El Fiscal

El broche más hermoso de la Semana Santa de 2020

  • Ha aparecido como el sello simbólico de la Semana Santa que perdimos y que nunca se fundirá en la memoria con las demás por ser la del vacío

La palma rizada que ha aparecido en la verja del Salvador

La palma rizada que ha aparecido en la verja del Salvador / Juan Carlos Vázquez (Sevilla)

Cuando un papa muere se sellan los accesos a los apartamentos que ha usado como residencia. Quedan cerrados simbólicamente hasta la llegada de un nuevo pontífice. Así también se hizo tras la renuncia de Benedicto XVI. Es un rito que se guarda y que se respeta con escrúpulo. El cardenal camarlengo coloca el sello, posteriormente varios sacerdotes lo revisan. Nadie, salvo el nuevo Santo Padre, debe romper el sello. La Plaza del Salvador muestra estos días una suerte de sello de la Semana Santa de 2020, la que vivimos más que nunca en el interior, la que jamás olvidaremos, de la que siempre nos acordaremos. Una palma rizada, del tamaño para ser portada por un niño, es el sello de esa Semana Santa que siempre tendremos presente. El templo lacrado por una palma de las que acompaña al Señor de la Sagrada Entrada en Jerusalén, Dios de todos los niños de Sevilla.

Pasas por la plaza vacía y, ay, esa palma te recuerda todo lo que te fue arrebatado con tanta antelación. Nos hurtaron la Semana Santa y casi todas las vísperas. Y ahí está la palma, a la espera de que venga un nuevo Domingo de Ramos, de que las manos blancas, tiernas e inocentes de nuestros niños rompan el sello y abran las puertas de la ilusión.

No hay un broche más hermoso para la Semana Santa del vacío. Podrás no recordar con precisión cuándo viste la Estrella por Rioja, cuál fue el año que tuviste frío mientras acompañabas a San Isidoro por Cuna, qué ocurrió aquella Madrugada en la que no encontrabas un taxi para regresar, o cuando fue el último Santo Entierro Grande que presenciaste. Quizás no tengas claro dónde te vestiste de nazareno ese Lunes Santo en la que la del Polígono se mojo como nunca, el último año que viste a Don Eugenio con la vara de la presidencia eclesiástica de la Redención, el año en que Manolo Vázquez caminaba con Boadella delante del Cristo de la Salud o el que la Infanta Elena tocó el martillo del paso de la Virgen del Valle. Todas las Semanas Santas se funden en esa bola de cera de la memoria que nunca deja de ser portada por el niño que llevas dentro. Pero no tendrás nunca dudas de qué ocurrió en la Semana Santa de 2020. Tendrás que explicarlo y deberás romper ese sello para recuperar las ganas de vivir que siempre genera la celebración de la fiesta más hermosa y honda de la ciudad.

La palma rizada en la verja del templo del Salvador La palma rizada en la verja del templo del Salvador

La palma rizada en la verja del templo del Salvador / Juan Carlos Vázquez (Sevilla)

Cada día que pasa sentirás más todo cuanto has perdido. Todo lo que dejaste de vivir, añorarás el pasado que no existió, dudarás incluso de si tendrás opciones de vivirlo en 2021. Has aprendido a rezar ante los azulejos, pasar por las iglesias y recrear los rostros de cristos y vírgenes, seguir los cultos por el ordenador y hasta organizar tertulias en una videollamada múltiple. Pero echas de menos el olor a sacristía, los escalones que bajan hacia la de la Anunciación, donde siempre recuerdas al maestro Palomino en su hermoso desorden mientras limpia enseres de la cofradía (“¡No pararse, no pararse!”), ese aroma que se acumula en la cúpula del Baratillo, las cajoneras de San Antonio Abad que despiden el olor a vainilla de la fórmula secreta del incienso.... Nada de eso te lo puede ofrecer una videollamada. Todo está sellado. Nos han lacrado la Semana Santa de 2020 con una palma rizada para que no perdamos la ilusión. Es el broche más hermoso. Es casi un pregón que te recuerda que la Semana Santa está ahí, justo donde se monta la rampa de nuestra infancia, donde todo empieza y encuentra sentido.

Nos hemos quedado en suspenso. No nos hemos cansado, no sentimos esa bendita fatiga de Sábado Santo que tiene la banda sonora de una marcha fúnebre y las pisadas marciales de una compañía militar. Casi no hemos tenido que hacer ni una desarmá. Algunos ni llegaron a recoger la túnica del tinte. Todo se acabó tan pronto que casi da escalofríos pensar que ya pasó todo lo que no pasó. Y que todavía queda por delante tanto tiempo y tanta incertidumbre que sólo se encuentra consuelo en los sones de una sinfonía como Soleá dame la mano.

Esa palma rizada parece colocada por toda la ciudad en homenaje al año que perdimos, a las vidas que dejaron de latir junto a nosotros, al tiempo que nos fue arrebatado. Se reabrirá la verja una Semana Santa del futuro. Faltarán cientos de sevillanos cuyas existencias fueron segadas por el virus, esta peste de nuestros días. Sonarán las campanillas de la burra y del pollino. Se alzarás las palmas, la cera blanca y los pasos con nuestras devociones. No cabe otra que pensar con esperanza porque así fuimos educados en esta ciudad donde te encuentras con Dios y la Virgen en cada esquina.

La palma que ves en la verja es una señal de futuro. Terciada como una vara de luto por los que marcharon, pero rizada con la ilusión de la paciencia. Cada hora que pasa somos más conscientes de lo que fuimos privados. No volverá nunca esa Semana Santa que se fue veloz como un nazareno de ruan que a su casa retorna. Pero la Esperanza todo lo puede. Volverán los nietos a abrazar a sus abuelos y se abrirá la verja de una ciudad jubilosa, Jerusalén con Giralda cada Domingo de Palmas.