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Empresas y empresarios

El hundimiento de Nueva Rumasa

David Fernández-Mejías

Director de Diario de Jerez

Todo ha sido orquestado para crear alarma entre proveedores, acreedores, inversores y empleados. Hay recursos más que suficientes". José María Ruiz-Mateos, febrero de 2011.

La prensa se hizo eco del principio del fin del nuevo imperio de la abeja como si de un desenlace archiconocido se tratara. De repente, parecía sabido por todos que, más allá de la crisis, jamás podría acabar bien la historia de una gigantesca compañía con pies de barro que compraba y compraba activos financiándose gracias a que los rehipotecaba según escrituraba a la vez que lanzaba pagarés a intereses generosos para captar fondos. A nadie le sorprendió el hundimiento de Nueva Rumasa, pero nadie impidió a tiempo que la bola de nieve siguiera creciendo. Sólo la Comisión Nacional del Mercado de Valores advirtió del riesgo extremo en la compra de pagarés. Y hasta la banca mantuvo su confianza en el grupo hasta que la situación se volvió insostenible. El único que parecía no entender nada era José María Ruiz-Mateos. Y 24 horas después de que pidiera -en otro febrero negro para su grupo, tras la expropiación del 83- el preconcurso para las empresas más emblemáticas de Nueva Rumasa (Clesa, Garvey, Dhul y Trapa, entre otras), el empresario jerezano aún se resistía a admitir que la tierra se abría de nuevo ante sus pies. "No estamos al borde de la quiebra", declaró. Hoy está acusado por el juez de la Audiencia Nacional Pablo Ruz de usar el dinero de los pagarés "para mantener su alto nivel de vida" y "pagar las hipotecas de sus hijos". Él niega la mayor, pero lo cierto es que el dinero no aparece.

Por segunda vez, ha pasado de la gloria al infierno en apenas unas horas y frente a la magnitud del problema, el empresario se negó a reconocer que su nueva andadura había tocado a su fin. Antes al contrario, pidió, cuando la falta de liquidez era letal, que la música no dejara de sonar, como en la última escena de Titanic, cuando la nave hacía ya tiempo que empezaba a hundirse: "El preconcurso es sólo una medida de protección", llegó a decir entonces.

Meses antes saltaron las alarmas  y si no aplicó los mecanismos de control es porque no existían en su imaginario. Y tras lo visto, ni en el de los bancos,  acreedores y proveedores. Lejos de amedrentarse ante la recesión, cuando los recortes de plantilla estaban a la orden del día, los Ruiz-Mateos no sólo no activaron los ajustes necesarios sino que siguieron empleando a personal, comprando activos y emitiendo pagarés. Una locura que chocaba contra la lógica del mercado, pero bajo esta fórmula mantenían a sus clientes, seducidos por unas ganancias que en la banca eran impensables, y captaban a nuevos bonistas. El juez Ruz afirma que si pudieron cumplir sus obligaciones en un principio fue gracias probablemente "a un efecto piramidal", esto es, que los nuevos inversores pagaban los intereses de los antiguos con sus aportaciones, y cuando llegaba la fecha para recuperar el principal, eran convencidos para reinvertir.

Todo fue bien hasta que arreció la tormenta financiera y Nueva Rumasa empezó a acumular retrasos en los pagos a la banca, Seguridad Social y un sinfín de proveedores y bonistas. La compañía del hombre religioso que se hizo a sí mismo se retrasó en los pagos con su plantilla, los proveedores y desatendió sus obligaciones con los ahorradores. Hoy, muchos estarán arrepentidos, si no todos, de no haber retirado el capital cuando pudieron. Si en su primera singladura alimentó sus negocios con sus bancos, para la Nueva Rumasa los pagarés eran un asunto capital y estratégico para seguir creciendo con ayuda también de los bancos.

Anticorrupción calcula que existen unos 4.100 ahorradores y que se le reclama al grupo por distintas vías alrededor de 250 millones de euros (captaron 385), cuyo destino es hoy un misterio.

Por increíble que parezca, en plena depresión económica, Ruiz-Mateos aún presumía de mantener 10.000 empleos. Así fue hasta que falló la otra pata de la financiación del grupo y de golpe y porrazo los bancos le cortaron las líneas de crédito y le obligaron a reducir su endeudamiento a la mitad.

Ruiz-Mateos, aún noqueado por el duro revés, empleó entonces su palabra como aval: "Si no devolvemos hasta el último euro a nuestros inversores, me pagaría un tiro en la cabeza, si es que la fe que profeso me lo permitiera". Su mensaje calmó a muchos bonistas. Y para evitar suspicacias expuso que si mantenía sus compañías en paraísos fiscales era para evitar una nueva expropiación. Un año después de que mostrara los dedos en señal de victoria, en aparente gesto tranquilizador que no ocultaba su rostro derrotado, la esperanza de los acreedores se centra en la Justicia, que le ha embargado más de 200 inmuebles, obras de arte y coches de lujo.

Como si este tiempo ya no le perteneciera, superado por la realidad, Ruiz-Mateos ha dado un paso al lado en la gestión de los negocios. Ya en los últimos años sus hijos, también en el punto de mira porque para muchos afectados han sido cómplices de una pésima gestión que derivó en el hundimiento, se habían situado junto a él al frente de la compañía. Pero es él quien ahora asume toda la responsabilidad, en un intento por proteger a su familia. Las cartas, los piropos y las misas implorando liquidez a Emilio Botín proyectaron la imagen de un empresario agarrado a un tronco en mitad del océano.

En unos pocos meses, del preconcurso se pasó al concurso de acreedores y de éste a la venta de la compañía a Ángel de Cabo, el liquidador que se dio a conocer tras la ruina de Viajes Marsans y que en la actualidad ha presentado un plan de viabilidad futura para la compañía que pasa por la venta de activos y los EREs. El juez Ruz está convencido de que ambos han pactado el reparto de los beneficios.  Ruiz-Mateos había logrado lo más difícil: levantarse después de haber caído. Y justo andaba saboreando de nuevo el triunfo junto a sus hijos, cuando han caído sobre sus espaldas tres acusaciones en toda regla: estafa, insolvencia punible y administración desleal. Él afirma sentirse "perseguido" y culpa del desastre a banqueros y jueces y supuestas conspiraciones. Quizá lo que peor lleva, en cualquier caso, es que los ahorradores y los colaboradores que han confiado en él durante décadas, hayan perdido su fe ciega en su familia. Falta conocer si recuperarán, al menos, parte de las cantidades que reclaman y si Rumasa ha escrito su último capítulo..., o no.

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