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La reconversión industrial y audiovisual del Varón Dandy

  • Pablo Motos pone en bandeja su hormiguero a Albert Rivera, favorable a hacer negocios con Rajoy. Griso piropea la retaguardia de Pedro Sánchez.

A Susanna Griso en Dos días y una noche se le pone cara de Meg Ryan y se imagina fabricar complicidad y desenfado en estas entrevistas de Espejo público al aire libre, con maleta y copita. Con Pedro Sánchez, penúltima entrega de sus cuatro especiales en el prime time de Antena 3, tuvo miradas y momentos de spot de Acqua di Gio, la modernización del Varón Dandy, concepto oloroso e icónico adaptado a los nuevos tiempos que el dirigente socialista se toma al pie de la letra. Con su cara, con su apostura, sus principios marxistas (de Groucho, si no les gusta, él tiene otros) aún no entiende que España entera no se haya rendido a sus pies, piropeando su talla y su retaguardia. O "culito", como elogió la catalana, que anda curiosa en materia sicalíptica en estas semanas. Sánchez recibió a la periodista de pie, en un bar de gasolinera, así, como en el trajín de la campaña, tomando un zumo de naranja con pose de Pierce Brosnan. De su juventud se recuerda como un hervidero de testosterona. Su esposa, Begoña, lo pone por las nubes, faltaría más. Pero Sánchez, camisa blanca de su esperanza, ay, se siente dolido en su ego, machacado por el chantaje de Podemos, "ya nos conocemos todos", vino a remachar en su desencanto. Por optimismo e insistencia, por su parte, no será.

En el programa llegaron pronto los cameos para arropar al candidato. Se apareció Zapatero como un ectoplasma ("mi compromiso con el PSOE es infinito"), intercambiando impresiones sobre Venezuela; se asomó Rubalcaba, a la espera de saltar cualquier día de estos; y la sombra de Susana Díaz, por supuesto. "Podemos está que se sale... para asaltar fincas y Mercadonas", bromeó con salida trianera la presidenta, la paciente andaluza.

Sánchez y Griso, como una pareja de serie de sobremesa, se contagiaron de laconismo. El candidato hizo una caricatura de Rajoy en unos tiempos que se caricaturizan por sí mismos.

El programa tuvo una audiencia pobre, 1,3 millones, 7,4%, y la culpa no la tuvo el partido de la Eurocopa. El Hormiguero de Albert Rivera, pese a tener enfrente a Cristiano Ronaldo, llegó a reunir a 1,7 millones, 9,7%. El mérito en este caso es más del hábito diario que alimenta Motos y su gente.

Los habitantes de El Hormiguero fueron amables con el líder de Ciudadanos, que lanzó de primeras lo de Irene Montero, dirigente de Podemos, en el mismo coche de Jorge Moragas, el responsable de la campaña del PP. Rectificaba ayer en Al rojo vivo diciendo que era el coche de otro directivo popular, José Luis Ayllón, del equipo de Soraya. Rivera, rejuvenecido sin complejos, reafirmando así su edad como un valor, se abrió de brazos para disfrutar del suave interrogatorio del programa. El peluche Trancas, preguntando por los calzoncillos, fue el más incisivo de toda la noche, mientras Motos, portavoz de su generación, admitía ser un indeciso desnortado.

Rivera confesó que en el tedioso debate a cuatro le vino bien el atril y que el misterioso ruido que sobrevino en el plató fue de aúpa. El de Ciudadanos ha hecho mejor los deberes respecto a diciembre, se muestra más calculador y también más convincente, manejando más datos. Por su parte, su garantía es su disposición al diálogo. En el juego de las siluetas confió en Rajoy para llevar un negocio a medias. Ejem. Todas las suposiciones eran evidentes: el Rey para atar una cuerda, Sánchez para hablar de un problema, Maduro para no confiarle nada, Trump para perpetrar un atraco, por supuesto: Merkel, para compartir piso. Y Pablo Iglesias para correrse una juerga. Aparecía por allí Rappel, poniendo al PSOE por la cola. Ojú. Y Rivera será padre en breve, dice este adivino que nunca adivina.

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