pantalla de humo

Pedro Sánchez: entre el puño, la rosa y la mano pringada

LO de aparecer en El Hormiguero ya ha dejado de tener ese aire desenfadado y frescura de otros tiempos. Las apariciones de estas semanas son mítines bajo los focos, con charla complaciente por parte de Pablo Motos para insistir en lo que se ha venido diciendo en la campaña desde otros foros. Pedro Sánchez no iba a ser diferente, no están los días para arriesgar ni rechinar. Para eso ya están las redes sociales, para jalear bilis donde no hay mucho más. Lo de la mano pringada, sacudida, fue vuelto a tildar por el protagonista como una respuesta de "mal gusto" por líderes populares como García Albiol que en cuestión de tolerancia real no es del todo ejemplar.

El del PSOE, que se quedó a cuadros, los de su camisa recambiada por la habitual prenda blanca, hizo honores a sus anfitrionas, Trancas y Barrancas: su discurso volvió a ser reiterativo, poco convincente. Definió el debate a cuatro como "el club del monólogo", y ni en un formato agradable como el del programa de Antena 3 los líderes políticos son ya capaces de salirse de sus tesis previsibles. Incluso cuando Motos quería ir al grano: "¿Se puede fiar de Pablo Iglesias?"; el invitado se fue enredando en perífrasis y argumentos calculados. Al respecto de la pregunta sobre el de Podemos, Sánchez apeló a su abuelo: no es conveniente alguien que no es fiel a sus raíces. La respuesta, tan larga, llegó a mosquear al dueño de las hormigas.

Sánchez no aclaró, ni tampoco supo llevarse a un huerto a los indecisos, reconociendo que a lo largo de estos meses se ha cansado más de hablar de probabilidades, estadísticas y sondeos que de problemas y soluciones.

Al socialista se le congelan por olvido las cervezas, pero ya hace tiempo que se moja. Y nada más comer, sin guardar aquellas esperas por la digestión. Notas de color a las respuestas de los peluches. Más sorpresa causó uno de sus ídolos: "Chuck Norris". Pero no, resuelto el equívoco se refería a un pívot de los 80, Audie Norris, del Barcelona, el gran rival de Fernando Martín, el otro gran icono de aquel joven que fue Pedro, el del baloncesto.

Estos Hormigueros políticos ya no reservan sorpresas de quimicefa, ni siquiera bailes a lo Soraya. En el juego de los maniquíes Sánchez, enamorado de Griso, llegaba con la lección aprendida, repartiendo los cartones con estrategia. Con Susana Díaz se marchaba de fiesta, que ya para eso ha disfrutado de alguna, según confesó el invitado; con Donald Trump planearía un atraco y a Angela Merkel le cedería la cuerda para el puenting. Con el Rey estaría dispuesto a compartir piso; y a Pablo Iglesias, cargando las tintas, no le prestaría las llaves de ese piso. Quedaba Rajoy, al que Sánchez elegiría para contarle sus problemas, porque el propio presidente es un problema. El chiste, que conste, lo entregó de cabeza Barrancas. Y el negocio a medias, con Rivera. Pero no por una alusión a su pacto inútil, sino por su experiencia como autónomo.

Como el juego fue un poco deprisa, al final sobraron unos minutos que Motos estiró con algo más de conversación, emplazando a mañana, cuando Rajoy visitará El Hormiguero. Más aburrido que la entrega de este lunes va a ser casi imposible, pero el candidato popular lo puede conseguir sólo con un poco de su temple gallego. La repetición de la campaña electoral, tan monótona, tan cansina, ha dejado sin efecto aparecer en el prime time del entretenimiento; y formatos de algo más de rigor, como El Objetivo de La Sexta, han perdido su mordiente. Pablo Iglesias pasó más bien de largo en su aparición de este domingo. Estos niños buenos no quieren remover la demoscopia. 

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