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Todo es muy virtual (1-0)

  • El Betis casi firma la permanencia pese al inexistente fútbol desplegado frente a un colista que llegó a tutearlo Un paradón de Adán y un gol de Rubén Castro, la receta del triunfo

En este Betis casi nada es real. En un club tan virtual como el verdiblanco en el último lustro, su fútbol también lo es, si es que se puede utilizar ese término para definir lo que tratan desarrollar los verdiblancos sobre un terreno de juego, casi tanto como esa permanencia que, a pesar de los pesares, rozan ya con la yema de los dedos.

Sí, el bético vivirá una Feria tranquila. Sin motivos para abusar de la manzanilla y el baile por sevillanas, pero al menos podrá ensuciarse los zapatos de albero en la confianza de que su equipo tiene garantizado que la temporada próxima visitará de nuevo el Bernabéu.

Algo es algo. Porque motivos no le ha dado su equipo durante todo el curso para nada más. Y ni siquiera la visita del colista, de un Levante moribundo incapaz de rebelarse contra su sino, obró como espoleta para una noche plácida en Heliópolis. Todo lo contrario. La parroquia verdiblanca vivió hora y media angustiada, sufriendo como siempre con su equipo y bramando contra el fútbol que presenciaba, quizá la única manera de no dormirse.

Sí, claro, maquiavélicamente hablando, se trataba de ganar y el Betis ganó. Pero si al pragmatismo de los tres puntos se circunscribiesen los partidos e incluso las tertulias, de esto sabría todo el mundo lo mismo, por mucho que no sepa ni el balón.

Empero, la victoria del Betis ante el conjunto granota es fácilmente explicable y se resume en apenas dos acciones, tres a lo sumo. La receta del éxito es la misma de casi todas las victorias de la temporada: cuando en el partido aparecen Adán y Rubén Castro, el equipo suele ganar. Ya ocurría cuando lo entrenada Mel y apenas nada ha cambiado con Merino en el banquillo. Si acaso que Maciá, quizá porque no podía equivocarse ya más, le ha dado un plus al equipo en invierno con los fichajes de Montoya y Musonda. Pero, a la postre, quede claro, los partidos los ganan los dos de siempre.

Habían engañado los heliopolitanos de salida con una presión adelantada sobre un Levante que tampoco hizo nada que no fuera replegarse. Las ganas del equipo, de gente como Joaquín y Jorge Molina que asomaban en el once inicial de nuevo, se antojaban decisivas aunque solo fuese porque enfrente se alineaba el peor equipo con creces de Primera División. Pero el Betis tampoco es mucho más que el ánimo que Merino y su afición le inyectan y apenas tardó unos minutos en diluirse en un juego difícil de catalogar: sin profundidad, sin actividad por las bandas, sin hilazón alguna, con una circulación de balón lentísima...

Tanto que hasta este Levante mortecino, que nunca llegó a creérselo -entonces hablaríamos seguro de otro desenlace-, lo tuteó. Ya a los ocho minutos había merodeado el equipo de Rubi con peligro el área de Adán, pero Verdú le hizo al Betis el favor que le debía por su execrable campaña en verdiblanco. A la media hora, como réplica al fútbol plano de los verdiblancos que no se traducía en ocasiones de gol, si se exceptúa una aproximación por la banda de Musonda con centro tibio al primer palo, el Levante sí tuvo la suya.

Fue cuando sucedió el primer momento clave del partido. Apareció Adán. El cancerbero verdiblanco se estiró abajo para desviar un cabezazo de Medjani a la salida de un córner que buscaba ansioso su red.

Se presagiaba, tras el regalo de Verdú y la parada de Adán, que el Levante, que no es nada, difícilmente ganaría. Pero para que lo hiciera el Betis se precisaba en escena del otro actor principal. Rubén Castro andaba matando moscas con el rabo y perdiendo metros ante al aburrimiento de que no le llegase balón alguno cuando Merino decidió empezar a agitar el árbol en busca del fruto deseado.

El linense, ya tras el descanso, había cambiado de bandas a Joaquín y Musonda para, sobre todo, activar al portuense, pero la mejoría en ataque había resultado mínima. A la hora de juego dio entrada a Van Wolfswinkel, más ágil para el desmarque que Jorge Molina. Pero la fórmula de la victoria la halló cuando introdujo a Cejudo por Molinero y convirtió la banda derecha bética en una autopista hacia el triunfo. El menudo belga buscó sus escarceos hacia el medio y cedió la banda al ponteño, que percutió una y otra vez en el tiempo que jugó hasta colgar un balón perfecto que Rubén Castro acertó a rematar con la testa adentro.

Fue el único remate entre los tres palos del Betis ante el peor equipo de la categoría. Con menos no se puede ganar un partido, claro que Adán y Rubén Castro no nadan en la mediocridad de los demás. Ellos son efectivos, muy reales, nada que ver con la virtualidad reinante en el club que los paga ni con sus compañeros. Tampoco con esa permanencia que podría residir en los 37 puntos que hoy atesora el equipo o quién sabe si en algunos más.

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