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Mensaje al votante insumiso: ¿reiniciamos?

  • Hay quien piensa que la madurez de la democracia tiene que ver con nuestra capacidad para distinguir los grises y ser capaces de elegir entre lo menos malo: ¿le vale para ir mañana a votar?.

LA conclusión final de la nueva burbuja electoral no es muy diferente a lo que ya vivimos el año pasado en las autonómicas de marzo, las municipales de mayo y las generales de diciembre: desconfianza y desencanto. Con los partidos de siempre y con los nuevos. En primer lugar, porque ni hemos descubierto un mirlo blanco que nos devuelva la ilusión ni hemos logrado que nos digan dónde acabará nuestro voto. En segundo lugar, porque resulta más que probable que terminen renunciando a sus propias promesas cuando entren en juego las "herencias recibidas" y las "circunstancias". En tercer lugar, porque el fantasma de unos terceros comicios ensombrece la cita electoral cuando ni siquiera se han abierto las urnas.

Si a este desolador panorama unimos la letra pequeña que esconden todos los programas, recordamos el suspenso generalizado que damos a los candidatos con aspiraciones de gobernar e introducimos el salto al vacío al que nos han lanzado los británicos con la victoria de Brexit, el resultado del sudoku electoral es que iremos a votar en la más absoluta orfandad: la maldición del votante que no tiene a quién votar.

Visto así, el sentido común nos diría que la sobrevalorada democracia es un ideal más que relativo por lo mucho que tiene de ingenuidad y de inutilidad y porque, una y otra vez, nos conduce a la frustración. Mi reflexión, sin embargo, es justo la contraria: en lugar de conformarnos con ser votantes resignados o indignados, podemos elegir ser votantes rebeldes e insumisos. Como una forma de mantener la dignidad incluso en las circunstancias más extremas.

Insumisos es justamente el título del libro que acaba de presentar en España el pensador búlgaro Tzvetan Todorov recorriendo la historia de ocho personajes que, desde abajo, fueron capaces de enfrentarse a las grandes barbaries y dictaduras del siglo XX. Salvando las distancias, ¿ir a votar con todo en contra no es ya en España una heroicidad? Más aún en una campaña que ha transitado entre catálogos, sillones y banalidades y que ha terminado dinamitada por escándalos de novela negra, excesos de demagogia y vulgaridad.

En cuatro décadas de democracia, seguro que ya hemos aprendido que nadie es capaz de cumplir la promesa de regalarnos la Luna. Pero sería hipócrita no reconocer que es mucho más fácil ejercer de ciudadanos ejemplares cuando nos ofrecen soluciones (para casi todo) y verdades absolutas. Sin conflicto, sin contradicciones y sin necesidad de ir a votar tapándonos la nariz. Pero esto no es más que reduccionismo y populismo... Justo lo que acaba de vencer en el Reino Unidos dejando a casi toda Europa en estado de shock.

Dice Gianni Vattimo que "el pensamiento débil nos hace personas más fuertes". ¿Lo somos en nuestro país después de un largo año ensayando? El filósofo italiano nos previene del "pensamiento único", del "rebaño de los dogmáticos", aun sabiendo que nunca arrasa en una cita electoral quien se presenta asumiendo las propias contradicciones -antes incluso de gobernar- y hasta reconociendo que no todo son errores y despropósitos en el bando del adversario.

Demasiado pragmatismo. En política, la honestidad y la sinceridad cotizan pero hay que administrarlas en pequeñas dosis. Las suficientes para atraer y convencer sin alarmar ni ahuyentar. ¿Funciona mejor el entusiasmo que el miedo? ¿La pasión que la razón?

No lo saben los ingleses y no lo sabemos nosotros. Las encuestas fallan estrepitosamente precisamente por ello: porque hay ira y cabreo, porque hay ilusiones y expectativas y porque terminamos pensando lo que queremos pensar.

Mientras digerimos el plantón del Reino Unido, los españoles vamos a salir a votar. Los partidos que se disputan nuestras papeletas tienen meridianamente claro qué es lo "útil" y qué es lo "inútil": ¿lo sabemos nosotros?

Hay quien piensa que la madurez de la democracia tiene que ver con la capacidad para distinguir los grises y saber elegir entre lo menos malo... Hoy me vale. Al menos para no caer mañana en la tentación de pasar. A partir del lunes, tal vez sea mucho más práctico seguir la propuesta que el golfista norirlandés Rory McIlroy nos lanzó ayer desde Twitter: ¿nos podemos tomar un mulligan en 2016? Le traslado su sugerencia: ¿reiniciamos?

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