El Fiscal

El dragón, de luto

  • Las cofradías pierden más que un cofrade y que un capataz con la muerte de Luis León. Adiós a un personaje sin igual por auténtico

El día que se rotuló una calle con su nombre en el centro de la ciudad.

El día que se rotuló una calle con su nombre en el centro de la ciudad. / M. G. (Sevilla)

Voz tronante en cualquier tertulia. Entrabas en Trifón y allí estaba con sus amistades junto al azulejo de San Fernando, cuando te saludaba a su modo: “¡Qué bonito lo que has escrito hoy de Manolo García! ¡De verdad, eso es de verdad!”. Y era como una de sus célebres arengas a los costaleros, como cuando arriaba el paso de la Virgen ante las hermanas de la Cruz y aseguraba hallarse en el cielo: “¡Tenemos el altar de la Esperanza frente al altar de la pobreza!”.

Y en aquella bulla estaba Charo Padilla sin saber que años después contaría en su pregón uno de los pasajes más auténticos de la Semana Santa. El verdadero Luis León no se correspondía con la imagen que muchos tenían de este macareno con corte de cónsul romano, que parecía sacado de un retrato del británico Lucian Freud. De ojos claros, pelo blanco y siempre vestido con corrección. Tal vez se construyó una imagen en exceso defensiva para protegerse de los críticos. Él, que tantas veces interpeló al corazón de los costaleros, deseaba no ser interpelado por la calle. Tan sólo vivir tranquilo con su temperamento, su particular modo de entender la vida, sus amistades. Su autenticidad al fin.

Ser el capataz del Cristo del Amor y de la Macarena en Sevilla no debía ser siempre fácil. Nunca presumió de técnica como capataz, más bien al contrario: “No soy el mejor, pero llevo lo mejor”. Fue un capataz más de corazón que de precisión, más de las personas que de las igualás perfectas, más del fervor que de la fuerza. Tenía en cuenta las circunstancias personales de sus hombres. Antes que prescindir de un costalero con un problema para soportar kilos, buscaba a otro que tuviera capacidad para llevar ese peso añadido.

En su casa con Charo Padilla días antes del Pregón. En su casa con Charo Padilla días antes del Pregón.

En su casa con Charo Padilla días antes del Pregón. / M. G. (Sevilla)

Tenía mucha más cultura de la que aparentaba, sobre todo una elevada inquietud por todo lo americano y lo alemán. Apasionado en todas las charlas. Quizás demasiado en algunas ocasiones, pero quienes lo quisieron sabían que así era Luis. Si entraba en un bar para hablar con sus amigos y estaba la televisión puesta, se le oía gritar al tabernero: “¡Apaga el fútbol que aquí venimos a charlar, hombre!”.

Tenía sus hábitos y manías. Nunca paró más un paso a la altura del séptimo arco de Peyré porque allí tuvo hace muchísimos años un problema con el misterio del Señor de la Sentencia. Siempre mandaba parar el paso de la Virgen si había alguna persona mayor en un balcón, o al pasar por el azulejo del retablo del Cristo del Amor en Escoberos. Y tenía un sentido posesivo de las cosas como cofrade antiguo. Conservaba en su casa todo el año la jáquima de salida de la Borriquita. Y él mismo se la ajustaba de cara al Domingo de Ramos. Era un rito particular que siempre se le respetaba.

Con Arturo Candau Con Arturo Candau

Con Arturo Candau / M. G. (Sevilla)

De exquisita educación, era de los sevillanos que se seguían levantando en un almuerzo si lo hacía alguna dama. Hombre de personalidad fuerte, de impronta sonada y de carácter intenso, jamás mereció ni le gustaron algunos apelativos.

Luis era un tipo al que le encantaban las cofradías como a pocos. Casi como ya no gustan. No consumía Semana Santa, vivía la Semana Santa. Era capaz de llorar en verano cuando oía una marcha mientras se afeitaba en Palma de Mallorca. ¡Y cómo disfrutaba con los toros! Aficionado de chaqueta y corbata en la plaza de la Real Maestranza hasta hace pocos años. Dejó el dragón de la Macarena por voluntad propia. Nunca fue un capataz asido a un martillo. ¿Por qué se fue? Quizás comenzó a sentirse un extraño en una Semana Santa cada vez más sofisticada y menos espontánea. Nunca se olvide que este hombre venía de fundar la primera cuadrilla de hermanos, la de la Virgen de las Aguas del Salvador. Entonces los ensayos eran en el interior del templo. También venía de conocer las cuadrillas sin relevos. Su reino era de otro mundo.

En el atrio de la Macarena, su segunda casa En el atrio de la Macarena, su segunda casa

En el atrio de la Macarena, su segunda casa

Todo corazón, todo impulso, todo vehemencia, todo emoción. Siempre decía que si al morir no se encontraba con la Virgen de la Esperanza, se volvía a este mundo. En el fondo era un niño. Un gran niño que disfrutaba de las cosas con el corazón de un infante. Duro por fuera, sensible por dentro. Veo a Luis los martes camino del Salvador a plantarse ante su Cristo del Amor. Después está con Arturo Candau en La Alicantina. Ay, Arturo, el sobrino de aquel amigo de las aulas, Rafael Candau. Lo vemos también los jueves en el atrio de la Basílica de la Macarena. Martes y jueves, los dos días señalados de la semana. También lo veo con Charo días antes del Pregón, cuando ella fue a verle a su casa y ya la memoria le daba algún regate. Pero, ay, cómo expresó su emoción cuando el Domingo de Pasión oyó aquel pasaje macareno de bulla, empujones y olor a claveles blancos. Su Virgen de la Esperanza. Sus devociones, su gente, su vida. Su verdad.