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Lo imposible fue imposible (0-2)

  • La roja a Westermann a los 35 minutos destroza el eficaz cerrojo del Betis ante un espeso Barça Tras el descanso los de Merino ya no apretaron y decidió un error de Pezzella ante Adán

La magia del fútbol hace a veces que lo imposible no sea imposible. La esencia del Betis también lo ha llevado en su particularísima historia a convertir a veces el agua en vino. Pero ayer, el partido no quiso discutir la lógica y el Barcelona ganó, dio un paso importantísimo hacia el título de Liga, que ya tiene a sólo dos victorias más, y privó a los anfitriones de la redención que buscaban tras su decepcionante derbi de hace una semana.

El desenlace obedeció a esas casas de apuestas que daban unos 27 euros por cada uno invertido en la victoria verdiblanca. Fue, efectivamente, imposible que el Betis le metiera mano al campeón y líder.

Pero esa certeza no se explica por el juego del Barcelona, cuyas excelencias se perdieron semanas atrás. Fue una quimera que el pastoso y monocorde equipo de Luis Enrique cayera en la pradera bética porque la plausible aunque tibia competitividad del Betis, manifiesta en la primera media hora, quedó reducida a la nada cuando el árbitro Mateu Lahoz mandó a las duchas a Westermann a los 35 minutos.

Ahí, el derecho a soñar del bético estalló hecho añicos. El alemán, como el resto de sus compañeros en fase de repliegue, que fue casi siempre -la posesión final del balón fue del 75% para los catalanes-, salía de su zona como un lobo para apretar, encimar y anticiparse al azulgrana que trataba de recibir y maniobrar entre líneas. El plan de Merino funcionaba. El Betis aguardaba, pertrechado y ordenado. Aguantaba la posición hasta que Busquets, Iniesta, Mascherano o Piqué se animaban a filtrar un pase a la zona caliente. Ahí se activaba el piloto rojo y los verdiblancos cerraban líneas con agresividad y coordinación. Messi, Luis Suárez y Neymar apenas fueron surtidos de balones en ventaja. Sólo el brasileño se animó a buscarle las vueltas con cierto éxito a Bruno, central adaptado al flanco derecho por las circunstancias. Muy poco bagaje para lo que se le presuponía a un equipo con 82 puntos, el doble que su contrincante.

Merino veía desde su área técnica que el parsimonioso Barcelona no sabía la manera de llegar a Adán. Pero quizás no contó con la dificultad de Westermann a campo abierto. Si sale de su guarida, donde se tapa con su oficio y experiencia, se expone a que sus defectos lo condenen: rigidez, lentitud en la reacción ante movimientos explosivos. Messi bailó por sevillanas con él en la primera tarjeta (28') y siete minutos después, llegó tarde en su cruce ante Rakitic, al que derribó. Amarilla inapelable.

Ese partido que el entrenador linense tenía en la cabeza, y que se estaba esbozando con un tímido trazo sobre la hierba, se disipó en esa arriesgada falta. Hasta entonces, Joaquín era la punta de lanza, por delante incluso de Rubén Castro, cuando el Barça atacaba. Y si alguien de atrás recuperaba la pelota con los azulgrana expuestos, el portuense oficiaba de pantalla o lanzador para Rubén, Cejudo o Dani Ceballos, que rompían a galopar en cuanto podían salir a la contra.

Ya sin Westermann, la salida al contragolpe fue... eso, un imposible. Merino desplazó a Cejudo al lateral, al tiempo que Bruno cubría el hueco que dejaba el expulsado en el eje de la zaga. Joaquín se iba al extremo diestro para completar un resignado 4-4-1.

El brío y la agresividad del Betis se esfumó con su inferioridad de piezas. Tras el descanso, los verdiblancos se atornillaron cerca de Adán, como si de un equipo de balonmano se tratara, y los barcelonistas empezaron a recibir en tres cuartos de campo con tiempo y espacio. Un binomio letal si lo disfruta Lionel Messi. El genio argentino decidió jugar el resto del partido en zonas interiores. Se hizo con la pelota al estilo de ese fútbol de la calle en el que todas las jugadas pasan necesariamente por el dueño del balón. Ayer jugó a ser asistente.

Su zurda empezó a escupir pases al rematador y pronto, en uno con relativo peligro, Pezzella falló en su despeje acrobático, que no tocó la pelota y confundió a Adán. Rakitic marcó a puerta vacía. La jugada sacudió la tensión del líder, terminó de enfriar las gradas de Heliópolis y entregó las llaves del partido a Messi. También él dio un pase enorme a Luis Suárez para el 0-2 (81'). Siete antes, ya había habilitado al uruguayo para que fusilara a placer a Adán, que desvió su tiro a quemarropa.

La disertación de Messi fue lo único que se salió de un Betis-Barcelona indigno de tantos duelos vibrantes entre ambos. Lo demás fue tan prosaico que dolió. Lo imposible, ayer, sí lo era.

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