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Carles Lalueza-Fox | Biólogo

"No hay en Europa una sola población pura"

Carles Lalueza-Fox.

Carles Lalueza-Fox. / Javier Albiñana

La reciente publicación de la investigación La historia genómica de las poblaciones ibéricas en la revista Science revolucionó el ámbito de la biología genética con el estudio detallado del mapa genómico de la Península de los últimos ocho mil años. Su responsable, Carles Lalueza-Fox (Barcelona, 1965), es investigador del Instituto de Biología Evolutiva del CSIC especializado en paleogenética. En 2010 participó en la investigación que demostró la presencia de un resto neandertal en nuestros genes. Hace unos días clausuró en Málaga el ciclo Encuentros con la Ciencia.

-¿Qué acontecimientos antiguos fueron más decisivos en el mapa genómico de la Península Ibérica?

-En la Península Ibérica podemos contar dos grandes transiciones genéticas derivadas de otros tantos movimientos migratorios: el que tuvo lugar en el Neolítico hace diez mil años y cruzó toda Europa desde Oriente Próximo, sustituyendo todas las poblaciones de cazadores-recolectores anteriores; y la llegada de unos nómadas que salieron de las estepas hace cinco mil años, lo que provocó otro cambio genético enorme. Estas dos migraciones entraron en Europa por el Este y, dada la situación de la Península Ibérica en el Oeste, el estudio de la llegada de estas poblaciones resulta muy interesante. Además, la Península es el territorio europeo más cercano a África, lo que también nos permite estudiar movimientos de migración en el eje Norte-Sur.

-Es decir, que aquí la contaminación se ha dado en todas direcciones.

-La ancestralidad cambiante se superpone en capas. No hay en Europa ninguna población pura: siempre se da esta superposición genética, cuyas diversas proporciones justifican la diversidad genética dentro del continente. La Península Ibérica no es una excepción.

-¿Qué podemos saber hoy de la genética de los antiguos pobladores que no sabíamos antes?

-Las densidades poblacionales en el Mesolítico, por ejemplo, eran extraordinariamente bajas. Pero a medida que las poblaciones crecen los estudios genéticos son mucho más complicados, y ha sido en los últimos tres años cuando hemos podido llevarlos a cabo de manera satisfactoria. Hace sólo cinco años publiqué en Nature el genoma completo de un cazador-recolector del Mesolítico, un solo individuo; y ahora desarrollamos una investigación en Asia Central cuya muestra abarca a 523, lo que significa que estamos en condiciones de conocer los cambios genéticos asociados a periodos históricos donde las poblaciones son muy grandes.

-¿Nos afecta de alguna forma la huella neandertal en nuestro genoma?

-Queda cerca de un 2% de genes neandertales en individuos no africanos. Se trata de un residuo genómico derivado de un cruzamiento que tuvo lugar hace unos 60.000 años. Algunos de estos genes nos perjudican, ya que están relacionados con problemas cardiacos y de colesterol elevado, aunque seguramente estos mismos genes nos ayudaron a sobrevivir en el Paleolítico Superior, cuando, tras salir de África, intentábamos adaptarnos a climas más fríos. Ahora que estamos sentados en el sofá y lo tenemos todo en la nevera, estos mismos genes nos son adversos.

-Sobre la recuperación de especies extinguidas como el mamut, ¿se han enfriado las expectativas?

"La intervención genética ya es fundamental si queremos salvar especies en peligro de extinción"

-No es que se haya enfriado, es que las noticias que salieron en su momento no eran realistas. La idea de clonar un mamut con una muestra encontrada en el hielo no tiene ninguna posibilidad, porque el ADN congelado va a estar fragmentado en millones de fragmentos. Se generaron falsas expectativas, no desde la comunidad científica, sino desde quienes divulgan a menudo sus actividades. Un mamut no se puede clonar. Lo que sí se puede hacer es ingeniería genética con especies vivas emparentadas y poco a poco ir modificando algunos genes concretos para que su genoma sea igual que el de las especies extinguidas, pero esto tiene unas dificultades técnicas enormes y también genera problemas de tipo ético. El trabajo con elefantes no pasaría la exigencia del comité ético de cualquier país del mundo.

-¿Y para la preservación de especies en peligro?

-Esto sí que resultaría más interesante, especialmente en especies en las que quedan tan pocos individuos que su supervivencia ya es inviable. El futuro de la conservación pasa necesariamente por aquí. Es cierto que esto aún despierta recelos, pero, como en el caso del cambio climático, la solución pasa por una intervención directa en el entorno. Y esto incluye la transformación genética de las especies amenazadas. La alternativa es esperar tranquilamente a que se extingan.

-¿Podemos advertir hoy qué rasgos genéticos nos resultarán perjudiciales en el futuro?

-En el futuro, como en el presente, la adaptación biológica no será tan importante como la cultural o tecnológica. La evolución sigue dándose, eso sí. Ante una pandemia como la del ébola, las personas con una determinada configuración genética pueden presentar un mayor grado de inmunidad, de resistencia a la enfermedad, que otras con una disposición genética distinta. Es decir, la selección natural funciona aún. Lo que pasa es que la mayoría de los filtros que se daban en el pasado ya no son esenciales: yo soy miope, pero esto no me ha impedido tener dos hijos, lo que seguramente habría sido mucho más difícil en el pasado.

-Es decir, que en mayor o menor grado ya somos todos cyborgs.

-Dímelo a mí, que tengo un implante de titanio.

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