Supercopa de Europa · La crónica

Una derrota como un gran campeón (5-4)

  • El Sevilla se rebela contra el dominio apabullante del Barcelona y es capaz de igualar un 4-1 para llevar el partido a la prórroga. Coke y Rami tuvieron dos ocasiones clarísimas para haber llevado todo a los penaltis.

Hermosa lección de fútbol del Sevilla en Tiflis. El cuadro de Emery fue capaz de resucitar sobre el césped del Dinamo Arena para coquetear con la Supercopa de Europa después de haber estado con tres goles de desventaja en el marcador. Fue emotivo, un David contra Goliat en versión moderna en la que sólo varía el final, que el gigante acaba derrotando a su enemigo, en este caso a los sevillistas, después de que éstos desperdiciaran dos clarísimas ocasiones de gol, una de ellas a puerta vacía, en los instantes finales.

Es el balance apresurado de 120 minutos de un fútbol espectacular, de un Sevilla en su enésima versión del "dicen que nunca se rinde" tratando de mantenerse en pie delante del mejor futbolista que jamás vieron los tiempos. Porque los blancos pelearon hasta la extenuación contra un Messi que fue capaz de marcar dos goles de falta espectaculares y que en otra de las que tuvo, ya cuando la prórroga se dirigía a su punto final, provocó con un disparo seco el tanto definitivo de Pedro.

Todo sucedió en un partido con mucho contenido, con demasiadas cosas para analizar y no todas ellas positivas. Pero, claro, en la balanza pesa mucho más lo bueno que lo malo en este caso y fue digna de todas las loas la forma en la que el Sevilla fue capaz de igualar el 4-1 que tenía el Barcelona en el arranque del segundo periodo. Dicho como apunte, aunque luego llegará un análisis más detallado por los errores propios de los blancos también.

Pero en el lado bueno de la balanza está que el equipo volvió a recuperar ese brillo en los ojos que solicitaba Emery en las vísperas para pelear por el título. Los nervionenses no tuvieron nada que ver con lo que habían enseñado a lo largo de la pretemporada y cuando se jugaron algo de verdad sí fueron ese equipo tozudo, capaz de no dar su brazo a torcer jamás y que provoca que sus hinchas caminen todos los días con el pecho henchido de orgullo.

Después de encajar el 4-1 en un regalo de Tremoulinas que hubiera dejado noqueado a cualquier escuadra, el Sevilla comenzó a dar pasos adelante. Primero Reyes culminaba un extraordinario centro de Vitolo; después Gameiro transformaba un penalti de Mathieu sobre Vitolo en el que el defensa del Barcelona debió ver la tarjeta roja; y, por último, Konoplyanka se estrenaba como goleador en su periplo sevillista tras un estupendo pase de Immobile. Los dos que habían provocado más dudas se ganaban el respeto de todos.

El Sevilla había sido capaz de provocar el caos en el seno del mejor equipo del mundo. La proeza estaba mucho más cerca y sus seguidores, también esa hinchada multirracial que apoyaba al Barcelona, se tenía que frotar los ojos para creerse lo que estaba sucediendo. Sólo restaba dar un paso más, pero las piernas ya comenzaban a pesar demasiado después de remar tanto tiempo en contra de la corriente y el cuadro de Emery optó por replegarse para protegerse.

¿Hubiera sido mejor mantener la inercia del paso adelante? Si el análisis se fundamenta en los dos últimos minutos, cuando tras el gol definitivo de Pedro, Coke y Rami, precisamente los dos centrales entonces, tuvieron todo a favor para haber empatado, pues sí. Ése debió ser el camino, pero el fútbol es tan fluctuante que no se sabrá jamás si con esos riesgos la bola hubiera caído del lado del más grande, de quien tiene a Leo Messi en sus filas.

Esa cuestión jamás quedará resuelta, pero sí se puede apuntar en el lado negativo, que también hay que desmenuzarlo, que el fútbol tiene su lógica y es mucho mejor no atentar contra ella. Que el Barcelona derrote al Sevilla, en la final de la Supercopa y en todos los encuentros en los que se enfrente a Emery, estaría dentro de ese parámetro. Lo que se aleja hasta las antípodas es colocar a tu mejor futbolista en un lugar diferente por el mero hecho de tener que tapar un agujero. Ésa fue la apuesta de Unai Emery en el caso de Krychowiak y, otra vez la lógica, el resultado fue un error supino. Al Sevilla no le bastó ni el golazo inicial de falta de Banega para tapar los dos agujeros, el que se generaba en el centro del campo sin el polaco y el que también surgía en el eje de la zaga con el propio Krychowiak.

Será un pelín demagógico e incluso eso es lo que se pretende en este caso generar un ejemplo hiperbólico para demostrar una teoría. ¿Se imaginan a Messi en el puesto del lesionado Jordi Alba por el mero hecho de ser zurdo y de ser un futbolista tremendamente ofensivo, como le gustan a Luis Enrique y al propio Emery? No, rotundamente no. La estrella de un equipo, y Krychowiak a falta de evaluar el rendimiento de los recién llegados, lo es en este Sevilla, siempre tiene que jugar en su posición. Lo contrario es parchear con muchas posibilidades de que por ahí se abran muchas vías de agua.

Justamente eso fue lo que padeció el Sevilla en el arranque de la calurosa noche de Tiflis. Y no se trata de hacer sangre en este caso, claro que no, pues sería muy injusto. El Barcelona es infinitimente mejor que este Sevilla y que casi todos los equipos del mundo que estén enfrente. Pero Emery es un gran autocrítico y seguro que ahora mismo se estará arrepintiendo de ese partido que ya dijo que tenía visto durante la rueda de prensa previa a esta final. Con Coke y Rami, tal y como se demostró al final, todo hubiera sido más coherente con Krychowiak en el medio, ya que fue evidente que Khron-Dehli no podía tapar los pases interiores azulgrana y que el polaco sufría demasiado atrás.

Es la parcela negativa, pero hasta eso fue capaz de ir tapando Emery para terminar con la sensación de que el Sevilla está muchísimo más cerca de ingresar en la élite de los equipos más grandes del mundo. Seguro que no tiene el poderío económico de ellos y, por supuesto, que no podrá contratar a un Messi para decantar la balanza a su favor, pero existe otro componente en el fútbol y éste es la capacidad para no rendirse. Así lo dictamina el himno sevillista y los encargados de defender el escudo y la camiseta lo cumplen a rajatabla, incluso los recién llegados Rami, Immobile y Konoplyanka para disipar las dudas de los más acelerados.

El Barcelona alzó la Copa y tiene el título en su palmarés y como tal cabe felicitarlo, porque la historia pertenece a los ganadores y no a los perdedores. Pero el sevillismo mantiene su pecho henchido. Los suyos saben comportarse como verdaderos campeones con independencia de que estén enfrente los mejores futbolistas del mundo.

FICHA DEL PARTIDO:

BARCELONA: Ter Stegen; Dani Alves, Piqué, Mascherano (Pedro, m.92), Mathieu; Busquets, Iniesta (Sergi Roberto, m.62), Rafinha (Bartra, m.78), Rakitic; Messi y Luis Suárez.

SEVILLA: Beto; Coke, Rami, Krychowiak, Tremoulinas; Krohn-Dehli, Banega, Reyes (Konoplyanka, m.67), Iborra (Ferreira, m.79), Vitolo; y Gameiro (Immobile, m.79).

Goles: 0-1, m.3: Banega. 1-1, m.7: Messi. 2-1, m.15: Messi. 3-1, m.45: Rafinha. 4-1, m.52: Suárez. 4-2, m-57: Reyes. 4-3, m.73; Konoplyanka. 4-4, m.80: Konoplyanka. 5-4, m.114: Pedro.

Árbitro: William Collum (Escocia).

Campo: Dinamo Arena.

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