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El Rocío

Sosiego y fraternidad en la aldea

  • Los peregrinos reponen fuerzas después del camino y se aprestan a vivir los días grandes de la romería

  • Las casas de hermandad rebosan de invitados llegados de todo el país

Fael día de ayer comenzaba en la aldea como sin querer, con una sincronía y una perfección que habla de una tradición de muchos que al juntarse con la misma fe por la Blanca Paloma da lugar a una estampa de siempre, que mira al futuro con precisión. Las campanas del santuario repicaban poco antes del mediodía anunciando que la misa de la Hermandad Matriz tocaba a su fin. Por si alguien todavía no se situaba en el ambiente, las flautas y los tambores ponían notas que solo podían referirse al Rocío. La comitiva almonteña salía con gracia de la ermita y dando un pequeño rodeo acababa en la puerta de la Hermandad Matriz. "Ahora a descansar, y hasta esta tarde, que comienza la presentación", decía una de las hermanas, ataviada con el traje de flamenca y con las flores en el pelo. Cada vestido y cada detalle resultaba poco para presentarse a la Madre de Almonte y de todos los rocieros de cualquier rincón del mundo. Precisamente de muchos lugares llegaban hasta la puerta de la ermita turistas dispuestos para presenciar una romería que, aunque para muchos es conocida y habitual, para otros llama la atención por el colorido, el sonido, los desfiles y los diferentes actos, en definitiva, que surgen en torno a la devoción por la Virgen del Rocío.

Poco a poco, la aldea terminaba de despertar. Todas las hermandades que entraron el jueves por la noche, aprovechaban la mañana y las primeras horas de la tarde de ayer para poner a punto la carreta y el Simpecado, después del camino, y para echar unos ratos de convivencia con tranquilidad. Es una de las grandes ventajas de que la romería comience antes, que el viernes es un día sosegado, de disfrute y de horas de hermandad, de estar con la gran familia rociera. Así lo expresaban en la casa hermandad de La Palma, donde las camaristas arreglaban la carreta, limpiando el polvo de las arenas con mimo y cuidado. Rocío Ramos y Antonia Aguilar quitaban el polvo y sacaban brillo a la plata de la carreta palmerina, desde la tranquilidad y la confianza de quien se siente en su casa, pero con el respeto y el fervor de quien ama todo lo que significa el Rocío, sobre todo la Virgen, porque si se viene a la aldea por encima de todo hay que ir a ver a la Virgen, no se entiende el Rocío sin Ella. Del polvo que había entrado en las tulipas de la carreta y de cómo se debe sentir, precisamente, la romería se hablaba ayer en torno al Simpecado de La Palma, el tercero en antigüedad, y el más antiguo de toda la provincia de Huelva. La complicidad y el cariño se notaban entre los rocieros de este pueblo que, como todos, viven estos días con la alegría de cumplir una año más su sueño. La noche anterior los palmerinos que se quedan en la casa hermandad vivieron horas de cantes y bailes que retrasaron el descanso y la casa se desperezaba bien entrada la mañana, sobre todo los más jóvenes, que reponían fuerzas ante la atenta mirada de las mujeres de más edad que forman esa gran familia rociera.

Todos los detalles están listos en espera de la llegada masiva de peregrinos

Otro tanto parecido ocurría en la casa hermandad de Emigrantes. De grandes dimensiones, la casa rociera comenzaba a bullir de actividad y este gran grupo de rocieros se disponía en las mesas del patio central esperando a que el guiso del día estuviera listo. Mientras tanto, platos de habas guisadas, de jamón y queso y bebidas hacían la espera más ligera. En las ventanas que daban al patio ramos de flores se disponían dando un toque especial a la casa hermandad. "Recibimos muchos ramos cuando salimos de Huelva", cuenta el presidente de la Hermandad, Fernando Ramírez, y qué mejor manera de aprovechar estas flores tan bonitas que dándolas a los hermanos en distintos ramilletes, tal y como comentaba el propio presidente. En una de las dependencias de la casa se disponían todas las flores y en un continuo ir y venir los habitantes de la casa se las iban llevando. En otro lugar del enorme patio, preparaban los avíos para limpiar la carreta y arreglar las flores. El encargado es un floristero de Jaén que lleva haciendo el camino con Emigrantes desde hace muchos años. Con mucho cariño ponía todo su empeño en crear un ramo donde además de ser bello, se plasmara su devoción rociera. En Emigrantes se notaba la alegría de las cosas bien hechas. Y es que el jueves habían entrado en el Rocío con las luces del día. Todos hablaban durante el día de ayer de lo bien que había salido todo, de la sincronización casi perfecta entre las distintas hermandades que se cruzan en su peregrinar. La puerta de la casa hermandad de la emblemática hermandad era un continuo ir y venir de gente que poco a poco, a medida que entraba la tarde, se iba entonando para disfrutar de un sentir sosegado y calmo, que invitaba a la confidencias en torno a esa fe mariana que se hace inmensa andando por los caminos y dando un paseo por la aldea.

Jinetes a caballo y charrés cruzaban las calles de la aldea en una perfecta organización con los viandantes de todo tipo -turistas, romeros, periodistas, Guardia Civil, operarios- que se mezclaban con total naturalidad en una escena que no por ser pintoresca, dejaba de ser natural y cotidiana. Los bares y restaurantes ponían a punto sus menús, las tiendas de regalos recibían a los visitantes, y la ermita, allí, como centro, como ente propio, era un hervidero de entradas y salidas, de ofrendas, el epicentro del amor por la Reina de esa marisma que, al lado, permanece serena e imperturbable.

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