el rocío 2017

La orilla de la vida

  • Cuando sale Triana se puede decir alto y claro que el Rocío empieza.

La salida de la Hermandad de Triana

Pureza. Miércoles. Apretura de gente. La madre con el carrito del niño y la vecina con el carro de la compra. El devenir diario se detiene por instantes. Pasa por delante el carrusel de la alegría. El viejo arrabal apura mayo entre castañuelas y matas de romero. El reloj apenas supera las nueve de la mañana pero bien parece que el día lleva unas cuantas horas de adelanto. Llegar a esta calle no ha resultado nada fácil. Especialmente si se ha venido en coche. Hablemos claro: el Rocío y la circulación son poco compatibles. Especialmente si usted es un conductor que ignora el amplio calendario festivo de la ciudad. Para pocas fiestas están quienes han de hacer un alto en el camino, en su prisa habitual, en su restringida agenda. Rostros agrios. Espera impaciente. Y el inevitable ruido del claxon, banda sonora de esta mañana en el Aljarafe.

Hay que cruzar el río para que la vida cambie. Para saberla vivir. Todo aquí es más relativo. El estrés no existe y los malos humos se evaporan. Como lo hace el aceite de los calentitos que hierve a pie de puente. Aunque la que verdaderamente hierve es la calle larga del viejo arrabal. Perol de Triana. A los sevillanos nos gusta la angostura. Mucho. Si no hay apretura, no existe alegría. No hay éxito. La bulla marca el triunfo de las convocatorias. Sentimos predilección por los bares repletos de gente. Las casetas atestadas. Y las procesiones por calles imposibles de transitar (con permiso del Cecop). El roce con el ajeno como forma de llevarnos a los adentros la fiesta. Si usted no siente en esta mañana el volante -recién planchado- de una romera sobre su rostro o el codazo de un peregrino en la sien, usted no conoce lo que es Triana un miércoles de Rocío.

La catedral del barrio está de aniversario. Siete siglos y medio, que se dice pronto. Cuentan que Alfonso X la mandó a construir para darle las gracias a Santa Ana por curarlo de una ceguera. Ojos que se necesitan más que nunca para no perder detalle. Hay que concentrar la mirada en todo cuanto pasa por delante. Inspección ocular de arriba abajo. Triana simboliza la variedad heterodoxa en el vestir. Desde los romeros uniformados con sombrero, pañuelo al cuello y cubana hasta los que hacen uso de la gorra, la zapatilla deportiva -con colores nada discretos- y sacos de dormir a las espaldas. Todo cabe en este mundo que avanza al compás de los bueyes. Con sus empujones y refriegas. Con sus vivas y sus lágrimas.

Un universo dentro de una calle. Y la calle del universo. El Rocío empieza aquí y ahora. Con el bullicio por bandera. Pidiendo fiesta. La legión que arrasa la pena. Que la distrae, que la reduce a la mínima expresión. Suena Esperanza de Triana Coronada. La banda que acompaña al simpecado lo borda. Que no nos falte de ná. Ni cofrades ni romeros. Se acaban por desatar los ánimos. Aplausos. Cuesta trabajo encarar la carreta de plata con la Capilla de los Marineros. Espaldas con pechos. Pies sobre pies. No hay quien pueda alzar los brazos. Ni para hacer una foto con el móvil. "¡Oiga, que llevo esperando una hora, no se me ponga aquí delante!". Y el espectador que llegó el último se queda el primero, soportando de manera estoica la mirada fulminante de la señora a la que le ha usurpado su medio metro de acera. Al fin se escucha "¡Viva Triana!", el grito con el que la apretura se disuelve y la masa fluye en busca del Altozano. Por fin se respira. Aire. Bendito aire.

En Pureza se escuchó 'Esperanza de Triana Coronada' y en Castilla, 'Campanilleros'

Si Pureza es esta mañana la avenida de la fiesta, el Cachorro es el vértice donde confluye el júbilo. Todo acaba en el triángulo invertido de unos brazos que saltan de la vida a la muerte. O a la inversa. Los primeros en llegar son los rocieros de la Macarena. Su carreta es un grito de plata sobre el cielo de mayo. Apenas una hora después llegan los trianeros. No es ni siquiera mediodía pero ya parece sobremesa. El café y la cerveza se mezclan, sin orden ni concierto, en los veladores. Se busca la escuálida sombra de los naranjos. Frente a la basílica, los usuarios de un gimnasio siguen el ritmo del ejercicio físico. Queman calorías mientras observan, a través de amplios ventanales, el desfile primaveral que pasa ante sus ojos.

La banda interpreta Campanilleros. Los peregrinos rodean la carreta de plata. Perímetro sin resquicio libre. La barra de promesa es un perchero de manos. Los rocieros de la cava se van. Se llevan con ellos los cantes, los bailes y hasta los vivas a Opá y Omá. Vítores pretéritos al Dios crucificado y a la Virgen Chiquita. Se marchan dejando cuarto y mitad de alegría bien despachada entre Santa y Chapina. Ésa es Triana. La orilla de la mejor vida.

Salida del Simpecado de la Hermandad de la Macarena.

Vídeo: José Ángel García

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