Nuevamente, vuelta a las andadas, terminaremos el año igual que lo empezamos. Tras un tiempo de bonanza y euforia en los estadios abarrotados, vuelta la burra al trigo, otra vez restricciones, mascarillas obligatorias y esa especie de ramadán sin remedio por el que el agua será la única bebida en el ambigú. La enésima ola devuelve la pesadilla a la sociedad y, por ende, entristece a un fútbol que había recobrado las ganas de vivir y de gritar gol.

Paralelamente nos topamos con el reparto del dinero televisivo para que no sepamos si se trata de una broma pesada. Unas diferencias entre los 165 millones de euros para el arruinado Barça y los 47 del Cádiz que hacen casi imposible la competitividad. Barça, Real Madrid y Atlético encabezan esta vergonzante clasificación y uno no termina de explicarse cómo LaLiga comete este desafuero, tan lejano del que hace la Premier para unas más justas diferencias económicas.

Y con ese sapo en el desayuno acaba el año natural de nuestra competición favorita, aunque para esta tarde se anuncie un Valencia-Espanyol que nos retrotrae a tiempos pretéritos, que un servidor vio cómo el Sevilla de Cardo tomaba las uvas en un descampado de Béjar o el Betis en el coche cama Bilbao-Madrid. Cosas que pasaron y que fueron abolidas como algún día debiera abolirse este ominoso reparto de un dinero que más que a derechos parece deberse a práctica delictiva.

Se va un año que el fútbol según Sevilla ha protagonizado a buen nivel, con el Sevilla rozando lo que ha venido consiguiendo desde aquel jueves de Feria de 2006 y con el Betis firmando una ejecutoria mejor de lo habitual. Segundo y tercero de la tabla, ambos compitiendo en Europa, 2021 se va con ambos en situación de volver a soñar con el Viejo Continente y con el pensamiento puesto en más altas cotas a pesar de lo inicuo del reparto del dinero televisivo. Feliz 2022.