Jaime Bohórquez y Crespí de Valldaura. Emprendedor y aventurero.

“Por la aventura convivían con las incomodidades máximas”

“A Champan hoy Doñana le parecería un parque temático”

“A Champan hoy Doñana le parecería un parque temático”

–¿Cuál es el origen del exitoso libro ‘Los pioneros de Doñana’ (1872-1959) (Guadalmazán)?

–No tenía pensado escribir un libro. La idea surge a la par que voy dando forma a la exposición ‘Pioneros de Doñana. Arte y naturaleza en la España inexplorada’, que se puede visitar en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid hasta el mes de abril. Al meterme en profundidad en documentos, cartas, diarios, etc., y ver las historias que había entrelazadas y las anécdotas que en una exposición resulta difícil contar, me di cuenta de que aquí había un libro. Todos estos personajes estaban conectados de alguna manera, antes de la creación del Parque, todos eran cazadores naturalistas y había mucha miga que contar. La obra está teniendo mucho éxito y nos estamos quedando sin libros (ríe). El 29 de noviembre se presenta en Sevilla en la Fundación Valentín de Madariaga, a las 19, y el 30 en Jerez en el Consejo Regulador, también a las 7.

–Tiene como protagonistas principales a los naturalistas Abel Chapman y Walter J. Buck y al ilustrador William Hutton Riddell, que dieron a conocer el Coto de Doñana al mundo.

–Sí, hay un hilo conductor que no se interrumpe en ningún momento, que va desde Chapman y Buck en 1872 (primera visita juntos a Doñana) hasta 1959, que es hasta donde llega el libro, justo antes de la creación del Parque, pasando por Riddell y un cuarto protagonista, el jerezano Mauricio González-Gordon. Hay un capítulo dedicado a los González -propietarios de parte de Doñana-, por esa conexión que yo no sabía y es que desde muy joven, Mauricio iba al Castillo de Arcos a ver a Riddell, que ronda los sesenta años, para hablar de su afición común: los pájaros. De Jerez parten todas las expediciones de nuestros protagonistas y la de los ingleses que vinieron después con las Doñana Expeditions.

–La familia Tamarón, propietaria del Castillo de Arcos, son los únicos descendientes vivos de Chapman, Buck y Riddell. De ellos se ha surtido usted en gran parte para este libro. ¿Qué documentación le han aportado?

–Pues he buceado en diarios, libros, cartas, imágenes, archivos, cuadernos de campo, etc. Los hechos y los personajes son reales, pero en la puesta en escena se da rienda suelta a la ficción, incluso cuando abro comillas como si lo dijeran ellos. En la mayoría de los casos, ellos estarían de acuerdo (ríe). Y bueno, hay que decir que el trato con la editorial ha sido maravilloso. Han disfrutado con la historia y ha salido un libro muy bien maquetado, con una gran selección de imágenes. Un acierto hacerlo con ellos. Me lo he pasado tan bien, que ya tengo en mente hacer otro libro. Ya veremos.

"Suelo ser muy descriptivo, me gusta que el lector se sitúe en el ambiente de esas expediciones"

–Es casi que un libro de aventuras, con grandes descripciones de paisajes.

–Sí, suelo ser muy descriptivo, me gusta que el lector se sitúe en el ambiente, como yo lo imagino. Suelo dar mucha información para que no se pierda ningún detalle, las condiciones en las que hacían esas expediciones, cómo dormían, en posadas o establos, incluso debajo de una barca en la Marisma, escuchando el guirigay de aves y ranas, soportando mosquitos.... Dentro de la evocación de la aventura, convivían con muchas incomodidades. Eso me llamaba mucho la atención porque yo he sido bastante aventurero, pero comodón. Y estos personajes, por ejemplo Buck, que vivía en un increíble palacio que hoy es la Real Escuela del Arte Ecuestre de Jerez, no les importaba recorrer los lugares más recónditos, por los caminos menos trillados, y dormir donde cayeran de puro cansancio. Abandonaban el lujo máximo para irse a la incomodidad máxima. Yo así sólo duro dos o tres días. A lomos de mulas se cruzaban España entera porque había excursiones que duraban uno o dos meses. Y las diligencias sin amortiguadores... Los que vivían bien en Jerez no se prestaban a eso. Ellos eran aventureros vocacionales. Yo también duro poco en los caminos trillados, me suelo salir del camino para perderme en los paisajes y parajes menos frecuentados. Eso me ha pasado siempre, haciendo el Camino de Santiago, en los viajes por África, por Sudamérica,...y en mi vida diaria (ríe).

–El libro llega en un momento complicado para Doñana.

–Sí. El libro, plagado de fotos antiguas, muchas de ellas inéditas, es evocador de una época en la que Doñana era un paraíso. Hoy Doñana está enferma de sed, le falta agua de arriba y le chupan la de debajo. Con una gestión administrativa complicada. No sirve de nada haberlo convertido en Parque Nacional ni en Patrimonio de la Humanidad.

–¿Qué le preguntaría a los protagonistas del libro si los tuviera delante?

–Todos me llaman la atención, pero especialmente Chapman. Un señor que con más de 60 años de la época, sigue organizando un viaje al Nilo, haciendo expediciones ultramarinas, más de sesenta a lo largo de su vida, ¿qué inquietud le movía a apartarse cada invierno de su pequeño paraíso en su finca de Houxty, de su chimenea, de sus libros y pequeños placeres para volverse a meter en el camarote de un barco cuatro días, con mala mar y subirse después a una diligencia, durante horas de traqueteo o a lomos de un mulo?

–Con las comunicaciones de hoy, ya hubieran dado la vuelta al mundo varias veces. 

–¡Imagínate! Si Chapman y Buck aparecieran de nuevo se irían a la tundra siberiana o con las tribus caníbales de la Polinesia, o más allá. 

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