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Enfoque | Elecciones municipales

Cuatro clásicos y una pasión

  • Los primeros y duraderos alcaldes de Cádiz, Jerez, Puerto Real y Vejer recuerdan sus primeros mandatos, de los que se cumplen 40 años. ‘Diario de Cádiz’ reúne a Pedro Pacheco, José Antonio Barroso, Carlos Díaz y Antonio Morillo

Vídeo: Julio González

Como un personaje de realismo fantástico; enfrentarse a la inmensidad desconocida de un ayuntamiento hasta ayer franquista y hoy democrático debió de ser como descubrir el hielo para el Aureliano de García Márquez que tanto ama José Antonio Barroso. El despertar a un mundo nuevo, alegre e ilusionante. De la oscuridad de la tiranía a la luz de la libertad. “Tuvimos la enorme suerte de estar en el tránsito de una dictadura a una democracia, y eso fue maravilloso”, dice el que fuera alcalde de Vejer, Antonio Morillo, hace ahora 40 años. Carlos Díaz entró al palacio municipal de Cádiz en una toma pacífica y apoyada por el pueblo en las primeras elecciones municipales que este país recuerda, y se dispuso a hacer la ciudad de nuevo. Mientras tanto, en Jerez, Pedro Pacheco descubría aquel día el inmenso vacío que había en las arcas del Ayuntamiento.

Los cuatro enormes personajes que fueron los primeros alcaldes democráticos de sus poblaciones cuatro décadas atrás, acudieron a la convocatoria de Diario de Cádiz para contar sus recuerdos y defender sus puntos de vistas sobre la situación actual del municipalismo, con la misma fidelidad a sus ideas y “con la misma pasión”. “Somos unos clásicos, ya no quedan como nosotros, en todo caso algunos advenedizos”, comentaba Barroso, y Pacheco elevaba la reunión a la categoría de “cosecha excelente, la del 79, como lo fue en vinos”. Los cuatro elevaban dos dedos como símbolo de la victoria, a iniciativa del jovial Morillo, antes de empezar a contar la historia al modo clásico: por el principio, por cómo se encontraron los ayuntamientos.

Carlos Díaz cuenta que tuvieron que aprender de sopetón, mucho antes de leerse la popular teoría, que “la política es el arte de lo posible”. “Cómo sería la situación del Ayuntamiento que acudí al Banco de Crédito Local para pedir un préstamo para pavimentar una calle de 50 metros, y me dijeron que no les interesaban proyectos tan pequeñitos”. Eso sirvió para aprender, sin duda: “Al poco le presentamos el PAM, Plan de Actuación Municipal, con el que empezamos realmente a cambiar las calles”.

Para Pacheco, la cosa fue comprobar que “las ciudades estaban todas por hacer, y en las arcas municipales no había nada. Se hacían presupuestos, pero no había nada, los funcionarios cobraban, muy poco. Y nosotros lo empezamos todo a partir de ahí, se puso en marcha una fiscalidad, se determinaba un gasto público”. Resume gráficamente la situación: “Los funcionarios nos recibieron con simpatía, pero a nuestras espaldas nos decían los interinos”.

Barroso lo describe de manera más dramática: “Yo no entendía nada; yo me bajé de un bloque de Astilleros con aquellas soflamas incendiarias que pronunciaba un día sí y otro también, y al llegar al Ayuntamiento me apabullé con la terminología de los cuerpos nacionales. Tanto que a los pocos días fui a casa de mi padre y me puse a llorar, diciendo que no sabía nada, que iba a dimitir porque no entendía lo que era una resulta, un acta de arqueo, lo que era la economía presupuestaria. Yo no era más que tubero... y según dicen, de los malos. Eso sí, después supe latín. Mi padre me ayudó. Me dijo ‘tienes que ser ladrón de oído, aprender, escuchar, y primero que nada distinguir quiénes son aquellos que te pueden ayudar...”

Morillo demuestra que es un optimista nato, porque recuerda sobre todo que entraron en el Ayuntamiento “por la puerta grande”, con el apoyo de funcionarios y de la gente. Todo el mundo podía hablar, criticar al alcalde. Mi madre me advertía por entonces: ‘Hijo mío de mi alma, ten cuidado con meter nunca la mano en la caja. Y un día, le pongo un duro encima de la mesa y le digo que lo he robado del Ayuntamiento. Ella se asustó y me dijo en seguida: ‘Andavé, lo devuelves y te confiesas’”.

No era todo tan ilusionante. La oscuridad de la dictadura estaba muy cerca aún, y algún gobernador civil aún advertía a quien quisiera oírle que se estaba preparando un golpe de Estado, como sucedió menos de dos años después, en el 81. Los primeros rifirrafes vinieron con las retiradas de símbolos franquistas. Morillo retiró el ‘cangrejo’ (el escudo de Falange) en el primer pleno, y recuerda que el gobernador civil de entonces, Antolín de Santiago, le conminó a dimitir de inmediato por eso, “pero se la tuvo que tragar, y quitamos todos los cangrejos de la ciudad, pero no por odio a nadie sino porque eso no pintaba nada ahí”.

Carlos Díaz recuerda encontronazos con el capitán general por no acudir a una recepción con el comandante del buque escuela chileno ‘Esmeralda’ mientras gobernaba Pinochet. “Es curioso, éramos valientes, pero teníamos una cierta clase”, presume Pacheco, quien recuerda que desmontaron un monumento homenaje a José Antonio Primo de Rivera y lo enviaron en cajas a Falange, pero que este partido no las quiso. “Nos vino bien, porque durante años utilizamos las piedras como adoquines en un montón de obras de Jerez”.

Barroso alaba la “naturalidad con la que hicimos las cosas. Cuando terminábamos los plenos todos nos íbamos de copas, sin importar el partido al que pertenecieras, éramos amigos. Recuerdo que en mi discurso de toma de posesión hablé de revolución y dictadura del proletariado, y nadie montó en cólera, ni dijo ningún disparate en el pleno”. Y una cosa quiere dejar claro el que fuera alcalde de Puerto Real 28 años: “Ahora hay unas condiciones democráticas que permiten saber en qué condiciones se recibe un ayuntamiento, y sin embargo muchos se quejan de la herencia recibida y de desconocimieno. Sin embargo nosotros llegamos realmente de nuevas, sin nada, y a nadie se le ocurrió echarle la culpa a Franco ¿Qué hicimos todos? Ponernos a trabajar”.

Las ganas de trabajar no impidieron los reveses. Al poco tiempo, se produjo el golpe del 23-F, que pasaron como pudieron cada uno. Barroso y Carlos Díaz coincidieron en irse a altas horas de la noche, una vez salió en televisión el “ciudadano Borbón (Barroso dixit)” y acabó con la intentona, a un bar cercano a tomarse “una botella de güisqui”. Morillo, que estaba como diputado de UCD dentro del Congreso, “acojonao”, presume de que su ayuntamiento fue el único de España que al día siguiente se reunió para condenar el golpe.

Estaba todo tan por hacer que incluso la legalidad era dudosa o por lo menos inexistente. “Nos dejaron hacer de todo, veníamos con tantas ansias que nos permitieron de todo”, señala Pacheco. Barroso confirma que estaban sin competencias y “permanentemente invadiendo el terreno de la ilegalidad, aunque en realidad era la necesidad de ser eficaces”.

Y por su parte, Morillo remacha con una frase lapidaria: “Yo suelo comentar que si las cosas que hice las hubiera hecho hoy, yo estaría con cadena perpetua, comparado con los tres años de condena que le han puesto a Pedro. Compramos un hotel con las firmas de todos los concejales, sin encomendarnos a nadie, y otras fincas. Les dimos terrenos a la gente que querían hacerse sus casas y además les dábamos el plano... Vamos, los tres años que te han puesto a ti (señalando a Pacheco), eso no es nada...”. “¡Había un Pacheco oculto en ti, Antonio!”, le bromea Barroso.

En un momento de la larga reunión, llega el momento de echarse flores. Y empieza Barroso: “Nosotros, sin casi nada, conseguimos preservar el Parque Natural de la Bahía, por ejemplo, antes de los ecologistas, con voluntad, enfrentándonos a la Administración Central... Por eso a uno le duele muchas veces los intentos de contar la historia como cada uno se la inventa. Cosas como la participación ciudadana, las políticas sociales, los organismos para atender a la situación penosa de mucha gente en el 79... ¿Cómo van a venir ahora estos recién llegados como el de mi pueblo o el de Cádiz, como si hubieran inventado el universo social? ¡Hombre por dios!”

Pacheco entra al trapo en seguida: “Lo que tienen que hacer estos niños y niñas nuevos que nos van a suceder es apostar por la ciudad, por recuperar lo que se ha vendido al sector privado, como el agua, apostar por la Europa de las ciudades, crear instrumentos más ágiles que los laboriosos planes generales... lo demás son libros de caballería. Porcierto, ¿cómo se llama el alcalde de Cádiz, hombre,cómo es, Chiqui, Pichi, Kichi... qué nombre es ese?”.

Pacheco aprovecha para criticar la política actual: “Nosotros cuando entramos en el 79 no preguntábamos qué puesto íbamos a ocupar ni cuánto nos iban a pagar. Ahora dicen que vienen de una profesión importante, que no pueden desmerecer con un cargo público... ¿desmerecer? Si antes un cargo público era una ilusión inmensa... Y hoy entran a las 9 y se van a las dos y media. Y por la tarde ni se les espera”.

“Eso no es culpa de los políticos actuales –salta Morillo– sino que hay un fenómeno de burocratización enorme. Mira, cuando yo empecé había 40 funcionarios y dábamos permiso de obra en una semana, y ahora con 150 se tardan dos años”. Carlos Díaz propugna dar más competencias a los ayuntamientos para escapar del poder cada vez más controlador de la Junta de Andalucía.

Ese asunto hace saltar a uno de los planes más ambiciosos y fracasados de esta zona: la Mancomunidad de municipios de la Bahía de Cádiz. Casi todos coinciden en culpar del fiasco a la Junta y a su poder intervencionista. Barroso lo explica con un caso “paradigmático” como es el del polígono de Las Aletas: “Eso no ha salido por culpa de la Junta, que colisiona con el Ayuntamiento de Puerto Real y defeca encima de sus competencias”.

Pacheco, tirando para su terreno, afirma que en las mancomunidades la Junta se ha limitado a “echar balones fuera”, mientras por otro lado se dedica a “crear municipios ficticios”. “Se reúnen cien vecinos en una venta, dicen que el lugar es histórico, lo tramitan con ayuda de sus amigos, y ya está: ¡municipio independiente! Dividen al municipalismo en lugar de apoyarlo”. El gracejo de Morillo acota: “Si en mi pueblo, con 15 o veinte pedanías, ya hay 20 reinas de las fiestas y 20 cabalgatas”, provocando las risas de sus colegas. Barroso sentencia:una mancomunidad es un contrapoder, y la Junta no quiere perder poder.

Cuando se les pregunta si mucha parte de la culpa está en los localismos de cada una de las poblaciones, Carlos Díaz es el primero en entonar el mea culpa, y en advertir de los perjuicios que eso provoca. “Es normal que los alcaldes defiendan lo suyo –admite Morillo–, y más cuando desde los órganos superiores no se planifica el reparto, y se provoca el enfrentamiento”. “Es difícil que se dé la generosidad hacia otro municipio, todos se miran el ombligo”, sentencia Díaz.

La conversación salta a uno de los grandes temas del urbanismo en la época en que los cuatro presentes gobernaron sus ciudades: el crecimiento descontrolado y las viviendas construidas ilegalmente. “Yo hice lo indecible –se defiende Pacheco–. Se me recuerda por derribar el ático de Bertín, que fue una cosa muy señalada pero no podíamos dar marcha atrás porque antes se habían producido derribos con gente humilde”. Barroso señala otros culpables: “Las parcelaciones ilegales, el invento del proindiviso, las notarías que lo permitían y registraban. Y tiene que ver sobre todo con la falta de capacidad coercitiva de los ayuntamientos”.

“Si amenazabas con tirar la casa –cuenta Pacheco– el tío se reía en tu cara, y el plazo que le dabas para parar la obra lo aprovechaba para terminarla”. ¿Pero derribar casas quita votos?, se les pregunta. “¡Y hasta abrir expedientes quita votos!” contesta Barroso.

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