Atletismo l XXV Maratón Ciudad de Sevilla

El reloj se atrasa a tiempo de récord

  • Dogaga Abebe gana la prueba masculina y pulveriza la marca (2:10.31) · Marisa Barrios bate también la plusmarca femenina

La XXV edición del Maratón Ciudad de Sevilla trajo récords hasta el desgaste. Hasta tres marcas se batieron en la línea de llegada del Estadio de la Cartuja en una irrepetible jornada de maratón: el etíope Dogaga Abebe y la portuguesa Marisa Barros, sendos ganadores en las modalidades masculina y femenina, pulverizaron los récords existentes en la prueba sevillana; y el luso Paulo Pinheiro hizo lo propio con la anterior plusmarca mundial en la distancia, en el apartado de disminuidos psíquicos.

Fue un domingo de pasión según Sevilla. Y van ya. La ciudad se volcó con los casi cuatro mil corredores que, forzados o esforzados de la ruta, desgastaron suelas, articulaciones y plantas del pie en honor a la distancia reina: los míticos 42,195 kilómetros que dieron para mucho. O para demasiado poco. Los que se inscribieron para la pura competición, la amplia taxonomía de magulladuras, lesiones y alientos sincopados no serían más que gajes del oficio. A los que lo hicieron de modo amateur les esperaría unos días de curas desde el calvario. Para los dos grupos, el maratón se hizo mucho. O demasiado poco.

Poco, poco fue lo que tardaron los primeros clasificados. Nada. Apenas las dos horas largas. Como era de esperar, los africanos, contando las liebres y los galgos, se empeñaron en asfixiar el reloj a base de zancadas de extraterrestres. Y entre ellos, dos españolitos, Rafael Iglesias y Asier Cuevas, que en una carrera de menos a más pasaron de competir por el campeón de España para acabarlo envidando el órdago a la grande: el Maratón de Sevilla.

Con el sevillano Antonio Jiménez Pentinel de liebre, el grupo de kenianos, etíopes y eritreos enseñó al resto la estela desde el kilómetro uno. El grupo de cabeza impuso un ritmo de récord. Por detrás, los compases eran variados. Los dos españoles viajaban juntos y a ritmo. A priori, las dos peleas no tenían nada que ver. Al final, ambas carreras eran la misma.

En la distancia del medio maratón, a la altura del Polígono Carretera Amarilla, la prueba tenía ya síntomas de definición. Abebe, Moiben y Tesfayohannes, africanos con piernas de alambre, hacían la raya intermedia seguido de los otros africanos. Ahora sólo quedaban los muros de los kilómetros 30, 35, 40... La competición femenina estaba igualmente dictada. Marisa Barrios se codeaba altanera en un grupo que no corrían precisamente paseándose. La portuguesa campeonó desde el metro uno hasta el cuarenta y dos mil y pico. Ya fue mérito.

La Gran Plaza fue testigo del corte definitivo. La carrera se rompe arriba. Abebe y Jemal dan el latigazo definitivo. Se rebasaba el punto kilométrico 25 y aún quedaba la interminable avenida de la Palmera y el regreso a la Cartuja. La carrera comienza a dar la impresión de durar poco. Los reyes africanos, más que correr, ruedan como posesos. De ahí, hasta la meta.

Por detrás, la carrera entre Iglesias y Cuevas por lograr el trono español iniciaba la ebullición. Rafael Iglesias se motivaba viendo adelantar africanos. Cuevas veía irse a su adversario nacional y dudaría desde la distancia si quien corría delante era blanco o negro. Los sudores del atleta salmantino destilaban la gloria. La pasión por unos dígitos lo hicieron resucitar y antes del tartán ya saboreaba los vítores de la meta. Iglesias llegó tercero del maratón, primero de España y, de postre, logró la mínima para el Mundial de Berlín. Bravo.

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