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ANÁLISIS

Nuevas orientaciones en la economía China

  • Es hora de ir abandonando ideas preconcebidas sobre China, como que es una mera base de producción barata a costa del sacrificio de las personas y del medio ambiente, entre otros tópicos

Nuevas orientaciones en la economía China

Nuevas orientaciones en la economía China

Hace pocos días finalizó el decimonoveno congreso del Partido Comunista de China (PCCh), al que los medios occidentales han prestado una atención inusitada, fiel reflejo de la creciente trascendencia económica y política de China en el mundo, y también de la notable presencia internacional de su líder Xi Jinping. No han faltado los mensajes claros durante su celebración; entre ellos, que el PCCh no se desviará de su objetivo final: la construcción del socialismo con características chinas y hacer realidad el comunismo. Se sostiene que es esta forma de socialismo lo que ha ayudado al país a integrarse con gran éxito en la economía mundial y ha demostrado que puede coexistir de forma pacífica con el capitalismo. De hecho, en el congreso se ha reafirmado la ausencia de pretensiones hacia la socialización del mundo, lo que fue una línea de acción básica del comunismo en el pasado. Por el contrario, se asume que existen diversos caminos hacia el desarrollo y que cada país ha de elegirlo conforme a sus propias condiciones nacionales.

En su discurso de apertura, Xi Jinpig reconoció sin ambages los males sociales existentes en el país. Entre ellos la presencia de alimentos de baja calidad, las grandes diferencias de riqueza, la corrupción dentro y fuera del partido, los problemas ambientales y la inequidad en el acceso a la educación y a la sanidad. No han sido solucionados con mero crecimiento económico, pero no por ello se ha hecho alabanza del igualitarismo; al contrario, se le considera causante de haber sofocado durante decenios la vitalidad nacional, dentro de una economía planificada en extremo. La orientación actual es la de acometer decididamente profundas reformas, según uno de los informes aportados por el Partido, donde se aclara que enfatizarán el desarrollo económico, político, social, cultural y ecológico, de una forma integral y coordinada.

Estos principios estaban ya presentes en la reorientación del crecimiento que se viene produciendo desde hace algunos años. Durante el congreso parece haberse hecho explícita una cierta renuncia al alcance de alguno de los objetivos establecidos en el vigente XIII Plan Quinquenal (2016-2020): un crecimiento económico de al menos un 6,5% anual, con el fin de duplicar en 2020 el Producto Interior Bruto (PIB) y la renta per cápita que el país tenía en 2010. En palabras de una autoridad en la conducción de los asuntos económicos, Yang Weimin, "el desarrollo económico se está moviendo hacia una etapa de crecimiento de alta calidad a partir de una alta tasa de expansión del PIB, el mayor problema que enfrentamos ahora es la calidad inadecuada del desarrollo". Los términos "desarrollo desequilibrado e inadecuado" han estado presentes también en su intervención ante la prensa internacional durante el congreso. Esto implica reconocer la existencia de problemas serios que no son solucionables sólo mediante una alta tasa de crecimiento, sino que requieren una acción reformadora decidida. No es por casualidad que se haya investido a Xi Jinping de una autoridad tan amplia como sólo la había tenido Mao Zedong. Incluso se ha reformado la Constitución del partido para incluir en ella su pensamiento, junto con el de Mao y con la teoría de Deng, lo que le convierte en un líder vitalicio, con independencia de que pueda o no ejercitar un tercer mandato.

Visto el camino que se ha emprendido, quizá esté llegando la hora de ir abandonando, o de estar dispuestos a hacerlo, las ideas preconcebidas que tenemos sobre China: una mera base de producción barata a costa del sacrificio de las personas y del medio ambiente, entre otros tópicos. Tendremos que ir abandonando también toda la colección de muy diversos "sí, pero..." que se suelen señalar ante el crecimiento económico de ese país, contraponiendo nuestro nivel de bienestar y de prestaciones sociales frente los logros económicos que han logrado a una velocidad sin precedentes. Tendemos a ignorar que están recorriendo en decenios lo que a los occidentales nos ha costado siglos lograr, y tendemos también a creer superiores y universales nuestros valores sobre la libertad individual y la democracia, sin que podamos estar seguros de que aquella población no tenga preferencia por el progreso material antes que por la participación política.

Es, además, muy diferente su concepción del tiempo a la que rige entre nosotros, lo cual les permite proyectar la acción a largo y muy largo plazo, con el soporte de la continuidad en la estructura y en la dirección política del país. Esto se traduce en iniciativas que requieren decenios, como la nueva Ruta de la Seda conocida como One Road, One Belt para facilitar y multiplicar el tráfico comercial entre Oriente y Europa, y, en el ámbito industrial, el ambicioso Made in China 2025, frente al cual nuestros propósitos de política industrial parecen un mero borrador con algunas ideas felices. Se trata de un ambiciosísimo programa de reestructuración y transformación industrial con el cual se pretende reducir el peso relativo de la fabricación para terceros, promoviendo la capacidad de concebir y de diseñar productos manufacturados, ampliando de esta forma su participación en la generación de valor añadido. El programa tiene también como propósito responder al empeoramiento de la productividad, a la desaceleración del crecimiento y a unos costes laborales crecientes, prestando gran atención a las nuevas formas de producción que se han venido en llamar Industria 4.0.

En otras palabras, el propósito es pasar de una etapa de cantidad a una nueva etapa de calidad y de eficiencia en la producción, con el objetivo final de convertir al país en una poderosa potencia tecnológica hacia mediados de siglo. Este plan es la primera de las tres fases de la estrategia que ha de conducir a ello: reducir las diferencias con otros países (2025), fortalecer la posición (2035) y liderar en innovación (2045). Ello conlleva políticas complementarias de reestructuración de la industria tradicional, enfatizando en innovación y promoviendo la reorganización de empresas, en particular del potentísimo sector público empresarial, compuesto por empresas dependientes del gobierno central y de los gobiernos provinciales. Por ofrecer alguna cifra significativa, sólo las primeras han facturado 2,4 billones de euros en los nueve primeros meses de este año, y han invertido en 0,2 billones de euros en I+D, casi el 25% del total del país en ese periodo. No pocas de ellas se encuentran entre las mayores del mundo por volumen de facturación y, como es sabido, son actores principales en el gran flujo de inversión exterior que se está produciendo desde China, traducido en la adquisición de empresas occidentales que está comenzando a causar preocupación en algunos gobiernos europeos. La verdad es que un programa de esta naturaleza, además de causar cierta envidia, nos ha de hacer reflexionar sobre la forma en que estamos construyendo la política industrial en Europa, una vez que nos hemos dado cuenta de la importancia central de este sector de actividad, insustituible por la mera progresión de los servicios, por muy avanzados que éstos sean.

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