El Fiscal

El antifaz de la memoria

  • Te devuelven el antifaz un 21 de noviembre con un mensaje que es un aldabonazo: "Muchas gracias. Hoy sí se ha acabado mi Lunes Santo"

Antifaz protegido en una funda de plástico

Antifaz protegido en una funda de plástico / M. G. (Sevilla)

A Jesús Rodríguez de Moya Conde

Un día de noviembre te dejan una funda de plástico de una tintorería con una prenda dentro y un mensaje que te da una sacudida en la línea particular del tiempo: "Te devuelvo el antifaz, hoy sí que se ha acabado mi Lunes Santo". Y te acuerdas de la Semana Santa recuperada, que no fue el año pasado, sino en el todavía vigente, pero como los años se miden por Semana Santas, pues asumimos que fue el año pasado. El antifaz que hizo al nazareno se ha secado, como lo han hecho los recuerdos de la lluvia. La Semana Santa de cada año siempre envejece muy bien, sin necesidad de cosméticos. La memoria de la Semana Santa es como el cuchillo que limpia la cera de lagrimones para dejarla apta para su uso en un altar. Por eso nos quedan Semanas Santas limpias, de buenos recuerdos, siempre asociadas a pasajes gratos hasta de los días pasados por agua. Te devuelven el antifaz en noviembre y se te proyecta la película en alta velocidad de aquellas horas. Como cuando metes la mano en el bolsillo de la chaqueta un día de boda y aparece el horario del último Sábado Santo. Poco se escribe de las devoluciones de capirotes, espartos y túnicas. Poco se dice de esos préstamos entre hermanos y amigos que comparten prendas y vestimentas tan especiales, como ahora se comparten los números de la lotería.  Estos préstamos también hacen la Semana Santa, sellan amistades, acercan a las personas, unen y generan momentos de convivencia. Hay todo un ritual en el acto de prestar una túnica como lo hay al devolverla. "Hoy sí que se ha acabado mi Lunes Santo", vuelvo a leer. Y es como el niño que en algún momento deja la túnica de monaguillo, paje o acólito para ser definitivamente nazareno. Un evolución sin retorno. Dicho a la Stefan Zweig, hay un momento exacto en la vida de muchos sevillanos en que se produce ese cambio. A veces no se percibe, ocurre de forma natural, hasta que te topas en el armario con la cestilla de los caramelos o con una primera y diminuta túnica. No acaba la estación hasta la llegada a casa, no cesa la vigencia de los recuerdos hasta que se devuelve el antifaz. Solo queda entonces la colección de papeletas de sitio que el tiempo irá cuarteando en algún cajón de una cómoda. Es la misma vida que pasa. Por eso la Semana Santa es tan importante, porque es el eje de nuestra existencia.