Domingo sin fútbol, nuestros estadios cerrados a cal y canto, pero el milagro de la tele funcionó una vez más para llevarnos a casa esa especie de oda al fútbol que es el Boxing day. Una concatenación de acontecimientos memorables con la cumbre de un City-Leicester, un partido para la historia con un caudal de goles que servía para que incluso el poco apegado a la causa disfrutase como un niño. Un tremendo e inolvidable 6-3.

Fue la velada como imagino que debe ser la metadona para el drogadicto. A falta del pan doméstico, las tortas de esa Premier que no deja de convertirse en el espejo en que mirarse desde los cuatro puntos cardinales. Salió el equipo de Guardiola enardecido, arrollador y arrollando al Leicester, que veía cómo sólo se habían jugado 25 minutos y ya perdía por 4-0. Pero quedaba mucho partido y aquello tenía aún cosas que demostrar, un puñado de palomas en su chistera.

Levantó el pie del acelerador la azulona tropa citizen, el rival se dio cuenta, recordó que hace nada ganó la Premier, recompuso la figura y en diez minutos, del 55 al 65, puso aquello 4-3 para estupefacción de Pep, que miraba y no comprendía lo que pasaba. Pero quien tiene el duro es el único que puede hacer uso de él, Laporte tranquilizó al catalán en un poderoso salto a pelota parada y Sterling, ya con el cuerpo en caja, elevó el marcador al definitivo y espectacular 6-3 del final.

Resultó ser uno de esos partidos que tanto cabrean a los entrenadores y que tanto divierten a los aficionados. Gracias a la tele pudimos disfrutar de ese acontecimiento que los ingleses organizan para solaz de niños y de gente que tiene dificultades para acudir a los estadios en horarios laborales. Insistir en la conveniencia de copiar eso de los inventores del fútbol es predicar en el desierto, pero cómo agradecimos su difusión, qué gran hallazgo ese City-Leicester, señor...