba a su tío, molesto consigo mismo e incapaz de saber en ese momento que apenas 13 días después todo sería muy diferente.

Aquel enojo de Toni Nadal, tío y entrenador del número uno del mundo, llegó poco después de las seis de la tarde del martes 24 de mayo. Su sobrino acababa de entrar al vestuario después de sufrir a un nivel inesperado ante el estadounidense John Isner. Por primera vez en su carrera había necesitado cinco sets para ganar un partido en Roland Garros.

El enojo de Toni y la decepción de Rafael con su juego crecieron dos días después, porque el número uno venció a duras penas a su compatriota Pablo Andújar.

"O mejoro o me voy a Mallorca a pescar", resumió el jugador, que por esos días confesaba en sus ruedas de prensa sensaciones impensables en él: "despiste" al jugar, "miedo" al pegarle a la pelota, "ansiedad" para cerrar los puntos.

No era un problema de tenis, aunque sus golpes se vieran afectados: era un problema de mentalidad, y eso es mucho decir tratándose de Nadal, un jugador cuyo mejor golpe está en la cabeza.

El paroxismo del autoflagelamiento nadaliano en las ruedas de prensa llegó tras derrotar al croata Antonio Veic para avanzar a octavos de final.

"Es mi noveno año en el circuito", recordó. "Tengo casi 25, pero parece que llevo cien años jugando. Eso no puede ser. Tengo esa sensación porque es demasiado cada año, cada semana".

Y entonces notó que el monstruo que él mismo había creado se le había ido de las manos. Tanta sinceridad, tanta apertura -"no os voy a engañar" fue una de sus frases más repetidas- habían desembocado en miles de artículos en todo el mundo que hablaban de los problemas de Nadal. Ninguno descubría la pólvora, todos, en mayor o menor medida, se centraban en las dudas que el propio Nadal revelaba cada vez que hablaba con los periodistas. Y Nadal, que sigue los medios por internet, se leía a sí mismo. Y lo que leía no le gustaba.

Su tío admitía además que las cuatro derrotas consecutivas en finales ante el serbio Novak Djokovic habían afectado la confianza de Nadal.

"Le afecta en la confianza. Sí, claro", dijo el entrenador, que incidió en dos finales que no debió perder, las de Indian Wells y Miami, prólogo de dos inesperadas derrotas en la arcilla de Madrid y Roma.

"Llegas a la tierra y te pesan las dos derrotas. Es la pescadilla que se muerde la cola".

Lo mismo le sucedía a Nadal en su contacto con los medios: cada vez que hablaba, diseccionaba sus temores, ansiedades, problemas. Al rato, navegando en la web, leía artículos en los que se hablaba de sus temores, ansiedades y problemas, cosa que no mejoraba su ánimo. Un verdadero círculo vicioso.

Por eso en la segunda semana de Roland Garros cambió su táctica. Siguió hablando con sinceridad, sí, pero comenzó a poner la venda antes que la herida.

"Estoy en cuartos de final y parece que hubiera perdido en primera ronda", se quejó. Y dos días después, tras quitarse de encima con claridad al sueco Robin Soderling, el único en la historia que fue capaz de derrotarlo en Roland Garros, lanzó un mensaje optimista: "Estoy contento por haber recuperado lo que es mío".

El panorama cambiaba aceleradamente, porque la derecha de Nadal volvía a ser temible y su mente funcionaba sin temores, despistes o ansiedades. Seguía harto de tantas rutinas, de algunas preguntas de los periodistas repetidas día tras día, de los incontables compromisos que conlleva la condición de mejor tenista del planeta.

Pero Nadal ya era otro, incluso Roger Federer le daba una ayuda al eliminar a Djokovic en semifinales. Aquel número uno que había considerado "finiquitado" un mes antes en Madrid sigue siendo suyo al menos hasta el final de Wimbledon, batió al suizo en la final y Roland Garros está por sexta vez en sus manos para igualar el récord de Bjorn Borg. En el aniversario exacto de su primer título en París, el de 2005 sobre el argentino Mariano Puerta, aquel estruendoso "¡joder!" de 13 días antes es ya sólo una lejana anécdota.

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