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A octavos, con aprendizaje

  • Jiménez se permitió probar con dos jugadores necesitados como Romaric y Kone, cuyo gafe contagió a Duscher y eso devino en emoción · El liderato ha de esperar

Al Sevilla le va la emoción. Siempre ha sido un equipo que ha logrado los éxitos rumiándolos con incertidumbre hasta el final. No le van las grandes alfombras rojas sobre las que pavonearse. Se gusta más escuchando el himno clásico, el que recuerda lo de la casta y el coraje. Quizás por ello ayer acabó sufriendo y al final disfrutando de su clasificación para los octavos de final de la Champions, un hito que logra por segunda vez en su historia, por tercera si se incluye la Copa de Europa que disputó en la campaña 57-58, cuando cayó a manos del Real Madrid. Ayer esperaba certificar el liderato del grupo G, pero entre una cosa y otra, el Stuttgart estuvo a punto de subírsele a las barbas. Hubiera sido excesivo echar la alfombra por donde pavonearse con dos jornadas por delante.

Fue una clasificación a octavos con su buena dosis de aprendizaje, puesto que más de uno pecó de suficiente, de ir de sobrado ante un equipo alemán que se jugaba la vida, no se olvide. El entrenador, por ejemplo, se permitió usar un partido de Liga de Campeones en el que estaba en juego la clasificación para dar descanso a varios pilares y darles cancha a dos jugadores muy necesitados que agradecerían verse en el acta como titulares. Romaric y Kone, que sólo han completado hasta ahora el partido de Copa, eran de la partida mientras extrañaba ver en un partido de tanta enjundia un banquillo con Palop, Sergio Sánchez, Lolo, Duscher, Renato, Perotti y Negredo. Y eso que en la grada había gente como Kanoute, Adriano o Dragutinovic.

Sin embargo, no fue Jiménez quien más pecó de suficiencia. La ocasión para que Kone comenzara a sentirse importante se diluyó antes de la media hora. Un costalazo por una entrada de Boulahrouz en el minuto 22 lo estropeó. El costamarfileño, al que parece que miró mal un brujo cuando llegó a Sevilla, no tuvo más remedio que maldecir su gafado destino. Fue sustituido por Negredo en el minuto 28 y ese cambio acabaría condicionando el partido entero. Duscher, que salió poco después de la hora de juego, también se lesionó con los tres cambios hechos y el Sevilla tuvo que aguantar casi 20 minutos con diez hombres ante un Stuttgart que aprovechó la frialdad tanto de Negredo como de Luis Fabiano y su absoluta falta de compromiso con Zokora en la parcela ancha. El brasileño, al menos, se retrató llegando tarde y por detrás a Kuzmanovic en el 1-1, mientras Jiménez se desgañitaba y Del Nido descontaba euros de su presupuesto. Negredo ni siquiera se puso en evidencia como su compañero.

Pero al final, el Sevilla se clasificó para los octavos, sufriendo los arreones del Stuttgart y gracias al gol de Jesús Navas, quien remató a la perfección una jugada iniciada por Romaric. Fue el quinto gol del palaciego esta temporada, el segundo en la Champions, que se suma a otro en la Copa y dos en Liga. Cinco goles, el tope al que llegó el curso pasado. El portentoso extremo fue de los pocos que le dio siempre intensidad al juego. Él, que con 23 años y a punto de debutar en la selección, parece que está en constante aprendizaje. Ayer se encargó de enseñarles a los demás que el fútbol sin intensidad y sin respeto al rival es peligroso. Éste es el valioso aprendizaje que debe tomar el Sevilla de un partido que, de paso, sirvió para colocarlo en octavos de la Champions. El liderato puede esperar. Hay emoción, hay vida. Bucarest puede ser la cita definitiva.

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