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La rabia roja derrite el frío y el pronóstico

  • El Sevilla vence con claridad al Betis y logra el trigésimo triunfo gracias a la fe con que embocó la regata desde la salida. Cuatro barcos marcaron la diferencia

Poco más allá de la una y media de la tarde, sobre las heladas aguas del Guadalquivir, caían pequeños copos de nieve. Hacía más de 50 años que no se daba este fenónemo meteorológico en la capital andaluza, pero ayer, justo cuando se cumplía medio siglo desde la primera regata Sevilla-Betis, la nieve quiso poner su toque blanco a la fiesta del rojo bote sevillista. El ocho con timonel capitaneado por Eduardo Murillo, contra el frío, el viento, el aguanieve y los pronósticos, acababa de entrar en la meta del CEAR de La Cartuja dando un soberbio golpe de autoridad. El Betis, favorito en todos los pronósticos, murió en su propia confianza, se vio sorprendido por una arrancada espectacular de su archirrival en la Dársena del Batán y, tras la vana persecución, ya sólo le quedaba ir a reconfortar los vencidos músculos bajo una ducha caliente.

El Sevilla ganó la XLIV edición de una regata que comenzó en 1960 y que, salvo en seis años de vacío, cada enero calienta la fría pista invernal del Río Grande. Mientras los béticos buscaban la ducha, los sevillistas, caras enrojecidas, cuerpos ateridos y extremidades exhaustas, celebraban con alborozo el triunfo en la gran clásica. Fue la victoria trigésima, 30 triunfos en 44 años de una hegemonía que en la última década estaba discutiendo de verdad el Betis.

Pero la enorme fe con que arrancó el bote sevillista pudo con el viento en contra, con su menor potencia de palada y con la gélida mañana invernal. Las hostilidades se abrieron antes de que el juez bajara la bandera roja de salida. En el periodo de calentamiento, el bote verdiblanco llegó casi al Puente del Quinto Centenario y retrasó su vuelta a la línea de llegada. Allí esperaba ya el Sevilla, que empezaba enfriarse mientras los jueces apremiaban a los béticos. Pero Eduardo Murillo devolvió la jugada a su archirrival haciendo mover a su bote para que fueran los béticos los que tuvieran que esperar en la salida. La guerra psicológica había empezado ya y eso retrasó en siete minutos el banderazo.

Desde la primera palada, el Sevilla se agarró mejor al agua. Con rabia, Beltrán Hidalgo, Pedro Murillo, Jaime Canalejo, Manuel Morón, Luis García y Patricio Rojas seguían como un único hombre la boga que marcaba el capitán blanquirrojo, mientras el timonel, Chemita Pacheco, empezaba a ceñirse a la curva de Los Remedios. Su ritmo de palada era algo más rápido que el del bote bético, en el que Antonio Guzmán marcaba más profundo para aprovechar la temible potencia de la experimentada popa bética. Marcelino García, Noé Guzmán y Laude Óscar Díaz metían el carrillo a fondo y los seguían en perfecta armonía Joaquín Pabón, Daniel Sierra, José Gómez Feria y Marco Toral. Pero el bote sevillista sacó nervio para aprovechar la ventaja de ceñirse al Náutico primero y al Labradores después.

Bajo el puente de Los Remedios, el Sevilla ya le sacaba más de medio bote al Betis. En San Telmo, la distancia aumentó a más de un bote y el timonel sevillista, con valentía, aprovechó para cruzarse a la margen de Sevilla, la que había elegido el Betis para que la curva de Chapina le beneficiara. Pero al pasar por los vanos del Puente de Triana, ya se estaba definiendo claramente la victoria blanquirroja.

Al Betis le quedaba la baza de intentar alcanzar a su archirrival para abordarlo y que los jueces dictaminaran la descalificación, puesto que el Sevilla bogaba con descaro por la calle bética. Pero la ventaja era ya insalvable. A los hermanos Guzmán y compañía, el viento en contra, el frío y, sobre todo, notar el rebufo de la palada sevillista les estaban cristalizando los músculos. Tomar Chapina con alguna opción era la última esperanza verdiblanca, pero al embocar el Puente del Cachorro, el río Guadalquivir se había puesto cuesta arriba para los béticos.

Los sevillistas se supieron ganadores nada más virar tan ceñidos por Chapina. El Betis les había cedido la calle de Triana con gentileza esperando que la regata llegara allí igualada. Pero todo se había decidido con esa salida enrabietada del ocho sevillista y el riesgo de cruzar tan rápido a la calle contraria. Poco a poco, los vencedores, encorajinados por estar rompiendo todos los pronósticos, fueron aumentando la distancia. Seis kilómetros son demasiados cuando se ve uno perdedor y el bote bético se diluyó cediendo al final cuatro barcos de ventaja. Mucha distancia para tanto favoritismo. La victoria, en el 50 aniversario de la gran regata, era para el Sevilla. El cocodrilo, después de dos años, volverá a las vitrinas de Nervión, adornado con copos de nieve para rubricar con épica el trigésimo triunfo sevillista.

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