Los españoles vimos el lunes por televisión un doble cerrojo. Por la tarde, el autobús de la República Checa delante de su área, en el estreno de España en la Eurocopa de fútbol. Sólo al final del partido pudo marcar Piqué, un jugador maltratado por intransigentes. Ese primer cerrojo fue resuelto con solvencia y una cierta justicia poética. El segundo fue el deb4te en el que los candidatos a la Presidencia jugaron a no perder, encerrados en su área. Quizá el que más arriesgó fue el líder de Ciudadanos Albert Rivera. Reprochó la corrupción al PP, insinuó que no quiere que Rajoy siga de presidente, afeó el populismo a Podemos y su vinculación con Venezuela, y hasta -de tacón- afirmó que el PSOE es un partido viejo.

Todos tenían miedo a perder. Rajoy se descompuso cuando se le habló de complicidad con Bárcenas, sobresueldos en sobres y la caja B del PP. Sánchez no fue capaz de decir a quién apoyará el 27 de junio para gobernar, incómodo con su posición de outsider. Iglesias se irritó cuando se le mencionó a Venezuela.

Dijo que no ha habido financiación ilegal, pero la cuestión es por qué el candidato y su Centro de Estudios fueron asesores y propagandistas de un régimen tan dudosamente democrático. Y Rivera no se atrevió a vetar claramente a Rajoy. Doble cerrojo y dos abrelatas: Piqué y Vicente Vallés.