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La procesión de la Virgen del Rocío

Se rompió el tiempo

  • La Blanca Paloma estuvo nueve horas en las calles de la aldea, tras una de las salidas más tempranas

  • Las mejoras en el paso no evitaron que se viniera abajo más de lo deseado

Procesión de la Virgen del Rocío.

Procesión de la Virgen del Rocío. / Alberto Domínguez

Cinco italianos al final de la calle Moguer. Van cogidos de la mano. En una larga cadena. Chapurrean un español apenas entendible. Son de piel blanca y llevan protección solar. Les delata el olor a crema. Miran ensimismados. No dan crédito a lo que pasa por delante de sus ojos. Los porches de las casas están abigarrados de gente. Sin resquicio alguno para moverse. La turbalmulta busca la marisma. Con la velocidad de un rayo el paso de la Virgen se presenta ante estos extranjeros que intentan captar el momento con el móvil de última generación. La Madre está ahí. Asomando su perfil nacarado entre el oro envejecido del rostrillo. El que regaló Muñoz y Pabón por su coronación. El sol juega a esconderse tras las nubes en esta mañana de lunes. El paso va y viene. De forma imprevisible. La marea humana que lo rodea es un cerco de hombres rudos, envueltos en sudor y con botas de montaña.

La lluvia del domingo dejó huella en las arenas. Charcos y barro. Herencia de los chaparrones de mayo que no han perturbado la procesión. Todo estaba preparado para que el agua hiciera acto de presencia. Una previsión meteorológica frustrada. No cayó ni una sola gota. Hasta el sol salió para dar los buenos días a la que es Patrona de Almonte y patria devocional de los rocieros.

La procesión enfila su último tramo. Queda por visitar la casa de hermandad de Moguer y la de la Matriz. Se suceden las sevillanas desde los balcones. También los vítores. El paso se va al suelo. Se cae. Las mejoras introducidas no evitan que la Virgen pierda demasiadas veces la verticalidad. "Aquí lo que falta es fuerza", grita un romero. Afirmación que es contestada por una peregrina: "Me gustaría ver si usted es capaza de aguantar toda una noche debajo del paso".

La Virgen acompañada de miles de fieles

Otra vez arriba, la Blanca Paloma se vuelve hacia los almonteños. Acabados los rezos y las sevillanas, toma la explanada delantera de la ermita, donde permanece casi todo el tiempo en el suelo. Los cuatro italianos intentan seguir el rumbo -sin orden ni concierto- que toma el paso. Se meten en la bulla, mecidos por los vaivenes de la Virgen. Los almonteños pasan lo suyo para lograr que el paso se acerque al balcón del santuario. Desde allí, mujeres y niños ofrendan una petalada a su Patrona. Las andas caen por enésima vez. En un último intento levantan el paso, lo giran hacia el público y antes de que atraviese la venera de la fachada vuelve a precipitarse.

Era noche cerrada cuando la Virgen visitaba la casa de hermandad de Triana

Son las 11:28 de la mañana. A esa hora acaba el Rocío oficial. La Blanca Paloma busca su altar. El trono de todo un año. Se pone fin a una procesión de casi nueve horas, una duración bastante corta respecto a las de otros años. Un Lunes de Pentecostés donde se rompieron los esquemas del tiempo.

Había que remontarse varios años atrás para recordar una salida tan temprana como la de este 2018. A las 2:34 del lunes se producía la imagen más mediática de esta peregrinación. Los almonteños se hacían con las andas de Virgen. No se esperó ni a que se acabara de rezar el rosario de las hermandades. Seis corporaciones se quedaron sin poder pasar delante del santuario con su Simpecado. Así ocurrió con Triana, que se encontraba en esos momentos en la embocadura de la calle Moguer. La situación obligó a que el Simpecado de la Matriz entrara de forma apresurada en la ermita. La Virgen no se movió hasta que la insignia mariana estuvo frente a frente, como manda el rito de esta madrugada. Comenzaba entonces la procesión que discurrió en la mayor parte de su recorrido de forma rápida y con un horario bastante adelantado respecto a otros años, lo que provocó que muchas personas que se desplazaron a la aldea en esta jornada para ver a la Virgen se la encontraran en puntos distintos a los habituales.

A la casa de hermandad de Triana llegó a las 6:15. Noche cerrada. Un cuarto de hora después ya estaba en la casa de las camaristas. La lesión en un brazo de Carmen Morales provocó que este año sólo fuera su hija, Carmen Rocío Vega, la que tuviera el privilegio de subir al paso para rezar la salve a escasos centímetros de la Señora. En el eucaliptal la recibiría Sevilla cuando el sol no había acabado de despuntar. Al alba, el momento justo en el que antaño salía. Una tradición perdida en el tiempo y que muchos rocieros añoran.

Poco después la amenaza de lluvia se disipó por completo. El cielo amanecía desnudo de nubes grises. La Virgen estaba en Gines a las ocho. Hasta entonces el paso había mantenido cierta estabilidad. Pocas veces tocó el suelo. Sin embargo, desde que llegó a Jerez, en el último trayecto de la procesión, fueron demasiadas veces las que se vino abajo. Costaba recuperar la verticalidad. Una dificultad que se hizo muy evidente en la entrada. Cierto es que el quinto banco introducido y la ampliación de la base ha permitido que la Virgen esté en alto más tiempo y que sus caídas no sean tan bruscas, pero el paso sigue tocando el suelo más de lo deseado.

A las 11:28 la Blanca Paloma volvía a su ermita. Lo hacía tras mirar, a cierta distancia, el busto de Juan Pablo II, el Papa rociero que oró a sus plantas el 14 de junio de 1993. Aquel día, con el Sumo Pontífice rezando arrodillado, se hizo un largo silencio que estremeció a propios y extraños. Un silencio que hoy, cuando regresen las últimas hermandades, campará de nuevo en la marisma. El silencio que grita la verdad de esta fiesta. Rocío.

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